Saltear al contenido principal
El Respeto Del Silencio

El respeto del silencio

By JAIME BERMÚDEZ ESCAMILLA    MAR. 18, 2019

Es la primera incursión en el Palau de la Música del islandés Ólafur Arnalds. Cuatro años han pasado desde su último concierto en una sala de medio formato de la ciudad, y el reclamo de su nombre abarrota hoy el Palau. Arnalds presenta su nuevo trabajo, “re:member”, fruto de dos años de trabajo en el desarrollo de “Stratus”, una herramienta de música generativa desarrollada en junto al programador y músico Halldór Eldjárn. Este algoritmo establece un marco lingüístico en el que el compositor formula preguntas que son respondidas por dos pianos mecánicos que improvisan en una aleatoriedad contenida.

Lejos de ser un mero avance tecnológico, Stratus supone la materialización matemática del propósito de redefinir el proceso creativo. En “re:member” Arnalds confía en la experimentación y en la reformulación del método como punto de partida para una renovada fuente de inspiración. La controlada aleatoriedad generada por los pianos, delimitada por parámetros definidos por el propio artista, actúa como catalizador de ideas nuevas que surgen a partir de patrones imprevisibles. El resultado es un Ólafur aún reconocible, pero renovado, remembrado. Esta obra traza una línea conceptual más desdibujada y amplia que en anteriores trabajos, que realiza una mayor exploración textural e instrumental con la adición del viento madera, -que ya tanteaba en “Island Songs”, su trabajo anterior de corte documental- y la reincorporación de la batería orgánica de sus primeras obras, sin dejar de lado los pasajes electrónicos.

Sobre las dilatadas cuerdas de “Carry Me Anew” Arnalds camina descalzo sobre las tablas del Palau hasta el piano. A su izquierda, los secretos de su vaporoso sonido: su inseparable Space Echo de cinta y el sintetizador Juno 60. Abren la noche las notas de la dolorosa “Árbakkin”, brotada de la voz del poeta Einar Georg Einarsson. Le sigue “Only the Winds”, canción pivotal de su anterior disco, construida en torno a un movimiento dinámico que hace grandes esfuerzos pero que no consigue levantar el vuelo hasta el final. Los pianos mecánicos aún duermen. Haciendo honor a su nombre, “unfold” desvela por fin el gran misterio de los pianistas ausentes. Hacia la mitad del espectáculo Ólafur abandona su posición central y se recluye en uno de los pianos autómatas, dando la espalda al público. Entonces el espacio se contrae y se reduce a un pequeño salón. El fieltro que arropa las cuerdas del piano irradia la calidez de un hogar con el crepitar de sus pequeñas imperfecciones. Entonces el pianissimodel compositor sobrecoge y enmudece a los dos mil pacientes, que al cabo de la noche aplaudirán estruendosamente con devota gratitud durante más de cinco minutos, hasta que Ólafur vuelva al escenario para cerrar con dos joyas finales: una revisión de la luminosa canción que lo sacó de su pequeño gran país, “3055”, y una fragilísima interpretación de “Lag Fyrir Ömmu”, donde las débiles resonancias del piano sin amplificar abrazan al ruido de ambiente de la sala, que se incorpora a la pieza. Como era inevitable la melodía acaba por romperse y solo queda un silencio que nadie osaría romper con un aplauso.

Sobre el escenario el cuarteto de cuerda guiado por el violinista Viktor Orri Árnarson, mano derecha de Arnalds, impregna su interpretación de complicidad y respeto por la obra del compositor y su discurso. Contagian su emoción al trazar con delicada precisión los quejumbrosossul tastofirma del compositor islandés, que descansan ahora sobre densas texturas tremoladas. El conjunto debe funcionar con la precisión de un reloj bajo el nuevo orden, que añade a la singularidad minimalista de cada nota la complejidad de guiarse por las secuencias programadas que dirigen a los pianos y las programaciones electrónicas. La nueva adición a la plantilla, el batería Christian Tschuggnall, interpreta con elegancia y técnica los complejos pasajes rítmicos, muestra de la influencia de la electrónica (una de muchas) en la nueva obra del artista. Salvedad notable en el repertorio de la noche la de la siempre aplaudida “3326”, el solo de violín interpretado en esta ocasión por Sólveig Vaka Eyþórsdóttir, quien comienza con un tempo rubatoarrastrado que deriva en una interpretación algo atropellada, por momentos insegura, y que carece de la fuerza que esta obra suele adquirir en directo.

El trabajo de iluminación de Nico De Rooij y Stuart Bailes, colaboradores habituales de Arnalds, es sencillamente magnífico. La luz camina tan cerca de la música que a veces parece poder explicarla, o incluso justificar la repetición de algún pasaje adicional. La iluminación responde a cada nota, y se reviste y se desnuda con la música, naciendo como un único destello evocador y estallando en un baile incesante de color que resuena en los contornos del Palau e integra sus sombras y reflejos en la obra.

Ólafur Arnalds entra en el Palau de la Música con paso humilde y contenido, y sobre el escenario su música se abre y florece irradiando emoción y cautivando a un público que, cómplice, le corresponde con el más valioso y difícil regalo que una multitud puede ofrecer: el respeto del silencio. El compositor islandés forma parte de una generación de artistas decididos a cuestionar las convenciones del medio, permeabilizándolo a influencias externas y apelando al gran público: propios y ajenos. Sin duda es algo por lo que debemos estarles agradecidos.

palaumusica.cat

Volver arriba