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El Liceu Se Rinde Ante La Voz De Nadine Sierra

El Liceu se rinde ante la voz de Nadine Sierra

 

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     ABR. 7, 2025 (Fotos: ©Sergi Panizo)

Por un instante, Barcelona dejó de existir. Sólo quedó ella.

A las seis en punto del 6 de abril, el Gran Teatre del Liceu ya vibraba con una expectación casi eléctrica. Las butacas, ocupadas hasta el último rincón, no acogían simplemente a un público; acogían a una audiencia dispuesta a enamorarse. Y vaya si lo hizo. Lo que prometía ser un concierto de dos horas acabó convirtiéndose en una epifanía de tres, un derroche vocal y emocional protagonizado por Nadine Sierra, junto a la Orquestra Simfònica del Liceu, bajo la dirección de Pablo Mielgo.

Sierra, que debutó en el Met con apenas 27 años y ha conquistado ya los principales teatros del mundo, se presentó en Barcelona no como una estrella más del firmamento operístico, sino como un auténtico fenómeno vocal, artístico y emocional. Lo suyo no es cantar. Lo suyo es poseer el escenario, convertir el sonido en gesto, la técnica en expresión y la belleza en acto de fe.

Desde la obertura de Le nozze di Figaro, Mielgo imprimió un pulso ágil y detallista a la orquesta, que se mantendría a la altura durante toda la noche. Pero fue cuando Sierra entonó su “Deh! Vieni, non tardar” que el teatro se inclinó ante su presencia. Con una línea impecable, una proyección cristalina y una musicalidad innata, encarnó a Susanna con una mezcla de picardía y lirismo que rozó lo sublime.

El resto de la primera parte fue un despliegue virtuoso, el desenfado chispeante de Norina en Donizetti, la melancolía creciente de Lucia —con un “Regnava nel silenzio” de respiración casi cinematográfica— y una Violetta visceral en el “Sempre libera” que emocionó al público sobremanera. Su coloratura no es sólo precisa, es apasionada, feroz, arrolladora.

En la segunda parte, ya completamente dueña de la noche, Sierra mostró su gama más amplia. Su “Vissi d’arte” fue un puñal dulce, cantado con un sentido del legato que hizo contener el aliento. Luego llegó la ternura de Charpentier, la exuberancia juvenil de Gounod, la coquetería juguetona del “I feel pretty” de Bernstein. Y, por supuesto, esa joya inesperada —y un tanto accidentada— que fue Bésame mucho. Su registro grave y central sufrió ahí un leve desajuste. Por otro lado, en el original mix de canciones de diferentes musicales de Holywood la amplificación estuvo poco cuidada. Pero eso fue un simple parpadeo en medio de un firmamento de estrellas. Sierra, siempre elegante, sonrió, respiró, y se lo llevó todo igualmente por delante.

Los bises llegaron y no se detuvieron. Cuarenta minutos de bises, de agradecimientos con el cuerpo entero, de una Sierra que regresaba al escenario como quien regresa a casa. Porque eso fue el Liceu esa noche: su casa. Un lugar que le pertenece, no sólo por el contrato, sino por derecho conquistado. Cantó, rió, habló con el público, hizo una reverencia y luego otra, y otra más, todas sinceras, todas ganadas.

Pablo Mielgo, desde el podio, fue un cómplice más que un director. Sostuvo a Sierra con mano segura, cuidando cada entrada, cada color, cada atmósfera. La Orquestra Simfònica del Liceu respondió con nobleza, con brío, con precisión.

A la salida del Liceu, entre el público, escuché a un entrañable anciano exclamar: ‘¡Hacía mucho tiempo que no veíamos algo así en Barcelona!’ Y, es que esta temporada, el Liceu ha sabido leer el signo de los tiempos. Nadine Sierra no es sólo una soprano brillante. Es un acontecimiento cultural. Y si la ópera quiere seguir siendo relevante, necesita figuras así; que dominen el repertorio clásico y, al mismo tiempo, hablen el lenguaje del hoy. El teatro ha hecho bien en ofrecerle múltiples roles esta temporada 24/25. Haría aún mejor en asegurar su regreso para la próxima 25/26, para la 26/27, para la…

Porque hay noches que se olvidan, y otras que se cuentan durante años. Esta fue una de las segundas. El Liceu ya le ha dado sus llaves a Nadine. Ahora, Barcelona debería hacer lo mismo.

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