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Un Weekend De órdago, Un Weekend De órgano

Un weekend de órdago, un weekend de órgano

GONZALO VILLEGAS     MAR. 3, 2023

Ese poderoso pero malogrado instrumento, al que “le pegaban todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro también con una soga”, diría el parisino, de sepultura, César Vallejo. ¿Acaso culpado de un mecenazgo milenario demasiado eclesiástico? 

Atestiguan de lo contrario a la mala reputación las recientes sepulturas en la muy misma ciudad: un organístico arreglo de Fauré para coro sin orquesta en Saint-Étienne-du-Mont (¡entrada libre!), mini-conciertos dominicales de 30 minutos en Saint-Eustache (¡entrada libre!), y el weekend de órgano que nos atañe en las próximas líneas (el asiento más caro costaba 20 euros); sin obviar la vecina Britannia, donde la mediática tik-tokera Lapwood está resarciendo la reputación del órgano.

La ciudad de París apostó por un set de siete programas distintos en torno al malogrado instrumento en un mismo fin de semana (18 y 19 de febrero de 2023): en la sala Pierre Boulez, en la gran sala de la Philharmonie, en el museo de la música, y en el anfiteatro de la Cité de la Musique, reuniendo familias, niños, orquestas, coros, y organistas. 

Les apuntamos a continuación la hora punta de dicho finde: los “Choeurs d’orgue”. ¿Quién podría resistirse, cuando uno ve en la programación dos piezas de Messiaen, un Thomas Adès, un Arvo Pärt, y un Ligeti? Cabe añadir más: se intepretaron cuatro piezas de compositores vivos, dos de ellas primières de encargos comisionados por la Philharmonie de París, y otra de ellas por Thomas Lacôte, profesor del conservatorio CNSM, actualmente ocupando la banqueta que antaño ocupó Messien durante 60 años. 

Las fuerza involucradas en el concierto fueron de aúpa. Cual Gergiev a punta de lápiz, Catherine Simonpietri hizo alarde de su experiencia en dirección coral, un tanto modificada, apostando por un alto nivel de correción y, ¡alas!, poco apertura a abrazar riesgos. Se le añaden un jovencísimo muy laureado Karol Mossakowski (gran showman también en el estreno de Diana Soh, On, off and on again), cuatro coros de la geografía francesa, y un llamativo recientemente construido órgano filarmónico de más de 5000 tubos, cuyo coste fue sufraguado por muchísimas donaciones individuales de ciudadanos bajo el programa “apadrina un tubo del órgano” (una práctica que se halla con frecuencia creciente en tierra francesa). 

No fue de menor talla la ejecución del concierto: unos Motetes de Lacôte que no sonaban a la vieja Notre-Dame, sinó que sabían a 1984; unos Messiaen trufados de ruiseñores (con borboteos agudos al órgano), a quien gustábase de salir al campo y tomar dictados de sus cantos, trufados también de holocausto y catástrofe alla Penderecki; una solística pieza para órgano tan virtuosamente resuelta como entretenida donde Mossakowski alardea de tocar todas las teclas, todos los pedales, todos los botones, abrir y cerrar todos los porticones del órgano que ocultan tubos, y acaba enloquecidamente huyendo del instrumento y de la sala arrugando y perdidamente confundiendo todas las páginas de la partitura. 

¿Y qué más, y qué más?  Llegó Arvo Pärt con su presencia lenta y su tono hondo a revolver todo lo freudiano de cuantos allá nos personamos. Como si se tratase de una gigante sinfonía de Mahler, se reunieron todas las masas musicales en el auditorio: nadie tenía prisa, nadie pretendía ser el protagonista. Resultó en una visceral comunión de humildad y confundioso placer sensorial de los que hacían música y de los que la escuchaban. No pensé que el Lux Aeterna de Ligeti fuese humanamente musicable sin recursos electrónicos, con semejante densidad tonal de los órdenes matemáticos. Las cantantes del coro femenino de Aubervilliers, todas ellas con diapasón en mano tratando de encontrarse dentro de ese gigante sonoro, nos hicieron alzar a mi y a los que me rodeaban en ovación con pasmados ojos abiertos como platos. Noriko Baba y el estreno de su Ondes I cerraron el concierto: la música se espacializó, tomando los intépretes todo el alrededor del auditorio de la Philharmonie, algunos soplando vocales con tubo de órgano en boca, otros cacareando consonantes y onomatopeyas en circumvalación. ¡Qué gozo tan diferente al de escuchar nuestros discos en casa, con Hi-Fi estéreo o surround!

Si ven programado el De Profundis de Arvo Pärt en alguna ciudad cercana, no se lo piensen dos veces y acudan. Será tremendo; no es necesario el órgano para hacerlo retumbar todo. Si la curiosidad les gana todavía más, no piensen que los constructores de órganos y afinadores son cosa solo de los afincados monopolios en tierras germánicas, holandesas, y francesas. En la pedanía de Barcelona se encuentra Albert Blancafort, su taller y su equipo . Ellos son los factores del malogrado construido en la escalinata interior del Palau Güell y el malogrado construido en la Sagrada Familia, donde suena música frecuentemente sin el tono sacro. Otramente, si se encuentran merodeando por Londres, acérquense al Royal Albert Hall, quizás coincidan con Lapwood practicando al órgano y tocando Star Wars o Interstellar, o incluso les toque el Happy Birthday, díganle si hoy es su compleaños, aunque sea en broma.

El patrimonio musical no es solo reliquia de antiquario e iglesia, cabe lugar a se renovar. Reciban nuestros vivos compositores, intérpretes y semejants esfuerzos de (algunas) instituciones una ovación y un aplauso. Abran sus wikipedias y naveguen, porque esto solo ha hecho que empezar.

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