Das Rheingold. Aires de grandeza
By JOSE MARIA GALVEZ ENE. 25, 2019
Richard Wagner (1813-1883) evoluciona hasta lo que denomina Gesamtkunstwerk (la obra de arte total) como él mismo explica en su Das Kunstwerk der Zukunft (La obra de arte del futuro). Escribe para el futuro y escribe sobre temas eternos: la avaricia, el poder, sobre todo el ansia de poder, la superioridad y sobre ellos, el amor.
La magna obra del Anillodespierta una gran expectación e interés en los aficionados madrileños, faltos del Wagner de la Tetralogía. Por ello acudimos a la representación con esperanza de escuchar un más que digno comienzo al ciclo que durará 4 temporadas. Comienzo cuyo punto de partida es el robo del oro custodiado por las tres Hijas del Rin, el cual es arrebatado por el enano Alberich. La obra de arte del futuro, para Richard Wagner, contempla la integración de las distintas disciplinas artísticas, visión que ha sido puesta en práctica por varios autores con posterioridad y del que seguramente se llegará a un punto álgido poco más de 100 años después con otro compositor alemán, Karlheinz Stockhausen (1928-2007) en su ciclo Licht(1977-2003), el cual compondrá durante 26 años, los mismos que Richard Wagner tarda en completar Der Ring des Nibelungen (El anillo del Nibelungo). Sería interesante ver como Richard Wagner integraría hoy imagen y sonido con las nuevas tecnologías.
La producción ofrecida por el Teatro Real es la de la Ópera de Colonia y está firmada por Robert Carsen y Patrick Kinmonth, los cuales consiguen desmontar el concepto de Gesamtkunstwerk al que aspiraba el compositor. En este montaje se pretende revelar la mediocridad de las acciones del ser humano mediante el Rin putrefacto y envenenado, mediante ondinas pordioseras y abandonadas necesitadas de placeres propios de los humanos olvidando su naturaleza de ninfa, mediante la conversión de las estancias de los dioses en almacenes de la construcción, intentando representar uno de los objetos más codiciados por la avaricia humana, la especulación. Convierten asimismo al padre de los dioses en un insulso militar de verbena sin rango, a los gigantes no se sabe si en obreros de la construcción o en mineros (de hecho utilizan para sus desplazamientos un ascensor de mina), y alguna idea tan desafortunada como convertir el martillo de estos dioses en palos de golf. Se puede estar de acuerdo, y lo estamos, con no volver a las escenografías y montajes del Bayreuth de los años 50 correspondientes a la época pre-Boulez, pero intentos como el que nos ofrece esta producción, ya antigua, hacen perder interés por la magna historia que para Wagner es el preludio de un trabajo que le llevó un tercio de su vida.
Quizá la idea de que la ambición, el ansia de poder, provoca el crimen, tanto el ecológico (un Rin colmado de basura y desechos) como el humano (el cadáver de Fasolt a la vista de todos como simple mobiliario sin que despierte conciencias o los esclavos anónimos sin descanso del Niebelheim) fuera acertada pero el resultado obtenido es pobre y desalentador.
DE MIME A WOTAN
En cuanto a los cantantes encontramos un estupendo Mikeldi Atxalandabaso en su breve papel de Mime. Nos consigue ilusionar de nuevo olvidando lo que se ve y disfrutando de lo que se oye. No solo una voz fresca, redonda, limpia sino también una actuación escénica divertida pero rigurosa. Sin duda sería de agradecer disfrutar de su voz en papeles más largos en el futuro en este mismo coliseo. Concienzuda y con muy buen resultado es también la actuación de Alberich, cantado por el bajo-barítono Samuel Youn, aunque en alguna ocasión su voz se viera sepultada por la orquesta. Desde la primera frase de Loge, el tenor Joseph Kaiser, pone en escena un personaje casi cómico con una muy correcta interpretación vocal que por momentos parece que va a ir a más pero se queda en el camino. Los gigantes a la altura de su raza, mejor Alexander Tsymbalyuk como Fafner que Ain Anger en el papel de Fasolt, enamorado al fin de la guardiana de las manzanas de la eterna juventud, la desafortunada Freia, moneda de cambio para los poderosos, interpretada por la soprano británica Sophie Bevan, es una nota de color (color vocal) entre la grisura que caracteriza al resto de dioses. Empezando por su hermana Fricka en la voz de Sarah Connolly sin nada que destacar sobre el resto, pasando por Donner y Froh, dioses convertidos aquí en poco menos que bufones, para los que Raimund Nolte y David Butt Philip llevan a cabo una correcta lectura, hasta llegar a un Wotan para el que Geer Grimsley hace un papel plano, sin matices y sin profundidad, inaudible en ocasiones frente al bloque orquestal, convirtiendo al dios de los dioses en un personaje flojo pero que, casualmente, responde a la perfección con el Wotan creado por Carsen. Finalmente cabe destacar la intervención de Ronnita Miller en el papel de Erda. Contralto de voz bien moldeada, sabe controlar, regular y matizar el canto y llegó a emocionar en algún momento.
DIRECCIÓN DE ORQUESTA
Pablo Heras-Casado nos ofrece una lectura correcta de la partitura con un trabajo más intenso en el viento (madera y metal) que en la cuerda. Durante más de 2 horas y media dirige dibujando en el aire con el vuelo de sus dedos sin batuta una versión muy trabajada y que responde por el buen nivel de la orquesta, existiendo detalles que malogran ese resultado como la amplificación de los martillazos en el yunque de la escena tercera, quedando lejos del trabajo que supuso el Die Soldatende Bernd Alois Zimmermann (1918-1970) que nos ofreció la temporada pasada.
El intento de contar una historia eterna, como es la de la avaricia humana, motor de destrucción de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos, con un elenco desigual y una puesta en escena desafortunada ha terminado desdibujando no solo el ilusionante inicio de una Tetralogía en Madrid, donde andamos escasos, sino la propia partitura que merece algo más de respeto. El mismo respeto que se les debe a los músicos que han de seguir concentrados y no perder los nervios cuando suena algún que otro teléfono móvil en la sala.