¿Hay vida después de los likes?
(Imagen DALL·E)
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ DIC. 27, 2024
Una tarde de octubre, Marta, arquitecta de 34 años, se encontraba en un café de Sarrià en Barcelona. Era uno de esos lugares que parecen pensados para Instagram; paredes de ladrillo visto, macetas colgantes, mesas de madera reciclada. Marta había llegado con la intención de leer un libro, pero su móvil, iluminándose con notificaciones de WhatsApp y correos de trabajo, la había atrapado. Un mensaje de una amiga se mezcló con una publicación de su jefe, que a su vez cedía el protagonismo a un influencer compartiendo su desayuno en Bali. Finalmente, dejó el teléfono boca abajo sobre la mesa y miró a su alrededor. La pregunta apareció casi por accidente: ¿En qué momento su vida había dejado de ser suya?
En los últimos años, un número creciente de personas como Marta ha comenzado a desconectarse del ruido constante de las redes sociales y a explorar un movimiento que algunos llaman “minimalismo digital”. El término fue acuñado por el autor Cal Newport, quien, en su libro “Digital Minimalism”, propone un uso deliberado y limitado de la tecnología, privilegiando las herramientas que realmente aportan valor a la vida cotidiana. Este enfoque no es un llamado a abrazar el ludismo, sino una estrategia para navegar un mundo cada vez más dominado por la hiperconectividad.
El viaje de Marta hacia el minimalismo digital comenzó de manera abrupta. Un día, tras cerrar Instagram, se dio cuenta de que había pasado 45 minutos viendo videos de recetas que nunca iba a cocinar. Esa noche, desinstaló la aplicación. Al principio, la decisión le pareció radical, casi como si se estuviera apartando de la sociedad. Pero, con el tiempo, esa ausencia se transformó en una calma extraña. Por primera vez en años, tuvo tiempo para releer sus novelas favoritas, caminar sin rumbo por su ciudad y cocinar esas mismas recetas que antes solo había guardado.
Este no es un fenómeno aislado. Según un estudio reciente de la Universidad de Cornell, reducir el uso de redes sociales durante un mes puede mejorar significativamente los niveles de concentración y bienestar emocional. Al limitar la exposición al bombardeo constante de imágenes y mensajes, muchas personas reportan sentirse menos ansiosas y más conectadas con sus propias vidas. Y, sin embargo, la transición no está exenta de tensiones. En una cultura que valora la inmediatez y el constante intercambio de información, desconectarse puede sentirse como un acto de resistencia.
Un ejemplo paradigmático es el caso de Andrew Sullivan, ex columnista de The New Republic, quien en un ensayo para New York Magazine relató cómo su adicción a la información digital lo llevó al borde del colapso. Tras retirarse a un monasterio para una desintoxicación digital, descubrió que la capacidad de estar solo con sus pensamientos era un lujo que había olvidado cómo disfrutar. Sullivan no es el único. En un mundo hiperconectado, la soledad —y con ella, la introspección— se ha convertido en un recurso escaso.
(Foto: Andrew Sullivan/ Fuente: Wikipedia)
Marta, por su parte, encontró un inesperado placer en las pequeñas cosas. Sin las interrupciones constantes de notificaciones, descubrió la textura del silencio, la cadencia de una conversación sin prisas y el ritmo de una vida no dictada por algoritmos. “Es como si hubiera recuperado el control”, dijo una tarde, mientras preparaba un café en su cocina. Y aunque a veces extraña la comodidad de una comunidad digital, ha aprendido a cultivar relaciones más profundas y significativas en el mundo real.
El minimalismo digital no es una panacea. No resolverá problemas estructurales como la dependencia tecnológica en el trabajo o las desigualdades amplificadas por la economía digital. Pero, para muchos, representa una herramienta poderosa para recuperar algo que creíamos perdido: nuestra atención. Y en un mundo donde cada minuto parece estar monetizado, ese simple acto de resistencia —de decidir cómo usar nuestro tiempo— puede ser, paradójicamente, profundamente revolucionario.
Al café de Sarrià, Marta sigue yendo de vez en cuando. Ya no lleva el móvil consigo; prefiere un cuaderno y un bolígrafo. Y, a veces, mientras escribe, se pregunta cómo será el mundo si más personas deciden desconectarse del ruido. Quizás no esté tan lejos el día en que una mesa de madera reciclada vuelva a ser solo una mesa, y no un telón de fondo para un like.