Conversando con el Rabino Samuel Garzón
(Foto: ©Yoel Martínez)
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ DIC. 18, 2024
Era una tarde gris y húmeda en Barcelona, y la ciudad parecía acurrucarse bajo el frío invernal. Al llegar a la Comunidad Israelita de Barcelona, un edificio impregnado de historia, el rabino Samuel Garzón me esperaba en el vestíbulo. Con un exquisito y educado porte y una kipá negra que parecía concentrar toda la luz tenue del lugar, me dio la bienvenida con gesto cálido, señalando las inscripciones hebreas talladas sobre una pared del hall. “Cada piedra, cada palabra”, dijo mientras acariciaba con la yema de los dedos una de las letras, “es un testimonio de nuestra resistencia. Y una promesa”.
La Comunidad Israelita de Barcelona, situada en el corazón de l’Eixample, es un espacio que mezcla tradición y modernidad. Fundada en 1918, su interior está diseñado para evocar los grandes templos sefardíes de antaño, con una sinagoga bella e imponente que atrapa la atención de los asistentes. “Este lugar representa tanto lo que hemos perdido como lo que queremos construir”, explicó Garzón mientras me guiaba hacia un lugar cercano al Hejal. Recientemente nombrado líder espiritual de la comunidad judía de la Ciudad Condal, Garzón asume su rol en un momento cargado de tensiones internacionales, con conflictos lejanos que encuentran eco entre los suyos. Sin embargo, no hay rastro de cansancio en su voz, sino una determinación serena. “Es una oportunidad, no solo un desafío. Este es un tiempo para recordar quiénes somos, pero también para soñar con lo que podemos ser”.
En la penumbra del templo, su voz resonaba con una cadencia que parecía diseñada para las palabras que pronunciaba, impregnada de sabiduría y paciencia. Alrededor de nosotros, las paredes parecían escuchar.
Ser guía en tiempos complejos
El rabino Garzón no es un líder común. Hace tres meses que llegó a Barcelona desde Caracas (Venezuela) de la mano del Gran Rabino de Jerusalén –Shlomo Moshe Amar–, y es padre de cinco hijos. Con más de dos décadas de experiencia como coach ontológico y educador, su enfoque combina la introspección personal con la conexión comunitaria. “Asumir el liderazgo aquí, en un lugar con una historia judía tan rica y compleja, requiere más que solo conocimiento religioso. Necesitamos escuchar a las personas, involucrarlas, y construir juntos el futuro de la comunidad judía catalana”.
Ese compromiso con la escucha activa se manifiesta en su metodología. Habla de la importancia de crear espacios seguros, donde las personas puedan expresar sus pensamientos sin miedo al juicio. “Cuando preguntas a alguien no solo quién es, sino quién quiere ser, estás iluminando un camino que quizás no sabían que existía”.
Los viejos fantasmas, el antisemitismo
En una Europa que ha visto un resurgimiento del antisemitismo, Garzón se enfrenta a retos históricos con estrategias modernas. “El antisemitismo ha evolucionado, pero sigue siendo el mismo veneno. Nuestro papel como líderes religiosos es combatirlo desde la raíz. Con educación, diálogo interreligioso y condena firme de cualquier discurso de odio”.
Garzón no solo habla; actúa. Propone iniciativas conjuntas con otras comunidades religiosas y organizaciones civiles. “El diálogo interreligioso es un puente que puede cambiar percepciones. Si podemos sentarnos juntos y compartir nuestras historias, comenzamos a desmantelar prejuicios”.
Mientras paseamos por la Gran Sinagoga Maimónides, señala la importancia de desmitificar los estereotipos que persisten sobre los judíos. “Cuando las personas entienden nuestra historia, nuestras contribuciones y los desafíos que hemos enfrentado, el odio pierde su fundamento”.
(Foto: ©Yoel Martínez)
Janucá, una luz en la oscuridad
La conversación se ilumina, literalmente, cuando hablamos de Janucá, la festividad judía de las luces. “Janucá tiene un lugar especial en el corazón de nuestra comunidad. Es una celebración de perseverancia, de la victoria de la luz sobre la oscuridad. Este año, en particular, necesitamos ese mensaje más que nunca”.
Garzón planea eventos que conecten las enseñanzas de Janucá con el contexto global actual. “Las luces de la januquiá no son solo un símbolo religioso. Representan la esperanza y la solidaridad. En un mundo que parece dividido, recordamos que la unidad y la luz pueden prevalecer”.
El rabino también destaca el papel inclusivo que esta festividad ha adoptado en los últimos años. “Janucá ha evolucionado para celebrar no solo nuestras tradiciones, sino también nuestra diversidad. Es un puente entre generaciones, un momento para compartir historias y reforzar los lazos familiares”.
La juventud y el mundo moderno
El rabino Garzón es consciente de que los jóvenes enfrentan desafíos únicos en un mundo hiperconectado y secular. “La identidad de los jóvenes se construye de manera fluida hoy en día. No podemos imponerles dogmas, pero podemos ofrecerles herramientas para explorar sus raíces y encontrar su propio camino”.
