Ashkenazy, Debussy
JOSUÈ BLANCO NOV. 18, 2019
Tradicionalmente Vladimir Ashkenazy se ha asociado a la figura de un gran intérprete de piano, sin embargo desde ya hace un largo tiempo el legendario pianista renovó su imagen añadiendo la faceta de director, en esta ocasión visitaba Barcelona para dirigir los Valses Pushkin y el Concierto para violín n.º 2 juntamente con la Pavana para una infanta difunta de Ravel y La Mer de Debussy.
Poco se ha escrito y hablado sobre esta pequeña obra de Prokofiev, los Valses Pushkin, que fueron escritos en 1949, solo cuatro años antes de la muerte del compositor y un año más tarde que el Politburó soviético emitiera una resolución denunciando a Prokofiev, entre otros compositores, por el crimen de “formalismo” en su música, además de prohibir una larga lista de sus obras, poniendo al compositor en una situación delicada, añadiendo la detención de su mujer, acusada de espionaje. En este contexto recibe el encargo del Comité de Radio Moscú, para el 150 aniversario del nacimiento del poeta ruso Aleksandr Pushkin.
A pesar de todo esto, la obra desprende alegría y vitalidad, llena de ritmo y juegos tímbricos, quizá la mejor manera de representar el cinismo y la brutalidad de un aparato político irracional al que tantos compositores tuvieron que claudicar con más o menos gusto. Prokofiev se esconde en esta obra detrás de una máscara de luz y banalidad poniendo de reflejo la propia situación de forma velada así como hicieron algunos de sus compañeros, como Shostakovich. Que ironía y crueldad del destino que finalmente Prokofiev muriera el mismo día que Iósif Stalin.
Algo anterior y de carácter diferente es el Concierto para violín n.º 2 escrito en 1935, y estrenado, también paradójicamente, en el Teatro Monumental de Madrid por el violinista Robert Soëtens y la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida por Enrique Fernández Arbós, en plena 2a República española, un período dorado para la música contemporánea en España.
Este concierto se enmarca en otro periodo diferente en la vida del compositor, una etapa más libre y de mayores éxitos internacionales, como el propio compositor señalaba sobre la obra: “El tema principal del primer movimiento lo escribí en París, el primer tema del segundo movimiento en Vorónezh, la orquestación la terminé en Bakú y el estreno fue en Madrid.”
De todas maneras el concierto es más convencional que las primeras composiciones audaces del compositor. Comienza con una simple melodía de violín relacionada con la música tradicional rusa. La elegante melodía del violín fluye a lo largo de todo el segundo movimiento, y termina con el tema inicial del violín que reaparece en el sombrío registro inferior de la orquesta, ahora acompañado por el violín solo, estableciendo juegos entre el sonido del violín solista y otras secciones de la cuerda, el tema del tercer movimiento parece recordar su estancia y paso por España, con el sonido de las castañuelas cada vez que aparece el tema.
Boris Belkin fue el solista invitado en esta ocasión, de una generación posterior a Ashkenazy también comparten una trayectoria similar, grandes intérpretes soviéticos que consiguieron traspasar el telón y hacerse un nombre más allá de la URSS. Esta experiencia abalan su firmeza sobre el escenario.
La segunda parte del programa estuvo destinada a dos grandes figuras de lo que se conoce como el impresionismo francés, como son Ravel y Debussy.
En el caso de Ravel puede suceder algo similar que con Ashkenazy, también es una figura asociada comúnmente al piano, de hecho la Pavana para una infanta difunta nació como una obra para este instrumento, aunque posteriormente se popularizó la orquestación que el propio compositor escribió el 1910. Una obra curiosamente delicada y elegante que presenta armonías tradicionales, casi arcaicas, y se contrapone con tantos otros ejemplos del lenguaje del compositor donde destacan las armonías ricas y brillantes tejidas por figuraciones rápidas. Quizá este hecho haya marcado la fama y alcance de esta obra a la vez breve y delicada. Destaca el solo de trompa del inicio que expone la melodía principal de la obra, Juan Manuel Gómez estuvo a cargo del solo con una interpretación impecable.
La exposición universal de París de 1889 influencio de manera muy notable en un importante segmento de artistas y compositores que descubrieron nuevos instrumentos y sonoridades orientales que se hicieron patentes en todo un seguido de nuevas composiciones.
Debussy es un claro ejemplo de la influencia de la música oriental en sus composiciones, desde el sonido del gamelan en su obra Estampes, hasta la influencia de la música y el arte japonés en La Mer. Fuertemente influenciado también por su visita al canal de la mancha la obra es una visión muy personal del mar, el reflejo del sol sobre el agua y los colores marinos y el viento.De hecho, la obra se divide en tres movimientos o bocetos sinfónicos, en los que el autor representa tres impresiones o tres momentos de una escena marina.
Todo y que la recepción inicial de la obra fue fría actualmente es uno de los mejores ejemplos del trabajo sinfónico del compositor, al nivel del Preludio a la siesta de un fauno.
Los que siguen habitualmente el trabajo de Ashkenazy reconocen su predilección y acierto con el repertorio ruso, sin embargo cabe mencionar el trabajo detallista que ha realizado con una obra de tantos matices como La Mer junto con la OBC.