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El Arte De Celebrar Un Cóctel En Casa

El arte de celebrar un cóctel en casa

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     DIC. 13, 2024

Era una tarde húmeda de 1922 cuando un joven Ernest Hemingway, con apenas unos francos en el bolsillo y una curiosidad insaciable, decidió improvisar. Había convocado a un grupo de artistas y escritores en su pequeño apartamento parisino de la Rue Cardinal Lemoine. En la mesa, un batallón improvisado de botellas: absenta, champán y, por alguna razón, una caja de azúcar. Como en cualquier noche entre expatriados hambrientos de inspiración, el desafío era encontrar algo único que contar la mañana siguiente. Hemingway, con esa mezcla de audacia y despreocupación que más tarde marcaría su prosa, creó lo que bautizó “Death in the Afternoon”. No es solo un cóctel; es un manifiesto de que en el arte de recibir, a veces, el espíritu libre supera la etiqueta.

El cóctel en casa, cuando se hace bien, es más que una reunión. Es una actuación privada donde cada detalle, desde la selección de bebidas hasta la disposición de los invitados, cuenta una historia. Pero en el frenesí de la vida moderna, esta práctica se ha reducido a algo que podría llamarse, con cierta indulgencia, “abrir unas cervezas y pedir pizza”. Lo que alguna vez fue un símbolo de sofisticación –el arte de mezclar licores y personalidades con igual destreza– se encuentra, como un viejo libro en la estantería, esperando ser redescubierto.

Saber recibir

Todo comienza con un gesto simple pero poderoso, la invitación. Un anfitrión que domina el arte del cóctel entiende que los detalles son importantes, pero nunca deben ser rígidos. El propósito no es impresionar, sino acoger. Tomemos, por ejemplo, el caso de la célebre editora Diana Vreeland, quien durante sus reuniones en la década de los 60 servía vodka con tónica con rodajas de limón verde cortadas con una precisión casi quirúrgica. “El truco”, dijo una vez, “es que parezca que no te esforzaste demasiado, aunque te hayas roto la espalda preparándolo”.

Los grandes clásicos nunca mueren

En un cóctel, las bebidas son los personajes principales, y elegirlas es como hacer el casting de una obra maestra. Hay una razón por la cual el Martini –ese elixir frío como la mirada de Lauren Bacall– sigue siendo un estándar. Pero no se trata solo de servir lo clásico; se trata de entenderlo. El Martini, según decía Dorothy Parker, “debe tomarse con moderación, a menos que planees quedarte en el suelo durante la mayor parte de la noche”. Y luego está el Negroni, nacido en la Italia de los años veinte, una combinación exacta de ginebra, vermut rojo y Campari que habla de equilibrio y audacia.

El arte del espacio

Hemingway, en su austeridad bohemia, tuvo suerte. Su salón, con paredes desnudas y ventanas que daban al Sena, creaba una atmósfera casi teatral. Hoy, el anfitrión moderno tiene más herramientas a su disposición. La música, por ejemplo, debe ser un telón de fondo y no una competencia; la iluminación, cálida pero no opresiva. Incluso la disposición de los muebles puede fomentar o dificultar la conversación. Como una vez dijo Truman Capote, “la mejor fiesta no es la que recuerda lo que bebiste, sino con quién hablaste”.

Las anécdotas que construyen la noche

Y es aquí donde volvemos a Hemingway. En esa velada parisina, cuando los vasos se vaciaron y el eco de las risas se mezcló con la brisa del Sena, lo que quedó fue la historia. Y esa es la lección esencial de organizar un cóctel en casa. No se trata solo de las bebidas o la decoración; se trata de los momentos inesperados, del brindis espontáneo, de esa mezcla mágica que solo ocurre cuando se reúnen las personas correctas en el lugar adecuado. De la conversación improvisada con el pianista o con el clarinetista.

El arte de celebrar un cóctel en casa es precisamente eso, un arte. Un ritual que combina la clase de un Martini, la distinción de un Negroni y las buenas maneras de un anfitrión que, como Hemingway, sabe que la verdadera magia radica en la improvisación controlada. Al final de la noche, cuando el último invitado se despida y el salón vuelva a su calma original–devolver los muebles a su lugar original–, lo que quedará será más que una resaca. Será una pequeña, efímera obra maestra. O, a lo sumo, se habrá intentado.

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