Fígaro bajo la lluvia
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ ABR. 30, 2022 (Fotos: ©Javier del Real)
El clima de las relaciones humanas es tan inestable como el clima en el planeta. Madrid se nos presentaba soleado y con truenos alternativamente, convirtiendo la tarde en una cortina de agua insistente que acabó en un amanecer despejado. De la misma manera ocurre en el entramado de parejas que Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) enreda y desenreda en “Le nozze di Figaro, KV 492”, ópera escrita en 1786, previa a “Don Giovanni, KV 527” y “Cosí fan tutte, KV 588”, terna de la que fue libretista Lorenzo da Ponte (1749-1836), el cual tiene la habilidad de dibujar los enredos y malentendidos partiendo de los actos más inesperados, convirtiendo situaciones dramáticas de la vida en jocosas escenas del arte.
El arte, esa entelequia que tiene la capacidad de arrojarnos a la cara las situaciones y actitudes más vergonzosas y abyectas del ser humano, también las más excelsas y encomiables, haciendo que se presenten ante nuestros ojos de forma que despierte y sacuda la conciencia. Y si esto lo hace en forma de comedia el resultado es doble.
(©Javier del Real)
El paso de un ángel
La música de Wolfgang Amadeus Mozart es un torbellino de vida, de sensualidad, lirismo y belleza monumental, eterna en su concepción, a la que no hace desmerecer ni las peores producciones que se le pueda asignar. Esto ocurre con la producción de Canadian Opera Company que pone en escena un montaje con escenografía de Christian Schmidt y bajo la dirección de Claus Guth, ofreciendo un pobre resultado en el que tampoco mejora la iluminación protagonista en determinadas escenas y encargada de resaltar distintos escenarios o situaciones, la cual estuvo a cargo de Olaf Winter. Es una producción que ha envejecido mal y que podría darse por amortizada.
Una de las características de esta producción es la introducción del papel de El Ángel, ese cupido travieso e impredecible que, apareciendo por cualquiera de los huecos: ventanas, puertas, escaleras, sótano, se introduce entre los personajes moviendo voluntades a su capricho bajo la acción de hilos invisibles más fuertes que el acero. Este ángel que es demonio, como todos en definitiva, que comienza ofreciendo la manzana a Eva, para que no deje de seducir y enredar la voluntad de su pareja. Planteamiento con referencias históricas al mito del Génesis, primer libro de la Torá y del Antiguo Testamento de la Biblia, donde la mujer es origen de desgracias desde esa misma manzana. Por desgracia en muchas regiones de este planeta sigue este escenario aún no ha envejecido, siendo una asignatura constante. Mozart y Da Ponte nos muestran a través de la condesa, de Susana y Marcellina que son ellas las que han sufrido la manzana y las que conducen al arrepentimiento de esa sociedad de costumbres injustas y desiguales representadas por el conde de Almaviva, provocando que al final ese ángel-cupido-demonio abandone toda pretensión de conducir sus voluntades. Lo que podía haber hecho desde el principio ya que el personaje, al que da vida incansablemente el bailarín alemán Uli Kirsch, no aporta nada a la ópera aparte de distracciones evitables.
(©Javier del Real)
Las voces del segundo reparto
Dos voces sorprendentes, a la altura de una dignísima entrega mozartiana, son las de las sopranos donostiarras Miren Urbieta-Vega y Elena Sancho Pereg en sus papeles de la condesa de Almaviva y de Susanna consecutivamente. Miren Urbieta-Vega llega con voz clara, suave, potente, en definitiva con musicalidad y técnica sin dificultades, además de convincente como actriz y donde no quiero dejar de destacar su interpretación, por sobresaliente, de la escena octava del tercer acto “E Susanna non vien!”. Igual de convincente la sensual Susanna, a la que da vida Elena Sancho Pereg con una voz bonita, de calidad, con mucho futuro. Sin duda esta pareja de donostiarras lo mejor del elenco vocal, de las que no sobraría volver a disfrutar de su escucha en futuras producciones. El tenor barcelonés, en su interpretación del conde de Almaviva, Joan Martín-Royo demuestra, como siempre que se sube a este escenario, una habilidad en estos papeles que alternan gracia con sobriedad, con un buen manejo de su instrumento acompañado por una viva representación en escena. Fígaro, protagonista que da nombre a la ópera, está a cargo del barítono holandés Thomas Oliemans que, aunque como actor es convincente y divertido, como voz se queda corto para este Fígaro que debía haber sido más luminoso que apagado. El paje Cherubino fue interpretado por la mezzosoprano navarra Maite Beaumont ofreciendo una interpretación divertida y muy correcta. La mezzo catalana Gemma Coma-Alabert en su Mercellina mejora respecto a años anteriores, con voz correcta pero poco emotiva y buena y convincente interpretación de su papel, destacando la escena quinta del acto tercero al descubrir que es la madre de aquél con el que se iba a casar como pago de una deuda. Alexandra Flood, australiana de nacimiento, en su breve papel de Barbarina nos deleita con una voz, que aunque no es de grandes prestaciones, sí maneja con inteligencia y facilidad, el resto del reparto encarnado por el tenor francés Christophe Mortagne, como Basilio, el andaluz Moisés Marín como Don Curzio y el bajo italiano Leonardo Galeazzi como Antonio en sus papeles secundarios se muestran convincentes, acertados todos en sus actuaciones, y contribuyentes, en definitiva, a una lectura grata en esta noche de abril.
(©Javier del Real)
El foso
La siempre digna Orquesta Titular del Teatro Real sonó a Mozart, con continuas referencias a un sonido más propio del clasicismo vienés que del romanticismo que se avecinaba y del que se han impregnado tradicionalmente el sonido de las orquestas no tuvo su mejor noche, donde el sonido parecía no querer despertar completamente. La dirección de Ivor Bolton, responsable de la orquesta, comenzando tibiamente fue evolucionando a lo largo de las más de tres horas de música.
Tres horas que, salvo deshonrosa excepciones que siempre las hay, el público del coliseo madrileño siguió con respeto y disfrute, pues quizás necesitamos en vidas de lluvia y humedad días de enredos y esperanza.