Schubert y el rework
(Photo by Josep Molina)
By GERARD ERRUZ MAR. 19, 2018
Fideuá y cava en el Foyer del Palau para ir entrando en situación. Los espectadores se amontonan al pie de las escalinatas principales. Bajo la sombra de La Trucha se esconde un repertorio jugoso: lieds, dúos y el propio Quinteto para piano en la mayor.
El Palau ha lucido su acústica perfecta para la música de cámara y los intérpretes han sabido aprovecharla al máximo. El concierto empezaba con la campana que anuncia la primavera en el lied Viola, a manos del pianista Alexander Melnikov -elemento vertebrador del concierto de hoy- y con la voz coqueta y alusiva del barítono Georg Nigl. Cambio radical de registro en la Sonata en la menor para arpeggione y piano, en su transcripción para violonchelo. El carácter experimental de la obra, compuesta para la exploración y promoción del arpeggione, le da un toque circense y exhibicionista. El chelista Jean-Guihen Queyras ha hecho sonar la madera y ha rasgado las cuerdas del instrumento mientras Melnikov recogía e impulsaba los espasmos temáticos que caracterizan la Sonata.
Pero el eje central del concierto era otro: presentar la reutilización de material musical -propio, en el caso de Schubert- para la creación de nuevas obras instrumentales. Este concepto ha ido mutando con el tiempo y hoy lo conocemos con el nombre de versión, cover, remix, rework y otros anglicismos que van adaptándose a las necesidades de la propiedad intelectual. El tramo final del programa ha querido enfatizar justamente este aspecto popular de la música de Schubert, con dos lieds cuyas melodías pegadizas se reutilizaron en las obras que se interpretarán sucesivamente.
Así, Nigl volvía a atraparnos con una interpretación sublime de la canción Sei mir gegrüßt, un exceso romántico desgarrador sobre el amor imposible. La tonada de éste reaparece en el tercer movimiento de la Fantasía en do mayor para violín y piano. La Fantasía germinaba inmediatamente después con un pianísimo en el violín de Isabelle Faust que ha arropado al público con serenidad y recogimiento. Cabe decir que el único momento de desafección con el piano ha sido este inicio, donde Melnikov no ha sabido leer la propuesta intimista del violín. Los remolinos temáticos del segundo movimiento nos han llevado a las variaciones sobre el tema del lied de la tercera sección. El efecto no podría haber sido más elocuente: la música, sin texto, era ya el recuerdo de esa canción nostálgica; las variaciones sucesivas han corrompido su pureza hasta desarticular el sentido original. La sabiduría de Faust y la solidez de Melnikov han hecho el resto.
Quedaba el plato principal. Después de cantarnos la triste historia de La Trucha -sí, la traducción da crédito a la sinceridad fonética del castellano-, Nigl se retiraba sigilosamente con las primeras notas del Quinteto para piano en la mayor. La pegadiza melodía del lied volverá a aparecer en su cuarto movimiento. La obra ha funcionado instrumentalmente a la perfección. La contrabajista Laurène Durantel ha sido la encargada de modernizar el discurso, sobre todo en un segundo movimiento rabiosamente sensual. En éste, el conjunto ha ralentizado el tempo súbitamente y ha llevado el discurso a terrenos minimalistas, con reminiscencias dub que no encajaban para nada en lo que se había presentado hasta el momento, pero que han funcionado y han consolidado el quinteto hasta el final del concierto. Melnikov se regocijaba en los acordes staccato cuando han empezado las variaciones sobre la melodía de La Trucha. El juego instrumental se desenvolvía con naturalidad, el violín de Isabelle Faust reposaba sobre la viola de Boris Faust, no sin algún malentendido en los sforzandos; se ha echado en falta más protagonismo del contrabajo, pero Schubert no estaba para tanta innovación. El quinto movimiento, innecesario, ha cerrado esta propuesta redonda, ejecutada magistralmente y con una proximidad que se agradece en programas variados como el de esta noche.