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Cuando La Música Lucha Por Hacerse Oír

Cuando la música lucha por hacerse oír

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     ABR. 10, 2025 (Fotos: ©Toni Bofill)

En teoría, todo apuntaba a una velada de alto voltaje lírico. Diana Damrau y Jonas Kaufmann, acompañados por el mítico pianista Helmut Deutsch, se presentaban el pasado 8 de abril en el Palau de la Música Catalana con un programa exquisitamente tejido entre Strauss y Mahler. Pero lo que debía ser una celebración de la intimidad vocal se convirtió, por momentos, en una lucha por preservar el silencio.

La grandeza del Palau es indiscutible. Su arquitectura modernista, su historia centenaria, su lugar de culto en el corazón cultural de Barcelona. Sin embargo, no toda joya arquitectónica es amiga de la música de cámara. Y el recital del martes lo dejó dolorosamente claro.

Desde los primeros compases, se percibió una cierta incomodidad en el escenario. Damrau, radiante y expresiva como siempre, ofreció lecturas matizadas de los lieder de Strauss, aunque interrumpidas de forma involuntaria por una tos persistente que, sin llegar a comprometer su rendimiento, añadió una nota de fragilidad. Kaufmann, magnético incluso en la contención, desplegó su timbre sombrío con el cuidado artesanal que lo distingue. Ambos, sin embargo, parecían batallar no solo con las exigencias de un repertorio vocalmente intrincado, sino con un contexto que conspiraba contra la concentración.

Porque la verdadera perturbación vino desde la platea. Una cadena de teléfonos móviles —primero discretos, luego impúdicos— fue tiñendo de sonido no deseado un recital que pedía recogimiento. La gota que colmó el vaso llegó cuando el propio Kaufmann, visiblemente afectado, interrumpió su silencio para pedir respeto al público. Fue un gesto digno, casi pedagógico, pero también un signo de los tiempos, la música –incluso en sus templos más ilustres– ya no está a salvo del ruido del mundo.

El programa merecía mejor suerte. Strauss, con su habitual mezcla de lirismo expansivo y refinamiento armónico, halló momentos de genuina belleza en canciones como Allerseelen o Ruhe, meine Seele, donde Deutsch sostuvo con maestría un equilibrio entre el lirismo y la transparencia. Mahler, en la segunda parte, ofreció la veta más introspectiva de la noche, con Ich bin der Welt abhanden gekommen como cima emocional. Kaufmann estuvo, ahí sí, verdaderamente sublime.

Pero la velada dejó una pregunta suspendida en el aire, más allá de las notas y los aplausos: ¿es el Palau —o el Liceu, en su caso— el lugar adecuado para un recital de lied con piano? Desde esta tribuna lo venimos diciendo hace tiempo. La canción de cámara, por naturaleza, requiere otro tipo de espacio. Un aforo más contenido —800 personas como máximo— permitiría no solo una mejor proyección acústica, sino también un vínculo más auténtico entre intérprete y oyente.

Al final, lo que quedó fue una sensación ambivalente, la de haber presenciado un acto de excelencia artística enfrentado a una realidad ruidosa e indiferente. Damrau, Kaufmann y Deutsch ofrecieron todo lo que pudieron, incluso más. El resto, por desgracia, no dependía de ellos.

Más información:

https://www.palaumusica.cat/es

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