Una misa a altas temperaturas
By ISRAEL DAVID MARTINEZ SEP. 12, 2016
Con doce minutos sobre la hora prevista, el director italiano Gianandrea Noseda inauguró la temporada 16/17 del Palau 100 en el Palau de la Música Catalana de Barcelona.
En el programa, una única obra, la Messa da Requiem de Giuseppe Verdi. Como compañeros de viaje dos formaciones de referencia contrastada, la London Symphony Orchestra y el Orfeó Català.
El cuarteto solista estuvo formado por Erika Grimaldi, soprano, Violeta Urmana, contralto, Saimir Pirgu, tenor, y Michele Pertusi, bajo.
En una sala de conciertos a reventar –petada de gent– y una temperatura asfixiante, al menos donde uno se encontraba, Noseda ofreció una lectura más correcta que emocionante. El maestro dirigió con ímpetu y alegría pero estuvo lejos de extraer lo dramático de aquello que, aparentemente, es liviano. Se echaron de menos, por ejemplo, progresiones de tempo de gran amplitud y fue avaro, hasta el delirio, con la movilidad métrica que sugieren aquellos ritardandos necesarios para humanizar el discurso.
También es cierto que la London Symphony Orchestra no es, ni lo será nunca, el instrumento ideal para esta obra. Un sonido plano, poco dúctil y con una presencia de poco recorrido hicieron que, compás tras compás, la música no llegara al fin deseado. Se debe entender que la partitura requiere una orquesta de dimensiones importantes –Verdi exige ocho trompetas–, en cambio los ingleses se presentaron con una cuerda en la que solamente participaron seis contrabajos. Y ese detalle, desafortunadamente, tuvo consecuencias nefastas en el sonido general. No tuvimos en ningún momento la sensación de unos bajos que apuntalaran el sonido. ¿El problema era el espacio? ¿No cabía nadie más en el escenario? Se anulan las primeras filas de platea y se consiguen unos metros cuadrados muy valiosos.
Otro cantar muy diferente fue el mostrado por los cuatro solistas. La Grimaldi junto a la Urmana, fabulosas ambas, se hermanaron en los dúos para ofrecer los momentos más bellos de la noche.
El Orfeó estuvo en su papel, profesional, sin llegar a niveles a los que tiene acceso.
Unos breves segundos, escasos, de silencio final y numerosos bravos y aplausos de una auditorio que, tras abanicarse durante hora y media, disfrutó de una magnífica obra.
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