Su enfoque incluye talleres interactivos y viajes educativos que conectan a los jóvenes con sus raíces. “Organizar un viaje a los lugares donde vivieron sus antepasados, enseñarles a cocinar una receta tradicional o simplemente hablar sobre sus historias familiares puede despertar un sentido de pertenencia”.
Más allá de las tradiciones, Garzón enfatiza la necesidad de adaptar las enseñanzas judías a los tiempos modernos. “Debemos mostrar que las tradiciones no están en conflicto con el presente, sino que pueden enriquecerlo”.
Construyendo puentes con Israel y el pasado sefardí
La relación entre las comunidades judías de la diáspora y el Estado de Israel ha sido un tema complejo, especialmente en tiempos de tensiones políticas. Garzón cree que la comunidad de Barcelona puede jugar un papel crucial en promover un diálogo constructivo. “Nuestra diversidad interna es una fortaleza. Podemos ser un ejemplo de cómo diferentes perspectivas pueden convivir y trabajar juntas hacia la paz”.
Además, el rabino reflexiona sobre los esfuerzos de España por reconciliarse con su pasado sefardí, como la Ley de Nacionalidad para descendientes de judíos expulsados. “Es un gesto importante, pero debemos ir más allá. La integración de los sefardíes que recuperan la ciudadanía, la educación sobre nuestra historia en las escuelas y la promoción del patrimonio sefardí son pasos necesarios para construir un puente sólido”.
La visión de un líder para el futuro
Cuando le pregunto cuál es su mayor esperanza para la comunidad judía de Barcelona, el rabino Garzón se toma un momento para reflexionar. “Sueño con una comunidad vibrante, donde los jóvenes sean protagonistas, donde celebremos nuestra diversidad y donde la justicia social sea un valor central”.
Se imagina una comunidad que invierta en la educación, fomente el diálogo intergeneracional y se mantenga fiel a sus raíces mientras abraza el futuro. “La espiritualidad no es algo estático. Es una guía que nos ayuda a navegar los desafíos de la vida, a encontrar sentido y a conectar con algo más grande que nosotros mismos”.
La luz de las estrellas
Cuando nuestra conversación llega a su fin, la luz en la sinagoga ha cambiado; el gris del exterior cede ante el resplandor cálido de las lámparas que cuelgan del techo, arrojando sombras que bailan suavemente sobre las paredes. Garzón se detiene un momento antes de despedirse, contemplando el interior como si estuviera absorbiendo su esencia.
“Mire”, dice, señalando un grupo de jóvenes que se ha reunido para estudiar la Parasha de la semana. Sus voces, suaves pero intensas, llenan el espacio con una energía viva. “Eso es lo que espero para nuestra comunidad; que seamos un lugar de encuentro, de aprendizaje, y que nuestra luz interior sea como estas lámparas. Fuerte, pero humilde”. Antes de cerrar la puerta, al observar el cielo añadió: “También deseo que seamos como estas estrellas. Que sigamos brillando, incluso en los momentos más oscuros”.
El camino de regreso a casa, bañado por la luz tibia de las farolas, se siente distinto esta noche. Las palabras del rabino no son meras frases; son una melodía suave que sigue latiendo en mi mente, insistiendo en ser desentrañada. Hay algo en su mensaje, algo que trasciende la pequeña sala donde fue pronunciado y que parece expandirse hasta abarcar toda la ciudad. No habla solo a la Comunidad Israelita de Barcelona, aunque su eco allí sea profundo. Habla a todos nosotros, quienes buscamos orientación en medio de las sombras del mundo moderno.
La imagen de la vela, tan sencilla y tan poderosa, me acompaña. Una llama diminuta, temblorosa quizá, pero capaz de desafiar incluso la más densa oscuridad. No se trata de un gesto grandioso, sino de un acto humilde: encender luz donde antes no había nada, iluminar apenas lo suficiente para distinguir el próximo paso. Pienso en cuán profundamente humano es este impulso, tan antiguo como el primer fuego encendido en una cueva, y tan relevante ahora, en un tiempo saturado de tensiones e incertidumbres.
A medida que las calles familiares aparecen una tras otra, no puedo evitar preguntarme por qué olvidamos con tanta facilidad esta verdad esencial. En nuestra prisa por soluciones complejas, pasamos por alto la simplicidad de un acto transformador. La esperanza, como la vela, no pide mucho, solo que la sostengamos, que le permitamos arder y que, cuando sea necesario, la ofrezcamos a otros. En esa pequeña luz habita un poder inmenso, no para eliminar la oscuridad, sino para recordarnos que nunca estamos completamente a merced de ella.
Cuando finalmente llego a casa, cierro la puerta detrás de mí y me detengo un momento. En la penumbra, me doy cuenta de que las palabras del rabino Garzón no eran solo un mensaje, eran un desafío. Porque, en última instancia, iluminar el camino no es tarea de otro. Es nuestra.