A la luz de los números, el Big Data en la música
By JOSUÉ BLANCO AGO. 12, 2018
El público de música clásica decrece en nuestro país un 22,4% en la última década, ante una programación continuista basada en los grandes nombres y títulos de siempre. Este es uno de los resultados del estudio del musicólogo Miguel Ángel Marín con el título Reto al oyente: como cambiar tendencias en la programación de la música clásica.
Beethoven, Mozart, Bach, Brahms, Schubert y Debussy son los seis grandes nombres que monopolizan el 20% de los ciclos y conciertos de música sinfónica, mientras que Mozart, Verdi, Puccini, Wagner, Rossini, Donizetti, Richard Strauss, Bizet, Janacek y Händel representan el 75% en las carteleras de las salas de ópera. Estos datos, aunque notables, seguramente no sorprenderán a los asiduos en las salas de conciertos, muchos de los cuales ya advertían este hecho desde hace tiempo.
Miguel Ángel Marín pone encima de la mesa esta situación y plantea cuales son las raíces del problema: una programación conservadora y un acomodado público menguante.
Bachtrack. El Big Data
Cabe señalar la fuente principal de los datos de Marín: Bachtrack es una de las páginas con la más completa agenda de conciertos y ciclos alrededor del globo, donde podemos buscar por ciudad, categoría o estilo deseado. La mejor representación de lo que es el Big Data aplicado al campo de la música.
El Big Data describe el inmenso volumen de datos que inundan internet con información casi infinita de cualquier parámetro de búsqueda. Lo que importante con el Big Data son los análisis que podemos extraer, y que las empresas están empezando a dominar, sobretodo los procedimientos usados para encontrar patrones repetitivos dentro de esa cantidad ingente de datos.
Esto es, entre otras cosas lo que nos permite realizar Bachtrack, encontrar toda la información posible en base a una palabra clave. De esta manera Marín ha podido desarrollar un estudio con toda esta valiosa y apurada información.
La flauta Mágica de Mozart, es uno claro ejemplo de obra inmortal que copa todos los auditorios.
En las manos del programador
Visto este aspecto tan alarmante debemos enfocar-nos en la raíz del problema, es en esta búsqueda que el musicólogo señala a los propios programadores como aquellos que tienen la llave para cambiar este problema, el propio Marín es programador de la sección musical en la Fundación Juan March. Desde esta posición reconoce los avances y los problemas del panorama musical español. Se ha de reconocer que no es un asunto baladí puesto que los programadores deben jugar entre la novedad y la tradición para conseguir que un público muy diverso se sienta atraído, pero esta dificultad no debe ser una excusa para solo buscar un patio de butacas lleno.
Son muchos los programadores que han salido a dar su fundada opinión al respecto, defendiendo el equilibrio que debería haber entre estas dos líneas: innovación y tradición, a la vez ponen el foco de atención en un problema mayor: nuestra sociedad no tiene una hábito ni hacia la música ni hacia el arte, si el público tampoco busca una experiencia auténtica en el arte, o en el acto de ir a escuchar música, la función del programador se reduce a alimentar los grandes tópicos intentando aportar alguna novedad siempre con cuidado.
Ir más allá
Des de Press-Music agradecemos la colaboración de Robert Brufau, director de programación de l’Auditori, quien nos dio su opinión sobre este comprometido asunto.
Para Brufau hablar solo de la responsabilidad determinante de los programadores y el tratamiento de las disciplinas artísticas tanto a nivel académico como a nivel administrativo, no representa la totalidad del problema. Según Brufau existen dos elementos que se olvidan:
Por un lado se debe tener en cuenta como se estructuran los presupuestos en la programación, dado que gran parte de los proyectos musicales se financian con dinero público. “¿Que políticas de generación de ingresos se imponen?” pregunta Brufau. Todos aquellos cercanos a la programación de l’Auditori sabrán que se ofertan diferentes ciclos en los que se enfocan estilos diferentes con programaciones distintas. Desde este punto de vista se pueden programar de forma continua música para todos los gustos. A la vez desde el punto de vista económico también representa un tipo de inversión diferente: “Si invertimos el dinero esperando un retorno inferior de generación de recursos propios, los márgenes permitirán riesgos necesarios. Estas políticas no las imponen los programadores si no los órganos de gobierno.” Para Brufau este factor es un elemento determinante.
