¿Cómo redefinir tus propósitos de Año Nuevo sin caer en clichés?
(Imagen DALL·E)
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ ENE. 1, 2025
El aire en la casa de los Teitelbaum en Brooklyn olía a romero y tomillo, con un toque de humo que emanaba del horno donde se doraba el pollo para Shabat. Era el último día del año, y la familia estaba reunida en torno a una mesa abarrotada de comida y pequeños papeles doblados. Cada miembro había escrito sus propósitos del año que terminaba y ahora, en un acto de rendición de cuentas colectivo, iban a leerlos y juzgar su cumplimiento. Cuando le tocó el turno a Rachel, de 34 años, abrió su papel y leyó en voz alta: “Hacer yoga tres veces por semana y aprender más francés.” La sala estalló en risas.
“Bien, Rachel,” dijo su hermano menor, “¿cuántas clases de francés hiciste?” Rachel respondió con un gesto de encogimiento y una sonrisa culpable. “Una. Me quedé en los saludos.” La escena, aunque cálida y familiar, reflejaba una realidad universal: el desencanto con los propósitos de Año Nuevo que se escriben con entusiasmo y se abandonan antes de que llegue el mes siguiente.
Esta tradición de prometer transformaciones al borde del calendario tiene raíces que se remontan a los babilonios, quienes juraban a los dioses devolver herramientas prestadas o pagar deudas al iniciar un nuevo ciclo. Hoy, en lugar de ofrendas a los dioses, nos comprometemos a versiones idealizadas de nosotros mismos: una dieta impecable, un cuerpo atlético, una agenda sin postergaciones. Pero ¿por qué seguimos cayendo en la misma trampa de propósitos que fracasan?
Una respuesta podría encontrarse en la psicología. Un estudio publicado por la revista Personality and Social Psychology Bulletin reveló que los propósitos más vagos (“ser más saludable” o “leer más”) tienen menos probabilidades de cumplirse. Los expertos sugieren que los objetivos deben ser concretos y medibles, como “caminar 10,000 pasos al día” o “leer un libro por mes”. Sin embargo, incluso con objetivos bien definidos, la fuerza de voluntad suele flaquear frente a las distracciones cotidianas. La realidad es que la resolución del primer día del año no puede sostenerse por sí sola sin una estrategia y un contexto que la respalden.
Volvamos a la cena de los Teitelbaum . Después del intercambio de risas y confesiones, la madre de Rachel propuso algo diferente. En lugar de promesas grandes y grandilocuentes, que cada persona escribiera un propósito pequeño y específico que pudiera cumplirse en una semana. Rachel decidió comprometerse a hacer yoga al menos una vez en los próximos siete días. Su hermano juró reducir su consumo de refrescos a la mitad por una semana. Fue un giro sorprendentemente liberador.
Al desmenuzar los propósitos en pequeños fragmentos, cada miembro sintió que podía lograr algo tangible. Y, sorprendentemente, esta pequeña modificación hizo toda la diferencia. Rachel asistió a una clase de yoga, disfrutó de la experiencia y se inscribió en otra para la siguiente semana. Su hermano, al no sentir la presión de renunciar para siempre al refresco, empezó a notar cómo disminuía su dependencia de la cafeína.
La clave, parece, está en redefinir cómo entendemos los propósitos. En lugar de fijar metas lejanas y monumentales, que a menudo nos abruman, podría ser más efectivo enfocarnos en pequeñas victorias que generen un efecto dominó. Psicólogos como BJ Fogg, autor de Tiny Habits, sugieren que los cambios duraderos ocurren cuando comenzamos con acciones diminutas: beber un vaso de agua al despertarnos o escribir una frase al día para un diario. Estos pequeños actos, repetidos, tienen el potencial de convertirse en transformaciones significativas.
Ahora, volvamos a imaginar a Rachel un año después, en la misma mesa de su familia. Esta vez, su propósito no fue tan ambicioso como dominar el francés o hacer yoga tres veces por semana. En lugar de eso, se centró en objetivos que podía sostener, hacer yoga una vez por semana y aprender diez palabras nuevas de francés al mes. Para sorpresa de todos, y de ella misma, logró mantener ambos compromisos durante todo el año.
Al final, redefinir los propósitos no se trata de renunciar a soñar en grande, sino de aprender a fragmentar esos sueños en pasos alcanzables. Quizás, en lugar de prometer ser perfectos, deberíamos proponernos ser consistentes. Después de todo, como bien demostró Rachel, es mejor una pequeña victoria sostenible que una gran promesa olvidada.