El aleteo de la mariposa. Butterfly
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ JUL. 14, 2024 ( Fotos: ©Javier del Real)
Se cierra la temporada 2023-2024 del Coliseo madrileño con una denuncia al comercio y al turismo sexual, a la pedofilia y al tráfico de seres humanos, seres humanos desprovistos de dignidad; desprovistos de nombre, llámala como te guste, porque la sumisión es su único fin. El centro de este universo es Cio-Cio-San, pero solo se le conoce por Madama Butterfly, su mejor traducción al inglés.
Giacomo Puccini (1858-1924) puso en música el drama homónimo ideado por el norteamericano David Belasco (1853-1931), a la vez basado en el relato de su compatriota John Luther Long (1861-1927), también de mismo título. De relato a obra de teatro y de obra de teatro a ópera. ¿Qué tiene la obra que en un breve espacio de tiempo crece desde el relato a la ópera?. La pasión, ciega o interesada, el sufrimiento, la injusticia, la dignidad, en suma, la herencia de Sófocles (496 a.C – 406 a.C) que el 17 de febrero de 1904 vio su primera representación en el Teatro allá Scala de Milán.
Casas transparentes, luces de neón y un disparo
“Madama Butterfly”, llega en estas fechas al Teatro Real bajo la dirección escénica de Damiano Michieletto con su particular visión, de la que ya nos había dado muestras en “L’Elisir d’amore” de Gaetano Donizetti (1797-1848) en la temporada 2019-2020. Lo hace ahora con una producción del Teatro Regio Torino que tiene ya catorce años y lo hace rompiendo el libreto desde el inicio: Una colina en las afueras de Nagasaki. Una casa con terraza y jardín, desde la que se ven la bahía, el puerto y la ciudad de Nagasaki, esta es la primera indicación del libreto, la situación y lo primero que el autor quiere transmitir, en cambio, Michieletto nos traslada a la actualidad y ni rastro de la colina, ni la bahía, ni nada parecido. Grandes neones de una sociedad despersonalizada, capitalista, materialista y egoísta, en la que las geishas ya no son aquellas señoritas cultas en música, danza y otras artes, de hecho podría traducirse como “persona que practica las artes”, instruidas desde la adolescencia en el Japón que las vio nacer, sino prostitutas que desde la primera juventud se dedican a complacer a los hombres que las cosifican, y esto lo vivifica sobre las tablas Damiano Michieletto con explícita claridad. La vivienda de Cio-Cio-San se transforma en un contenedor de paredes transparentes con acceso a la cubierta. Hogar ora prostibulario, ora nupcial, ora fúnebre, que bajo las luces de Marco Filibeck consigue el efecto perseguido. Montaje escénico, como siempre con Michieletto, controvertido, aparentemente anárquico, caótico, nada mejor que la teoría del caos para plasmar la Butterfly de lupanar y vacaciones sexuales, con sus consecuencias inesperadas para algunos. Avisados estaban: El proverbio chino de “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo” con sus incontables variaciones es doble, el aleteo de los párpados de Cio-Cio-San, el aleteo de sus pasos, de sus palabras deslizándose para alzar el vuelo por sus labio, provoca el alboroto de norteamericanos ciegos, que miran sin ver, sin contemplar, solo como consumistas, convirtiendo la ascensión de la mariposa en la oportunidad de clavarla en el corcho de su colección. Y el aleteo de una boda estadounidense, furtiva y ocultada a la primigenia esposa, provoca un tsunami mortal, de nuevo, en Nagasaki.
En definitiva, Michieletto y el equipo formado por el escenógrafo Paolo Fantin, el mencionado Marco Filibeck a la iluminación y Carla Teti, como responsable del vestuario, realizaron un trabajo con pocas concesiones y con alguna ocurrencia que termina de salirse hasta del descuadre general, como es sustituir el seppuku o harakiri por un tiro de arma de fuego.
Tercer reparto de nivel
El tercer reparto lo encabeza la soprano armenia Lianna Haroutounian, que protagonizó un auténtico tour de force, en el más amplio sentido, físico y emocional. Según iba adentrándose en su papel, papel triple, de la inocente y confiada niña que se casa creyendo en la incondicionalidad del amor americano, a la fuerte y vengativa Cio-Cio-San que dignifica su final mediante el harakiri, pasando por la paciente espera basada en la confianza del marido con el que tuvo a su hijo, el dominio del registro amplio era más apropiado, como en el aria “Un bel di, vedremo levarsi un fil di fumo dall’estremo confin del mare”, lleno de delicadeza, buen fiato y transición entre regiones, volviendo a sobresalir en el dúo “Gettiamo a mani piene mammole e tuberose” junto a la mezzosoprano española Gemma Coma-Alabert que nos tenía acostumbrados a papeles no demasiado extensos y con escaso protagonismo sola, como en las tres damas de “Die Zauberflöte, K. 620” de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), en las tres secretarias de “Nixon in China” de John Adams (1947) o en las tres comadres de “Falstaff” de Giuseppe Verdi (1813-1901), sorprende ahora por la alta calidad cuando aborda un papel de profundidad como el de Suzuki, verdadero caballo de batalla emocional tanto en lo vocal como en lo teatral, campos en los que la gerundense no perdió el tino y el buen hacer. En el papel de B.F.Pinkerton estaba el tenor norteamericano Michael Fabiano que cumplió mejor en el tercer acto que en el primero, terminando por hacer un Pinkerton emocionante en el desenlace de la historia. En más breves papeles estuvieron el barítono madrileño Gerardo Bullón como Sharpless, cónsul de los Estados Unidos, en una interpretación magnífica en lo vocal y no menos en lo teatral, conjugando perfectamente el servilismo a su compatriota y la dedicación y preocupación finalmente por la frágil y engañada Butterfly, como casamentero, en el papel de Goro, el tenor vasco Mikeldi Atxalandabaso, vivo, fresco, con facilidad y sin dificultad aparente teje su personaje, como siempre un gozo, y Yamadori, el pretendiente, de aspecto decrépito, es felizmente interpretado por el barítono mallorquín Tomeu Bibiloni, con acierto y divertido. Voces todas ellas bien puestas y frescas y claras. De más rotundos y dramáticos acentos es el bajo barítono argentino Fernando Radó, en el aciago papel del tío bonzo. Cerrando el elenco de apeles breves la mezzosoprano hispano-británica Marta Fontanals-Simmonns como Kate Pinkerton, esposa del desgraciado visitante, aunque con papel muy breve siempre es confortante escuchar a esta mezzo que hace no mucho nos ofrecía una de las más delicadas melodías de “La pasajera, Op. 97” de Mieczysław Weinberg (1919-1996). Quiero mencionar al niño Álvaro Torres que, aunque no parecía tener los tres años que la biología parece que obliga, hizo un trabajo dramático encomiable.
Maestro Luisotti
Nicola Luisotti como siempre en este repertorio dirige con seguridad y buen resultado de la Orquesta Titular del Teatro Real que sabe lo que el maestro Luisotti quiere. Por destacar, destacaría la flauta sola al inicio del Acto II o el trágico timbal que anuncia la decisión de Cio-Cio-San, aunque en más de una ocasión el respetable del patio de butaca se olvidara que los murmullos no están en la partitura.
Redondo colofón a esta temporada que entre tanto drama ficticio y casi más reales, nos ha dejado un buen sabor de oído.
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