De lo sutil y su balance
(Photo by Igor Cortadellas)
By PAULA SÁNCHEZ LAHOZ NOV. 26, 2017
OBC y el doble Concierto de Brahms.
Los Tres interludios para orquesta de Benet Casablancas abrieron un concierto de una gama tímbrica importante: desde el drama, la transparencia y el misterio del compositor catalán hasta la siempre presente calidez en Brahms, sin dejar de lado la fuerza, y la trascendencia sonora de Shostakovitch.
El papel de las flautas en las obras programadas merece una mención especial por su fantástica interpretación y por una ejecución ejemplar. Desde el inicio del concierto, con el primer interludio de Casablancas, Pastorale (Tranquilo), ofrecieron un sonido homogéneo y delicado que estuvo a la altura de la partitura. Los solos que transcurren a lo largo de la obra, tres interludios contrastantes y muy bien relacionados, fueron traducidos en compases únicos y adecuadamente logrados. En el segundo movimiento la orquesta fue capaz de transmitir la energía y el juego que se esconce tras las notas del Scherzo (con moto), un clima totalmente opuesto al del tercer y último interludio Memento e Corale (Lentisimo. Ampio e tenuto). Una obra poco escuchada que merece más atención como suele pasar con las obras contemporáneas.
El gran concierto de Brahms, para violín, cello y orquesta , dejó ver una orquesta que, quizás por tamaño, quizás por tradición, sobrepaso los límites por encima de los solistas, que en demasiadas ocasiones quedaron escondidos entre la orquesta. No fue por falta de sonido ni por falta de intención de los dos hermanos, pero si la sala escogida es por naturaleza muy complicada para hacer destacar un violoncello solista (como ha quedado demostrado en otras ocasiones), imagínense encima tener que alcanzar la proyección con una orquesta y un violín. Los momentos más bonitos se crearon cuando los dos intérpretes tocaron con total libertad, momentos donde conseguir el complicado balance entre orquesta y solistas no era necesario, pudiéndose apreciar la calidad y los años de trabajo en el sonido de estos dos miembros del célebre Cuarteto Casals. A parte del balance, que es quizás la parte más delicada de la obra (junto con la dificultad de las partes solistas), se percibieron algunos desajutes técnicos de tempo en la orquesta que hicieron que el segundo movimiento no fuera tan especial como podría haberlo sido. Regalaron una de las fantásticas invenciones a dos voces de J. S. Bach con una delicadeza y madurez exquisitas. Los aplausos del público obligaron a los solistas a saludar más de cinco veces, un público que se declaró más que satisfecho con el Brahms del violinista y el cellista.
Con el descanso acabado, aquí sí, la OBC pudo aprovechar su gran sonido de carácter sinfónico para ofrecer una Quinta Sinfonía de D. Shostakovitch con toda su generosidad, fuerza y brutalidad (en el buen sentido de la palabra). Kazushi Ono supo aprovechar las cualidades de su gran instrumento, de su orquesta. En el segundo movimiento, de carácter soberbio y convencido, cada sección tiene su minuto de gloria, y además de las flautas que volvieron a exhibir su esencia, el resto de orquesta defendió su protagonismo con absoluta vocación. Los colores distintos y ambientes generaron puntos de máxima intriga, sigilosos, pero también descubrieron clímax de una forma sorprendente.
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