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Lo Que Nos Deja Ennio Morricone

Lo que nos deja Ennio Morricone

JAIME BERMÚDEZ     JUL. 6, 2020

En la historia de la música late hoy una nueva ausencia, la de uno de esos ingenios clarividentes e iconoclastas que arrojaron la música del siglo XX más allá de lo conocido: Ennio Morricone. Quizá en el imaginario colectivo su nombre esté irremediablemente ligado al de Sergio Leone por un puñado de westerns, pero hablamos de un profundo amante y conocedor del lenguaje cinematográfico que con su poliédrica obra acabó por definir el papel de la música en el cine. Probablemente sería más justo recordarlo por su trabajo en el cine social, reflejo de su honda preocupación por el ser humano y por su tiempo, y de la firme espiritualidad que guió sus pasos. No nos quedemos tampoco en eso. Su música absoluta, aquella que se mantuvo al margen de la pantalla, nos muestra a un compositor de vanguardia, uno de los hijos del serialismo y de la música concreta. Un ávido orquestador tocado por las musas, que nos trajo a la paleta colores que nunca antes habían estado allí. Pongamos por caso sus incursiones en la música concreta y los primeros sintetizadores, su onomatopéyico uso de la voz, la plañidera guitarra de Alessandroni o sus eternos silbidos.

En el interior de esta ya leyenda se ocultaba un asombroso ser humano. Sus palabras atisban esa humanidad en las conversaciones con su protegido Alessandro De Rosa que recoge En busca de aquel sonido. Allí se relata cómo un ingenuo De Rosa consiguió hacer llegar al maestro una maqueta con sus bienintencionadas composiciones. Imaginen la sorpresa del muchacho cuando al llegar a casa su madre le transmitió el recado del señor Morricone: “que le llames, dice”. Esta anécdota, y la larga relación a la que dio pie, nos hablan del cariz profundamente sensible y generoso del maestro. Decididamente él no fue una gran figura de Hollywood. Rechazó de pleno la llamada de las luces para quedarse en su Italia natal con sus hijos y su inseparable Maria Travia, a la que pedía perdón por su eterna ausencia. Fue ella el pulso que mantenía el mundo vivo al otro lado del despacho en que se enclaustraba aquel irrefrenable creador, apartándose de su familia muy a su pesar. Y es que, aunque nos resultaría imposible sondear la profundidad del calado de su obra en la música que nos rodea y que está por venir, su legado llega mucho más lejos. Ennio no solo nos ha dejado un arte renovado que nos toca cuidar, sino el ejemplo de honesta dedicación, sacrificio y humildad que envisten las obras verdaderamente estimables, y la lección de que nada de lo humano debería sernos ajeno.

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