JOSÉ MARÍA GÁLVEZ OCT. 8, 2024 (Fotos: ©Javier del Real)
Adriana Lecouvreur, actriz francesa nacida a finales del siglo XVII, desarrollando toda su carrera al principio del siglo XVIII hasta su muerte en 1730, a punto de cumplir los 38 años. Hemos de suponer que su talento y su belleza iban a la par, pues la frecuentaron desde filósofos como Voltaire (1694-1778) hasta la nobleza que tristemente la llevó a su desgraciada muerte.
Historia real que ya está en sí lo suficientemente condimentada como para perpetuarse sin más, pero que ha dado origen a numerosas versiones en distintos campos escénicos como el teatro, la ópera y el cine, con mayor o menor acierto en su conversión en leyenda.
Francesco Cilea (1866-1950) estrena Adriana Lecouvreur el 6 de noviembre de 1902 con Enrico Caruso como tenor protagonista en el papel de Maurizio y la soprano Angelica Pandolfini como la gran actriz francesa. La participación de estos insignes cantantes y la grabación de algún aria, como el No, più nobile por parte del tenor italiano, con el autor al piano, contribuyó sin duda a su difusión, cosa que solo actualmente y con alguna del resto de sus óperas está sucediendo mediante los registros fonográficos.
Francesco Cilea se sirve del libreto de Arturo Colautti (1851-1914), profuso periodista que no descuidó otras sendas de la pluma como la literatura o su dedicación como libretista, donde sutilmente deslizó no poca crítica sobre ese estilo de vida, ya decadente en esa época, del Imperio Austrohúngaro que le vio nacer en tierras actualmente croatas: dálmatas más concretamente, y que le llevó a exiliarse en la Italia de finales del siglo XIX, tras diversos ataques y amenazas no solo verbales. El libretista se basa en los trabajos previos de dos dramaturgos parisinos, Agustin Eugène Scribe (1791-1861) y Ernest Legouvé (1807-1903), que previamente ya habían trabajado sobre la historia que hoy nos ocupa. Argumento que con pocas variaciones es base de no pocos libretos, pero que en la ocasión no nace de un invento del escritor sino que la realidad copia a la ficción para sentir celos de alguien que no te corresponde, esos celos criminales que la Princesa de Bouillon siente hasta en el tuétano por no tener la propiedad de su amante, que no de su marido del cual solo persigue título, posición y propiedades, que poco original. Celos como digo de la enamorada del amante, que no son otros más que la desafortunada actriz Adriana y el ínclito, correctísimo hasta la repulsión de Maurizio, conde de Sajonia. Se diría que la tragedia está servida, pero una situación tal no deja de tener su gracia, por lo que nos encontramos ante una commedia-dramma, tal como indica el programa de mano de estas representaciones. Hay que reconocerle al libreto que la homogeneidad en cada acto que nos salva de continuos cambios de escenario, si bien entre actos es insalvable.
La música de Cilea hace en todo momento lo que tiene que hacer para servir de forma efectiva a tal libreto. No es una música compleja, tal vez avanzada para el verismo en el que se le ha encuadrado, aunque lejos de otros movimientos que ya encarnaba Giuseppe Verdi (1813-1901) gigantesca sombra que planeaba sobre el resto, y Giacomo Puccini (1858-1924), que en 1902 había estrenado ya Tosca y trabajaba en la Madama Butterfly. Por tanto, la música de Francesco Cilea en Adriana Lecouvreur, atiende, realza y pone en valor lo que el libreto indica pero no suma nada a la música del momento, lo cual tampoco es necesario, prueba de ello es el regocijo y agrado con la que fue recibida la ópera por el público que colmaba el Teatro Real.
NUEVA VIEJA PRODUCCIÓN
La producción que aquí se presenta es la ya clásica del director de escena David McVicar, actualizada para la ocasión por Justin Way, que fue responsable de la tremenda escenificación del Tristan und Isolde, WWV 90, semiescenificado, que tuvimos la ocasión de disfrutar en la pasada temporada 2022-2023. Participan en la producción, la Royal Opera House, el Gran Teatre del Liceu, la Wiener Staatsoper, la Opèra National de Paris y la San Francisco Opera. Se trata de una puesta en escena ejemplar, fuera de segundas lecturas forzadas y buscadas, sin renunciar a un juego de planos que alternan, enseñan y esconden las distintas etapas por las que pasa cada protagonista. Junto a una escenografía de la que es responsable Charles Edwards, contribuyen e incrementan el acierto escénico el vestuario de Brigitte Reiffenstuel y la iluminación de Adam Silverman, que se sabe protagonista en determinados momentos en los que los planos sobre el escenario son decisivos. En definitiva una agraciada y acertada producción escénica, desde su director al iluminador, consiguiendo transmitir que cada idea del libreto y la partitura sean los motivos que generan la escena. A todo ello habría que sumar el ballet del Juicio de Paris durante la fiesta en la residencia de la Princesa en el tercer acto. Ballet que se representa en formato de cámara totalmente adaptado al escenario dentro del escenario y del que fue responsable el coreógrafo galés Andrew George.
