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Bell Y Harding Cautivan Barcelona

Bell y Harding cautivan Barcelona

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     MAY. 9, 2025 (Fotos: ©Antoni Bofill)

En una noche de sutiles contrastes y emoción desbordada, el Palau de la Música Catalana se transformó en un santuario del sonido. La visita de la Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia, bajo la refinada batuta de Daniel Harding, ofreció una experiencia musical que trascendió la ejecución técnica para convertirse en un acto de comunicación profunda. Joshua Bell, solista invitado, no fue sólo un virtuoso del violín, sino el catalizador de un éxtasis colectivo.

El programa comenzó con el ‘Concierto para violín en La menor, Op. 53′ de Antonín Dvořák, obra que exige tanto lirismo como control estructural. Bell, en su madurez artística más plena, eligió una aproximación menos pirotécnica y más poética. Su sonido, claro y flexible, serpenteó con gracia bohemia entre los compases de la partitura, encontrando en Harding un socio musical ideal. La orquesta respondió con calidez, respirando con Bell, sin sofocar su discurso ni caer en la rutina. El segundo movimiento fue especialmente conmovedor, un diálogo íntimo entre violín y orquesta que suspendió el tiempo.

El punto culminante de la velada llegó con el bis de Joshua Bell, la Ballade de la ‘Sonata nº 3 en re menor’ de Eugène Ysaÿe. Fue un momento casi místico. Solo en el escenario, Bell se entregó a la complejidad emocional y técnica de esta obra con una intensidad que dejó al público sin aliento. Cada nota parecía surgir de un lugar más allá del virtuosismo, de una necesidad íntima de decir algo verdadero.

Pero fue en la segunda parte del concierto donde la orquesta asumió el protagonismo con la ‘Sinfonía n.º 1′ “Titán” de Gustav Mahler, ese joven coloso que mezcla la nostalgia con el sarcasmo, la inocencia con la furia. Harding mostró un dominio absoluto de la arquitectura mahleriana, evitando el exceso y esculpiendo cada transición con gesto contenido pero elocuente. Fue una lectura luminosa y precisa, que aun en los momentos de mayor densidad conservó una transparencia admirable.

La única sombra provino de algunas intervenciones de los metales, trompas y, en particular, el primer oboe ofrecieron momentos menos cuidados, rompiendo fugazmente la tensión construida. Sin embargo, estas irregularidades no empañaron el conjunto. La orquesta, en general, fue una máquina expresiva de enorme sensibilidad.

Fue, en definitiva, una noche de música grande y de intérpretes que no se conforman con tocar. Quieren conmover, y lo logran.

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