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Desnudos En Las Butacas De Barcelona

Desnudos en las butacas de Barcelona

(Imagen DALL·E)

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     DIC. 28, 2024

En una tarde gélida de diciembre, mientras las luces navideñas titilaban sobre las calles de Barcelona, algo peculiar sucedía dentro de los Cines Girona. Los clientes, con abrigos gruesos y bufandas, ingresaban al recinto con cierta discreción, pero emergían más tarde con una extraña mezcla de alivio y audacia. El tipo de expresión que solo se alcanza tras despojarse, literal y figurativamente, de las ataduras del día a día. Dentro de la sala, había tenido lugar un evento singular: la primera sesión de cine nudista de Barcelona.

La propuesta, organizada por la Federación Naturista-Nudista de Cataluña, era sencilla y revolucionaria a partes iguales, disfrutar del cine tal como vinimos al mundo. La película proyectada esa noche, “Tú no eres yo”, contaba una historia inquietante de alienación familiar, pero en cierto modo, también conectaba con el concepto más amplio de la proyección, el acto de enfrentarse a uno mismo y, en este caso, también a los otros, sin filtros ni disfraces.

“Es curioso cómo la desnudez, algo tan natural, sigue siendo tan disruptiva,” comentó Segimon Rovira, presidente de la federación. “El objetivo no es escandalizar, sino normalizar. La desnudez no tiene por qué estar asociada a lo sexual; puede ser una forma de expresión y comodidad.” Aunque sus palabras sonaban razonables, la sala había estado envuelta en un tenue murmullo de nerviosismo previo a que los espectadores se despojaran de sus prendas.

Entre los asistentes se encontraba Pep, un veterano del movimiento nudista que, al terminar la proyección, compartió una reflexión sencilla pero contundente: “Es liberador. Te recuerda que, al final, todos somos iguales debajo de la ropa. Bueno, con sus diferencias, claro,” dijo con una sonrisa.

El acto de desnudar el alma es una vieja costumbre de Barcelona, ciudad que desde sus mosaicos modernistas hasta sus calles bohemias, ha coqueteado con el riesgo y la creatividad. No es la primera vez que la urbe sirve de escenario para la exploración del cuerpo humano en sus formas más puras. En los noventa, el Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona fue un referente europeo, aunque con un enfoque más comercial y menos introspectivo. Sin embargo, esta nueva iniciativa parece ir en una dirección diferente, más cercana al arte y a la filosofía del cuerpo.

La idea del cine nudista no es enteramente nueva. En países como Francia y Alemania, estos eventos han existido en circuitos reducidos. Pero en España, donde la desnudez tiene que sortear un clima no siempre receptivo, la propuesta resulta aún más impactante. La Asociación Naturista Valenciana, que colaboró con la producción de “Tú no eres yo”, también impulsó la idea de extender estas sesiones a otras ciudades como Madrid y Valencia.

“Es interesante cómo una sala llena de gente desnuda puede sentirse menos intimidante que una playa nudista,” comentó Eva, una asistente primeriza que, según sus palabras, había pasado más tiempo centrándose en la película que en su propia falta de ropa. “Cuando todo el mundo está igual, las inseguridades se disuelven rápido.”

(Imagen DALL·E)

La proyección transcurrió sin incidentes, salvo por los músculos tensos de quienes dudaron al principio si quitarse o no los calcetines. Al final, los espectadores abandonaron la sala al ritmo de risas y comentarios animados, volviendo a cubrirse con sus prendas mientras enfrentaban el frío nocturno. Afuera, la calle no había cambiado. Los coches seguían pasando, las luces navideñas seguían parpadeando, y los abrigos seguían cubriendo cuerpos que, por unas horas, se habían permitido ser simplemente eso, cuerpos.

Quizá esta sea la supuesta lección del cine nudista. Recordarnos que, al despojarnos de lo superfluo, queda lo esencial. Y lo esencial, en una noche cualquiera de invierno barcelonés, puede ser tan sencillo como el calor de una sala, el arte en la pantalla, y la de ser nosotros mismos, sin adornos ni prejuicios… no obstante… y si todavía hay alguna duda: no me busquen en estos eventos. Ciertamente no me apetece ir al cine y postrarme en un asiento pegajoso –¿no lo son siempre?–. Tampoco chapotear a manos llenas con el sudor de desconocidos en plena proximidad. Otra cuestión que me obsesiona es pensar quién limpia después todo aquello. También me quita el sueño imaginarme dónde se caen las palomitas y si, al recuperarlas, luego terminan en la boca o en el… Reconozco que me hago mayor. Ir al cine no es solo una actividad, es un ritual moderno, una rendición al arte y al escapismo. Vestirse bien para esta ceremonia es, en esencia, un acto de respeto hacia la película, sus creadores y uno mismo. Un atuendo bien pensado transforma la salida en una ocasión. No se trata de ostentación, sino de intención; un sombrero, un pañuelo, incluso unos zapatos lustrosos, pueden convertir un miércoles cualquiera en una noche memorable. En un mundo saturado de casualidad, vestirse bien para el cine es el último bastión de la elegancia cotidiana. Prefiero desnudarme debajo de mis sábanas y dejar el cine para ver grandes películas… no otras grandes –o pequeñas– cosas.

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