SEGUNDO REPARTO
El llamado segundo reparto ofreció una versión de la partitura más que redonda. A cargo de la soprano italiana Maria Agresta estuvo el papel protagonista, la actriz enamorada, que desde los pasajes más sentidos, más íntimos a los más desgarradores no perdió el sentido de lo que se requiere. De un talante dramático innegable cautivó el pasado día 1 de octubre desde el primer momento, consiguiendo algo tan difícil como aumentar progresivamente la vena dramática de su personaje, en lo vocal y en lo escénico. De igual calidad en los pianísimos y filados, como en la proyección de la voz, limpia, dramática y sabiendo acompañar en los dúos con Maurizio o con la Princesa de donde salió algunas de las mejores interpretaciones de esta noche, como el Sia!. Non responde…, del final del Acto II o en la enrevesada fiesta del Acto III. Difícil era acompañarla, pero el tenor estadounidense Matthew Polenzani, laureado entre otros premios con el Opera News Award 2017, no se arredró sino que mostró sus capacidades, más que sobradas, para representar un dignísimo Duque de Sajonia, y para recordar a nuestro Grande (no es error la mayúscula), José Carreras, que a él están dedicadas estas funciones 50 años después de su representación por el tenor catalán en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. El enamorado secreto, casi paternal, es el bueno de Michonnet, que, encarnado por el barítono barcelonés Manel Esteve, desde el inicio mismo de la obra, hasta el envenenamiento final no da muestras de cansancio sino de un dominio absoluto de su instrumento, en progresión de lo que ya dije de su representación de Schaunard en La Bohème de 2021, ora ligero ora dramático, ora cómico, ora paternal, con claridad en la emisión, sin desfallecimientos ni dudas. Brillante su actuación. El matrimonio del Príncipe de Bouillon y de la Princesa correspondió al bajo Maurizio Muraro y a la mezzosoprano rusa Ksenia Dudnikova, siendo el primero un bajo con presencia sobre las tablas que sabe cuándo ha de ser galante y cuando generoso, así como despistado ante los desmanes de su esposa. Todo ello lo supo plasmar acertadamente en su interpretación vocal, sin concesiones a comicidades ni ligerezas fuera de lo esperado. La mezzosoprano rusa brilló en su Princesa desde todos los puntos de vista. Impresionante su registro medio y grave, sin desmerecer el registro agudo. Solos como Acerba voluttà, dolce tortura, al inicio del Acto II o dúos como al inicio del Acto III, cuando encara su Ah! quella donna…mia rivale!, son dos ejemplos del pleno dominio por parte de Ksenia Dudnikova, fraseo cómodo, proyección limpia y carácter rotundo. Junto a los príncipes se encuentra el siempre solícito y presuroso Abate, clérigo dieciochesco frívolo y cortesano, tal cual es su definición. El tenor catalán Josep Fadó divertido, fresco, estupendo, cantó acorde a como actuó. Y dejo para el final al cuarteto de actores compañeros de viaje de la actriz en los teatros. Quinault, Poisson, Jouvenot y Dangeville, en las voces respectivas, ya conocidas en estas tablas, del bajo barítono David lagares, el tenor Vicenç Esteve, la soprano Sylvia Schwartz y la mezzosoprano Monica Bacelli. Tres voces españolas y una italiana para caracterizar de manera notable a la Commedia dentro del inminente Dramma.
BAJO LA DIRECCIÓN DE LUISOTTI
Desde las cuerdas iniciales, el maestro Nicola Luisotti ofrece una lectura cálida, fresca, ligera sin olvidar el drama subyacente, tanto que la tragedia no solo subyace sino que emerge y triunfa a final, subrayado por esos últimos compases que dejan en vilo al auditorio. El maestro Luisotti pudo exigir determinados volúmenes que, gracias al reparto sobresaliente que pisaba el escenario, no pusieron en peligro la audición y entendimiento de las voces. Coro y Orquesta de Teatro Real redondearon una noche de la que el Coliseo madrileño hacía tiempo que no veía. Quizá no era la mejor nave, pero sí los mejores tripulantes.
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