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El Hombre Que Susurraba A Los Pianos

El hombre que susurraba a los pianos

By ISRAEL DAVID MARTINEZ     MAY. 11, 2017

Schumann. Papillons, op. 2/ Brahms. Klavierstücke, op. 76/ Schubert. Sonata nº 20, D. 959

Palau de la Música Catalana. Ibercamera

Se llama Arcadi Volodos. Ahora toca un instrumento que es el piano. Empezó sus estudios como cantante y director. Pero ahora no canta ni dirige. Ahora interpreta música con unas cuantas teclas blancas y negras y unos pedales. Él, el Sr. Volodos, sale al escenario, se sienta en una silla con respaldo (la típica silla de cualquier comedor), y tras algunos segundos de silencio decide transformar la realidad. Aparece con paso seguro y una sonrisa amable, no obstante, obliga a mantener una luz tan tenue que prácticamente no se le identifica. Lo que él quiere es que se asista, entre penumbras, a sus conciertos. Es como si se meditara en un lugar sagrado. ¿Qué interpretó? Eso da prácticamente lo mismo. Lo que hace este músico está al alcance de dos o tres personas en el mundo. Alguien diría que es el mejor en estos momentos y no se equivocaría. Su manera de explicar la forma musical y la expresividad dramática de su gesto tienen sello propio. La paleta de colores que es capaz de crear es única y eso le permite recitar poesía con los sonidos. No he escuchado un Brahms tan profundo ni un Schubert tan contemporáneo. En sus manos tiene el poder de redescubrir y completar mensajes escritos hace 200 años. Parece como si el piano le hablara y él fuera el interlocutor designado.

[La segunda parte de la reseña es exclusiva para mis seguidores más entusiastas. Para el resto es mejor abandonar la lectura y quedarse con lo escrito más arriba.]

En la media parte del concierto decidí estirar un poco las piernas y di una vuelta por platea hasta acercarme al escenario y contemplar cómo se corregía la afinación de alguna nota esquiva. Es cuando me crucé con un señor de unos setenta años que vestía de la siguiente manera: camiseta interior de manga corta de color azul cielo con alguna mancha sospechosa, pantalón corto de color blanco, por encima de la rodilla, calcetines cortos también blancos y chanclas de piscina de color verde pistacho. Su piel, mucha de ella al aire, parecía peligrosamente bronceada y sumamente peluda. Aquella visión fue tan radical que tuve que apoyarme en una columna y recuperarme durante unos instantes. Entonces pensé que, quizás, sería necesario hacer algún comentario. Si ustedes, alguna vez, van a cualquier sala de conciertos, pongamos por ejemplo la Musikverein de Viena, no creo que les dejen entrar con ese peculiar estilo. Pero aquí… ¡aquí somos diferentes! Aquí nos gusta que los yayos vayan a los conciertos medio desnudos y despeinados. Somos así, somos más informales que el resto de Europa. En el Festival de Lucerna (Suiza), mediados de agosto, el público viste tuxedo (esmoquin). En los festivales de verano de nuestro entorno, si pudiéramos, iríamos con la [] al aire. Aquí no nos planteamos prohibirle la entrada a un turista si no va correctamente vestido. Eso no va con nuestro carácter. Aquí, sobre todo, somos más permisivos y más simpáticos.

Tel. 933–179–050, ibercamera.com

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