(La calle 42 con Broadway en el año 1953/ Foto: Michael Donovan)
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ DIC. 3, 2024
El sonido de la ciudad es un coro incesante. Hay días en que parece que los motores, las bocinas y las sirenas compiten para ganar un premio a la cacofonía más ensordecedora. Barcelona, Ciudad de México, Tokio; no importa dónde esté, el ruido urbano es el telón de fondo de nuestras vidas, tan omnipresente que apenas lo notamos. Pero, ¿qué sucede cuando lo hacemos?
En 2019, una mujer llamada Jessie Grattan, residente de Manhattan, comenzó a notar algo extraño. Por las noches, incluso con las ventanas cerradas, los ruidos de la ciudad parecían filtrarse a través de las paredes de su apartamento. Las sirenas eran un martilleo constante, los camiones de basura una especie de banda sonora infernal. “Estaba agotada todo el tiempo, pero no entendía por qué,” dice. Un chequeo médico reveló un diagnóstico inesperado: insomnio crónico inducido por ruido. Jessie no estaba sola. Según la Organización Mundial de la Salud, el ruido es una de las principales causas de estrés en las ciudades modernas, con efectos que van desde problemas cardiovasculares hasta deterioro cognitivo.
El ruido, el enemigo invisible
A diferencia de otros contaminantes, el ruido no se ve ni se acumula. Pero eso no lo hace menos dañino. En 2020, un estudio realizado en París descubrió que los niveles de ruido por encima de los 55 decibelios aumentaban el riesgo de hipertensión en un 10%. Para ponerlo en perspectiva, 55 decibelios es el nivel de una conversación normal. Ahora imagine vivir rodeado de obras de construcción, tráfico pesado y aviones sobrevolando su casa. ¿Cómo sobrevivimos?
La respuesta es que no siempre lo hacemos. En su libro “The Unwanted Sound of Everything We Want”, la autora Garret Keizer argumenta que el ruido es el precio que pagamos por el progreso: más autos, más aviones, más construcción, más humanidad. El problema es que nuestras mentes nunca evolucionaron para procesar este nivel de estimulación constante. En lugar de adaptarnos, estamos siendo desgastados.
El arte de redescubrir el silencio
Pero no todo está perdido. En los últimos años, un movimiento por el silencio ha comenzado a ganar tracción. Desde aplicaciones que generan ruido blanco hasta retiros de meditación en el desierto, parece que estamos desesperados por un respiro. En Tokio, por ejemplo, hay cabinas insonorizadas instaladas en parques donde puedes alquilar silencio por minutos. Mientras tanto, en Finlandia, el gobierno ha comenzado a promover el turismo en sus vastos y silenciosos bosques, un antídoto para los ruidos de la vida moderna.
El silencio, como Jessie Grattan descubrió después de mudarse a un pequeño pueblo en Vermont, es más que la ausencia de ruido. Es un espacio para pensar, respirar y ser. Pero también es un lujo. Para la mayoría de los habitantes urbanos, encontrar silencio es una lucha constante, un recordatorio de que, en muchos sentidos, el ruido ha conquistado nuestras vidas.
Un futuro más tranquilo
De regreso en Manhattan, Jessie admite que extraña algunas cosas de la ciudad. “Pero nunca el ruido,” dice riendo. Tal vez, en un futuro ideal, nuestras ciudades aprenderán a equilibrar el bullicio con la calma. Mientras tanto, el silencio sigue siendo un arte perdido, esperando ser redescubierto, un susurro en un mundo demasiado ruidoso para escucharlo.