Personalidad y genio
En un momento como el que se vive actualmente en el mundo de la música clásica, en un punto en el que, últimamente, las versiones historicistas ganan cada día más adeptos, el Zehetmair Quartett atestiguó con aboluta firmeza que lo personal todavía tiene un pequeño lugar en este mundo. Por ahora.
El recital del pasado martes 28 de febrero en el Palau de la Música estuvo compuesto por obras de Joseph Haydn y Paul Hindemith. Curioso. Curioso por la combinación de repertorio, curioso por lo sorprendente que resulta que se programe Hindemith aquí y ahora. Como cuarteto, declararon la perspicacia y la espontaneidad como principios esenciales en su música desde la primera nota.
Con Haydn, brotó la vena más genial del maestro y fundador del cuarteto, Thomas Zehetmair, que además de venerar la delicadeza y pureza de las dos obras del compositor austríaco, supo enaltecerlas con su estilo y gracia explotando, a lo largo los distintos movimientos, todos los recursos de improvisación existentes. En el Cuarteto núm. 5 en Fa Mayor Op.3 “Serenade”, desafió el texto en la repetición de cada parte y logró, sin excepción alguna, un resultado fantástico: un Haydn volátil, ligero, brillante y virtuoso pero a la vez honesto y elegante, sin ningún fin pretencioso. El segundo movimiento, responsable del nombre de la obra, fue un momento sencillamente mágico, la materialización de la inocencia e ingenuidad de un niño. Colocados como si de guitarras se trataran, los pizzicati del segundo violín y la viola, junto con el cello, estamparon un bonito horizonte donde la canción se mecía serenamente. En el Cuarteto núm. 3 en Do Mayor Op.76 “Kaiser”, ratificaron su idea sobre Haydn con un concepto de sonido moderno, lleno y grande, y un tempo flexible que daba una libertad necesaria para pronunciar cada palabra.
Si en Haydn demostraron ser capaces de ir más allá de las notas establecidas, con el Cuarteto núm. 5 en Mi bemol Mayor Op.32 de Paul Hindemith exhibieron el lado más técnico del instrumento de cuerda más grande, el cuarteto. El primer compás, brutal e implacable, fue sólo el comienzo de un lapso de tiempo en el que el reloj dejó de contar segundos. Aquí el sonido cobró un sentido más denso y robusto, la viola adquirió un protagonismo insólito pero elocuente y la delicadeza y la finura fueron sustituidas por la tenacidad y la fuerza. Sin duda, una interpretación impresionante e imponente.
A menudo ser diferente crea una sensación de vértigo y desamparo que la mayoría de mortales no sabe gestionar para que se convierta en algo positivo y beneficioso. El Zehetmair Quartett ha sabido no sólo disfrutar las diferencias sinó germinarlas hasta florecer. Y es que a veces, ser diferente puede evidenciar lo mejor.
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