A la vez esta idea nos permite atisbar que una concreta programación puede resultar un riesgo económico para determinadas salas o ciclos que no pueden plantear, como l’Auditori, diferentes ciclos con estilos y programas diferentes, demostrando que el factor económico vuelve a ser clave en este aspecto como parece obvio, y por tanto el programador debe saber mantener este equilibrio arriesgado entre lo rentable y lo atrevido, un riesgo que aún con la aportación pública muchos no pueden permitirse.
Héctor Parra, compositor residente de la OBC entre 2016-17, es una de las apuestas de l’Auditori por la renovación de la música sinfónica. En esta temporada 2018 presentaron el estreno de Inscape, finalizando su residencia un año más tarde.
El segundo elemento para Brufau, está directamente relacionado con el primero y es “plantear cual es el objetivo último de un gran equipamiento cultural i en especial los musicales.” En este aspecto Brufau señala la importancia histórica que han tenido las salas de concierto como el lugar idóneo para aquellas personas que buscaban un estímulo intelectual a la vez que una experiencia placentera. Dos elementos que no siempre tienen que estar forzosamente ligados en el campo del arte, y que no necesariamente se buscan en otras disciplinas artísticas.
Brufau llega a indicar: “Yo entiendo que para generar un cambio de tendencia al conservadurismo en la música clásica haría falta también entender los grandes equipamientos com espacios de reflexión, de modernidad musical i incluso de provocación.” Esta idea de Brufau va más allá de las propias intenciones del público, o al menos el público tradicional, aspirando a ser un modelo de superación, cambiando el concepto que hasta ahora se ha tenido de la sala de conciertos:
“Si en algunos de nuestros conciertos, al cabo de 15 minutos hay alguien que decide marchar de la sala, no nos deberíamos asustar. Si no al contrario, deberíamos entender que eso forma parte de una cierta normalización.”
Entender la sala de conciertos como un espacio de normalización y avance cultural es un paso hacía adelante que demuestra el papel importante tanto de los programadores como de las orquestas y músicos para plantear los nuevos retos y panoramas de la música hoy en día.
“Al fin y al cabo, consumir música exige un compromiso en tiempo superior al de las artes plásticas, por ejemplo, en que se puede dejar de contemplar una obra cuando se tenga suficiente.” Para Brufau este hecho es diferencial en la música y debe ir ligado a la experiencia global que se vive en la sala de conciertos: “la clave también se encuentra en el envoltorio; en como generamos una experiencia global a todos los niveles.”
Brufau finalmente vuelve a plantear la idea de los hábitos de consumo cultural de la sociedad actual, relacionándolo con la música que se consume hoy en día. Un distanciamiento claro que comporta un alejamiento de un amplio conjunto, pero que como indica Brufau, “este distanciamiento no ha estado siempre así. En este sentido, las dinámicas comerciales de los mercados y la industria musical en el sentido más amplio están jugando un papel determinante. Por no mencionar el cambio de tendencia que supuso la invención de la grabación y el consumo habitual de música grabada, como recurso que ha generado un impacto directo en los hábitos de escuchar música que no nos sea reconocible, y por tanto, nueva para nosotros. De hecho, según datos del CONCA 2017, un 77% de catalanes escuchan música grabada y un 39% asiste habitualmente a conciertos. Para el que no hay que hacer estadísticas es para saber qué parte de este 40% que asiste a conciertos escucha habitualmente música grabada.”
Buscar culpables siempre es fácil y asumir responsabilidades muchas veces es difícil, ser capaces de entender y ver el problema que viven nuestros auditorios hoy en día es un paso hacía esa normalización deseada de todas las capacidades que la música tiene aún para nosotros hoy.
Los responsables de la programación de nuestras salas de conciertos tienen un papel clave en este asunto, pero no son los únicos, las instituciones públicas y los centros de enseñanza también tienen una gran responsabilidad. Sin olvidar el gran actor que representa el público, un sector tan amplio y variado que difícilmente se puede individualizar pero que, en muchos sentidos, se ha acomodado a ser alimentado con todo aquello que se le ofrece con poco sentido crítico o activo, la pasividad transversal de nuestra sociedad sustenta también este hecho más allá de ciertas voces en el desierto.
La superación de este problema quizá pasa por cada uno de nosotros y con que carácter afrontamos el impacto del arte. Miguel Ángel Marín ha puesto el foco en una caja de Pandora que lleva tiempo abierta y que difícilmente se cerrará a gusto de todos.