‘Adriana Lecouvreur’ vuelve al Liceu
Estrenada en 1902, Adriana Lecouvreur es la obra más conocida de Francesco Cilèa , uno de los compositores más brillantes de la generación de Puccini y Giordano , que regresa al Liceo del 16 al 29 de junio.
La producción
En Adriana Lecouvreur, como ya había hecho en otras dos producciones que también se han visto en el Liceu —las de Andrea Chénier y La traviata, que volverá la próxima temporada—, McVicar optó por una escenografía de época, de principios del siglo XVIII, que nos traslada al tiempo en el que sucedieron los hechos originales que inspiraron la ópera de Cilèa. En este caso, no hay ningún gesto posmoderno, ni una sola concesión al estilo informalmente conocido como eurotrash: esta producción es rica en corsés y vestidos lujosos con faldas con forma de copa, pelucas empolvadas, levitas con botones brillantes y un encantador aire francés, todo diseñado por Brigitte Reiffenstuel. La decoración de Charles Edwards nos transporta sin subterfugios a los sitios especificados en el libreto: la Comedia Française, una villa noble en las afueras de París, el salón de un palacio, un apartamento humilde. Para mostrar la acción de la ópera y ampliar su significado no hace falta más, y ésta es una buena muestra de la inteligencia escénica de McVicar, que sólo necesita ser provocador cuando hay algún obstáculo que se interpone entre la obra y el público. Si no es así, lo normal es que la obra fluya sin interferencias.
Además de todo esto, existen dos temas centrales que recurren a Adriana Lecouvreur ya los que McVicar da una importancia principal: el arte como experiencia divina, y el amor como pasión incontrolable. Su dramaturgia, pues, incide en estos aspectos de una forma tan inteligente como eficaz.Adriana Lecouvreur es la historia de una actriz enamorada y arrastrada contra su voluntad en el interior de un triángulo sentimental que pone fin a su vida, y el mundo del teatro está muy presente en el libreto. McVicar sitúa el acto I en las bambalinas de la Comedia Française, pero trabaja el escenario -presidido por un busto de Molière justo en la embocadura- como si fuera un espejo: mientras la compañía se prepara para salir, también vemos sus acciones en escena, aparentemente observadas por otro público invisible que estaría al otro lado, frente a nosotros. El acto III, que incluye un número de danza —inspirado en el mito griego del Juicio de París—, es también fiel al espíritu histórico, y McVicar nos permite observar un auténtico ballet de corte de los tiempos de Luis XV, con una coreografía deliciosa de Andrew George. La reconstrucción histórica de los espacios, los comportamientos y el arte del período barroco francés resultan, pues, realmente admirables.
Sin embargo, el aspecto más destacable de esta producción, que ya pasó por el Liceu en la temporada 2011-2012, tiene que ver con las pasiones: el amor torrencial que une Adriana y Mauricio, y el odio que separa Adriana y la Princesa son las fuerzas emocionales de la ópera, y McVicar las trata con una dramaturgia clara y eficaz. Una de las decisiones de esta producción la encontramos en que se incentiva el contacto físico: los besos en la escena son reales, sin precipitación, se da tiempo suficiente a los intérpretes de Adriana y Mauricio para que, mientras recuperan el aliento después del esfuerzo de cantar, se den besos y se toquen como si estuvieran dominados por una pulsión sexual irreprimible. Al mismo tiempo, la Princesa transmite toda la maldad de quien decide asesinar a su rival a sangre fría: la relación entre ella y Adriana se construye poco a poco a partir de los celos, el desprecio, el odio y el afán de venganza, lo que concede a la producción no sólo una estética monumental de época, delicada y bella, sino también un interesante aspecto psicológico.
