¿Para qué sirve el arte?
JOSUÈ BLANCO JUN. 7, 2020
Hace una semana nos dejó Christo Vladimirov, uno de los artistas conceptuales más significativos del siglo XX. Las ideas que nos lega nos siguen interpelando hoy en día, además de dejarnos abierta una incómoda pregunta: ¿para qué sirve el arte?
En estas líneas vamos a repasar algunas claves que marcaron el trabajo de Christo y cómo estas mismas están presentes en el mundo de la música.
La naturaleza tiene un lugar central en su obra. Si bien Christo trabajó sobre muchos edificios emblemáticos, el agua, los lagos, las islas y las montañas también se vieron cubiertas por sus telas. En ocasiones con afectaciones trágicas para la fauna y el ecosistema, como el caso de Wrapped Coast.
Seguramente no era la voluntad del artista, pero no hay que olvidar tampoco los “errores” que se pueden llegar a cometer en nombre del arte.
Más allá de esto, la propia visión del artista en su proceso creativo nacía y se nutría de la naturaleza: como punto de partida, en ocasiones, pero también como elemento transformador de la propia obra de arte: el viento o las olas daban vida a sus instalaciones, algo que fascinaba al artista.
En el panorama de la música contemporánea destaca otro artista con una fuerte visión de la naturaleza en su obra: en el repertorio de John Luther Adams encontramos dos obras hermanas con un fuerte compromiso con la naturaleza, Become Ocean y Become Desert. Dos obras colosales, tanto por su envergadura como por su orquestación, que sumergen al oyente en un vasto espacio sonoro donde perderse en las formas y las repeticiones del material música. Así, el espectador se une con la música y a su vez con la naturaleza.
Es curioso señalar también dos de las críticas que recibió el estreno de Become Ocean: la crónica que publicó The Seattle Times, tachaba la obra de tibia aunque “agradable”, añadiendo: “después de los primeros 20 minutos más o menos, las ideas musicales habían seguido su curso, y no hubo más desarrollos para justificar el mantenimiento de la pieza”. Por el contrario, The New Yorker señalaba: “puede ser el Apocalipsis más bello de la historia de la música”.
Esto también fue una constante en la obra de Christo, una sociedad expectante ante su obra y dividida entre sus detractores, quienes consideraban su obra vacía y sin justificación, y sus admiradores, fascinados por la singularidad de su trabajo.
En ambos casos la obra tiene una función que cabe señalar: sacudir al público y obligarlo a mirar a su alrededor, señalando un objeto o un detalle concreto de su realidad cotidiana. De hecho, la obra de Adams nos habla de algo tan trascendental como básico, la idea de simbiosis, de cómo los efectos de la actividad del hombre afectan a la naturaleza. Esa masa sonora que Adams nos muestra nos empuja hacía un irremediable final: la humanidad volviendo a convertirse en los océanos primitivos, en su propia destrucción.
Por tanto hay un segundo aspecto que se desprende de todo esto: la obra de arte tiene un mensaje para la sociedad, hoy. Como decía Christo: “cualquier interpretación «sobre la obra de arte» es legítima, ya sea crítica o positiva, todo te hace pensar, por eso somos humanos, para pensar”. El repertorio musical está lleno de obras cuya finalidad, aparte del propio resultado sonoro, es hacer pensar al público, o, si no, al menos removerlo. Sin irnos muy para atrás en el tiempo y para no hacer la lista muy larga podemos destacar algunas obras como: 4’33’’ de John Cage, o Einstein on the Beach de Philip Glass.
Otro elemento clave es que sus proyectos eran únicos. Quizá se repetían las técnicas y las características, pero nunca volvía sobre una obra ya hecha. Sus obras estaban construidas para intervenir con su entorno en un momento concreto, imposible de volver a visitar, salvo por los bocetos que se conservan; es decir un espejismo atemporal.
Estos atributos ahora expuestos se podrían también asignar a cualquier compositor: aún con estilos y procesos de composición distintivos de cada uno de ellos, cada obra es única y diferente, es más, cada interpretación de una misma obra es diferente.
Como decía Mahler: “cada sinfonía es un mundo”. En cada nueva obra el compositor abre un agujero en ese espacio atemporal que solo puede ser percibido mediante la ordenación de sonidos: eso es la música. En cada nuevo concierto se abre y se cierra ese espejismo.
Por ello, el arte es camino, no resultado. Si bien lo que percibe el espectador/oyente es un objeto “acabado”, ese objeto no deja de ser la unión de otros factores más determinantes para el artista, como son el tiempo y la maduración de un concepto o idea que será el que dará forma a la obra de arte. El proceso que lleva de esa idea a la obra de arte acabada es lo que para Christo era el arte; no es de extrañar, entonces, que sus procesos de elaboración artística fuesen muy largos.
De nuevo, algo que podemos encontrar en el campo de la música: son muchos los autores que volvieron a visitar sus esbozos antes de dar por concluida una obra. Más allá de la propia inseguridad del artista, como se suele ejemplificar con en el caso de Bruckner, los compositores han pasado por este camino como el proceso de construcción personal y artística que es realmente, con la pregunta constante de cuándo una obra está finalmente acabada. Boulez lo trata en sus Estudios, bajo la idea de “trabajo en progreso”, una visión elaborada sobre el desarrollo de las ideas musicales y la forma abierta.
Así pues solo queda resolver la pregunta del principio: ¿para qué sirve el arte? O más aún, ¿cómo respondería a esa pregunta Christo?
Una de sus más célebres frases lo resuelve: “hacemos cosas hermosas, increíblemente inútiles, totalmente innecesarias”.
El arte nos eleva como individuos y como sociedad, nos permite comunicar lo inenarrable, comprender al otro, disfrutar de la naturaleza, imaginar lo fantástico, calmar a las fieras, entender de dónde venimos, gritar por la injusticia, alegrarnos en lo que nos une, soportar el sufrimiento,…
Sin embargo, Christo nos dice que el arte no sirve para nada, más allá de su propio goce estético, lo que hay detrás, todo lo que se le quiera sumar o restar, tendrá que ver con el propio espectador, y su interés por descubrir la voluntad del artista, sí existe.