Cómo la tecnología está transformando los viajes
(Imagen DALL·E)
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ ENE. 31, 2025
Una tarde de enero en Bilbao, Oihana Holland se detiene en una esquina del Casco Viejo, levanta la vista y respira hondo. A su alrededor, los turistas que la siguen con paso expectante se arremolinan bajo los aleros centenarios de las tabernas. “Aquí,” dice ella, señalando una puerta de madera gastada por los años, “se cocina lo que para muchos es la mejor tortilla de patatas de la ciudad.” Un murmullo de emoción recorre al grupo mientras sacan sus teléfonos móviles y escanean un código QR impreso en una discreta placa junto a la entrada. En segundos, sus pantallas despliegan la historia del bar, entrevistas con sus dueños y la receta secreta de la tortilla, aunque, como en toda buena historia gastronómica, hay detalles que nunca se revelan del todo.
Holland, fundadora de Bilbao Food Safari, está acostumbrada a ver cómo la tecnología despierta un nuevo tipo de curiosidad en los viajeros. No se trata solo de contar historias, sino de sumergir a la gente en ellas. Y es que el turismo ya no es lo que era. Si antes las guías de papel dictaban el rumbo de los viajeros, hoy son los algoritmos los que sugieren, organizan y hasta personalizan las experiencias.
Los cambios han sido rápidos y profundos. Antes de reservar un billete de avión, es posible visitar virtualmente la habitación de hotel donde uno se alojará, recorrer en 3D las calles de un barrio desconocido o sumergirse en una simulación de la experiencia gastronómica de un país lejano. En Benicàssim, por ejemplo, los visitantes pueden diseñar sus propios itinerarios a través de recorridos experienciales guiados por una aplicación que analiza sus intereses y ritmo de viaje. En una época en la que la personalización es la clave del consumo, el turismo no es la excepción.
La inteligencia artificial también ha entrado en escena con un papel protagónico. Empresas como Amadeus, con sede en Madrid, han desarrollado sistemas capaces de diseñar itinerarios casi a medida, analizando preferencias, historial de búsquedas y hasta hábitos de gasto del usuario. ¿Busca una escapada tranquila? Se le sugerirán pueblos costeros y hoteles boutique con spa. ¿Prefiere una inmersión cultural? Las recomendaciones incluirán museos, rutas de arte urbano y mercados locales. Mientras tanto, los aeropuertos experimentan con reconocimiento facial y sistemas biométricos para eliminar la fricción en los controles de seguridad y embarque, haciendo que el trayecto sea cada vez más fluido y, en teoría, menos exasperante.
Pero quizá el cambio más profundo en la forma en que viajamos no sea tecnológico, sino filosófico. La sostenibilidad ya no es una tendencia, sino un requisito. La Plataforma Inteligente de Destinos (PID), promovida por el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo de España, busca optimizar el flujo de viajeros para reducir la presión sobre los destinos más concurridos y fomentar el turismo en áreas menos exploradas. La tecnología no solo promete mejorar la experiencia del viajero, sino también minimizar su impacto.
De vuelta en Bilbao, el grupo de turistas de Holland se adentra en una de las tabernas centenarias del Casco Viejo. En la barra, un camarero alza una cazuela de hierro y deja caer una tortilla de patatas sobre un plato de loza con un gesto preciso y ensayado. Los visitantes observan, algunos con sus teléfonos aún en la mano, pero todos con los ojos clavados en la escena. En ese momento, lo digital cede ante lo tangible, y la experiencia del viaje vuelve a su esencia más pura: un plato compartido, una historia contada al calor de un mostrador de madera, el instante fugaz de descubrir algo nuevo y auténtico. Y, por supuesto, la certeza de que, en cuanto vuelvan a casa, todo quedará registrado con un solo clic.