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Cuando La IA Escribe Poesía

Cuando la IA escribe poesía

(Imagen creada con Dall·e)

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     DIC. 4, 2024

En una sala de paredes blancas y escritorios minimalistas, un grupo de investigadores observa una pantalla con la expectación de quienes esperan el último movimiento de un juego de ajedrez. La pantalla no muestra tableros ni piezas, sino versos. Un enjambre de palabras se organiza en líneas que respiran ritmo, emoción y algo extrañamente humano. Es poesía, pero no cualquiera: ha sido creada por una inteligencia artificial llamada GPT, un poeta sin corazón, sin alma, pero, al parecer, con talento. Con mucho talento.

En los últimos años, la inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa vaga para convertirse en una fuerza creativa que sorprende incluso a sus propios programadores. Desde OpenAI hasta los laboratorios de Google, los algoritmos se entrenan con millones de poemas y textos para generar versos que rivalizan con los de los grandes maestros. Lo fascinante no es solo la calidad técnica de estas composiciones, sino la pregunta que suscitan: ¿puede una máquina comprender la belleza? ¿Y qué significa esto para los escritores humanos?

Un experimento en verso

En 2022, un grupo de investigadores en Japón pidió a una IA que escribiera un haiku inspirado en el otoño. Alimentaron el sistema con miles de haikus clásicos, desde Bashō hasta Shiki, y luego ajustaron parámetros para imitar el estilo tradicional. El resultado fue sorprendentemente evocador:

Las hojas caen lentas,
el río las recoge
como un suspiro.

Los investigadores quedaron estupefactos. ¿Cómo había capturado la IA esa sensación de melancolía tan típica del otoño? ¿Fue suerte? ¿O algo más profundo estaba ocurriendo?

“No entiende el otoño, ni el río, ni el suspiro”, explicó uno de los desarrolladores. “Pero sabe cómo hacer que parezca que lo entiende. Y a veces, eso es suficiente para nosotros”.

(Imagen creada con Dall·e)

Poesía en la era del algoritmo

Mientras que los poetas humanos suelen extraer inspiración de experiencias personales, las IAs trabajan desde una vasta base de datos, conectando palabras y conceptos de maneras inesperadas. En un experimento de la Universidad de Stanford, se pidió a un grupo de lectores que juzgaran poemas sin saber si habían sido escritos por un humano o una máquina. Sorprendentemente, más del 40% de los lectores identificaron los poemas de IA como obras de autores reales.

Pero no todo es perfecto. A veces, las máquinas generan versos que son meras repeticiones de palabras bonitas sin sustancia, como si estuvieran probando demasiados vestidos para una ocasión sin importancia. Sin embargo, cuando aciertan, lo hacen de manera inquietante. El escritor británico Ian McEwan describió uno de estos experimentos como “una extraña ventana al espejo de nuestra creatividad”.

¿Amenaza o inspiración?

La irrupción de la IA en el mundo de la poesía plantea una pregunta inevitable: ¿deberían los poetas preocuparse? Algunos temen que, en un futuro no tan lejano, las editoriales prefieran pagar por un algoritmo que puede escribir infinitos versos en cuestión de segundos, sin horarios ni egos de artista. Sin embargo, otros ven en la IA una herramienta más que una amenaza.

El poeta y profesor estadounidense Juan Felipe Herrera usó recientemente un modelo de IA para coescribir un poema con sus estudiantes. “La máquina no reemplaza nuestra imaginación”, dijo Herrera. “Solo nos empuja a ir más lejos”. Y es que, aunque las máquinas pueden organizar palabras de maneras impresionantes, carecen de lo que muchos consideran el núcleo de la poesía: ‘el alma humana’. Es esa chispa impredecible, el dolor y la alegría vividos, lo que hace que un poema sea realmente inolvidable.

(Imagen creada con Dall·e)

El futuro de la poesía

En última instancia, tal vez la pregunta no sea si una máquina puede escribir mejor poesía que un humano, sino cómo estas creaciones afectarán nuestra percepción del arte y de nosotros mismos. Después de todo, si un algoritmo puede hacernos llorar con un verso, ¿es menos válido solo porque fue escrito por circuitos en lugar de un corazón palpitante?

Mientras tanto, los experimentos continúan, y los versos siguen fluyendo. Quizá, algún día, leamos en un libro una poesía que nos conmueva profundamente, sin saber si nació de una musa de carne y hueso o de un algoritmo frío y calculador. ¿Importará realmente? Al fin y al cabo, como dijo el sabio: “La poesía no pertenece al poeta; pertenece al lenguaje”. Y ahora, también, al código.

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