Argumento
Adriana Lecouvreur es la historia de una actriz, cuya protagonista la obra toma su título, enamorada de un noble llamado Mauricio, conde de Sajonia. Adriana es una mujer dedicada al arte ya su perfeccionamiento -se presenta como una intermediaria entre el genio del artista y el público-, que se verá envuelta, contra su voluntad, en una intriga política que pondrá fin a la su vida: Mauricio, que aspira a ser el rey de Polonia, busca la ayuda de la Princesa de Bouillon, una antigua amante que todavía sigue enamorada de él. Pero cuando ésta descubre que Mauricio ha olvidado su amor, y que sólo acude por interés estratégico, empezará a trazar un plan de venganza que apuntará directamente a Adriana, al que identifica como la nueva amante de Mauricio y, por tanto, su rival. Tras muchas intrigas repartidas entre el segundo y el tercer acto, que van testimoniando la feroz antipatía entre la Princesa y Adriana, en el cuarto se resuelve la tensión: Adriana recibe un ramo de violetas envenenadas; al aspirar el aroma de las flores también se intoxica y, por último, muere en brazos de su amante.
La muerte de Adriana es un cliché utilizado ampliamente en muchas óperas de los siglos XIX y XX: el de la mujer pasional, sobrepasada por una realidad que no puede controlar, que muere sin haber logrado el amor. Adriana es una heroína trágica de una dimensión similar a la Mimì de La bohème, Madama Butterfly o la protagonista de La traviata, con arias tormentosas, pero que muere de una manera irreal.
La partitura
Adriana Lecouvreur es una joya del romanticismo tardío italiano, un drama rebosante de melodía, de pasiones a flor de piel, de orquestaciones nítidas y exultantes; uno de los últimos ejemplos de la excelencia del lenguaje clásico antes de la irrupción del modernismo musical en Europa.
Adriana Lecouvreur es uno de los papeles más deseados por las grandes sopranos dramáticas, esas fuerzas de la naturaleza que aúnan lirismo y fuerza, las mismas que han construido carreras gloriosas de la mano de roles similares y de alta responsabilidad como Tosca, Mimì, Violetta (La traviata) o Madama Butterfly. La clave está en la belleza continuada que Cilèa le proporcionó al personaje, regalándole un aria desgarradora (Poveri fiori), una entrada apoteósica (Io son l’umile ancella), varios duetos colosales y algo más: dos partes declamatorias –en su aparición en el primer acto y al final del tercero– que permiten que las sopranos vayan más allá de sus límites y demuestren que, además de ser grandes cantantes, también pueden ser excelentes actrices. Es decir, un triunfo con Adriana Lecouvreur es la garantía de conseguir el certificado de diva, la más alta excelencia en el olimpo de la ópera. Y, como no puede ser de otra forma, estas próximas siete fechas del Liceu contarán con dos sopranos dramáticas de primera línea, la polaca Aleksandra Kurzak y la italiana Valeria Sepe.
El rol de Adriana es tan arrollador, que el resto de personajes que orbitan a su alrededor deben estar a la misma altura, en especial el de Mauricio, para tenor spinto. Este papel se lo repartirán el norteamericano Freddie De Tommaso y el francés Roberto Alagna, dos grandes talentos de dos generaciones distintas. Michonnet, un papel de corte cómico para bajo, lo cantarán Ambrogio Maestrien cinco fechas, y Luis Cansino los días 17 y 20 de junio. Los papeles intrigantes del Príncipe de Bouillon y el Abate de Chauzeil serán, en todas las funciones, para el barítono Felipe Bou y el tenor Didier Pieri, respectivamente. El tercer papel central de la ópera, el de la Princesa de Bouillon, la rival de Adriana, será para dos mezzosopranos de altísima categoría, la italiana Daniela Barcellona y la francesa Clémentine Margaine. El maestro estadounidense Patrick Summers conducirá todas las funciones, prolongando así su fértil colaboración con el Liceu, donde ha comandado varias producciones en su condición de director invitado, aportando siempre un sabio equilibrio entre pasión y comprensión racional de lo que demanda cada partitura. En definitiva, una batuta idónea para encontrar la perfecta conexión entre forma y alma de una obra mayor de la ópera del siglo XX.
Más información: