La acabada Sinfonia “Inacabada” de Schubert
By JOSUÉ BLANCO OCT. 29, 2017
“¡Mozart! ¡Mozart inmortal!, qué innumerables impresiones de una brillante y mejor vida has estampado sobre nuestras almas!” Con estas palabras se refería Schubert al genio austríaco el 13 de junio de 1816. Resulta una obviedad señalar la importancia de Mozart en nuestros días: con seguridad podemos constatar la pervivencia de su obra e incluso podríamos ir más allá haciendo nuestras las palabras de Schuman: “¿No parece acaso que las obras de Mozart se vuelven más y más frescas entre más las escuchamos?”
El estilo galante y vital de Mozart, aunque discutido por algunos e incluso aburrido por otros, es capaz aún de llenar auditorios como vimos el pasado domingo 29 en L’Auditori. Aunque personalmente considero a la OBC como una orquesta más resuelta y cómoda con el repertorio romántico, no tuvo ningún problema en enfrentarse a dos obras singulares – singulares por el hecho que no son de las más habituales en los escenarios actuales- del repertorio mozartiano: la Sinfonía n.º 35 “Haffner” y el Concierto para dos pianos “Lodron”. Dos obras que demuestran ese lenguaje tan característico de Mozart: pasajes delicados que deben ser tocados con pulcritud diáfana y melodías aparentemente sencillas que se engastan en lo más profundo del cerebro.
Sin duda “Haffner” sirvió para abrir boca (¿?) y adentrarnos en el mundo mozartiano; aún así no podemos pasar por alto la delicadeza de contrastes que se observan en esta obra, desde la concisa orquestación, ampliando la orquesta de cuerda con los mínimos instrumentos de viento para reforzar los tutti, hasta los contrastes motívicos que se presentan a lo largo de la obra. Esta misma delicadeza de contrastes pusieron en alerta a los mismos músicos que en más de una ocasión tuvieron que estar atentos a los aspectos dinámicos y de afinación: consecuentemente tuvieron trabajo los oboes y las trompas para sobrellevar ciertos pasajes. Ya se sabe que cuando se toca Mozart se debe estar atento a estos aspectos y son esos detalles los que descubren a los buenos intérpretes; trabajo inmenso el del director Jan Willem De Vriend: el holandés sorprendió a algunos dirigiendo sin batuta, lo que parece impensable para una música que necesita tanta concreción, pero sin duda nos dio una clase de control gestual y expresividad corporal y además sin perder la puntería.
También de Holanda eran los dos solistas del Concierto para dos pianos, Lucas y Arthur Jussen (es habitual encontrar hermanos o familiares que se asocian para hacer buena música, un ejemplo bien conocido son los hermanos Rubinstein). En este caso también cabe destacar la temprana edad de los mismos, 24 y 21 años respectivamente, al igual que era joven Mozart cuando a sus 20 años compuso su concierto para 3 pianos, más tarde adaptado para 2 y que fue la versión que escuchamos en esta ocasión. Singular versión de singular concierto que se aleja en poco de la idea concertante que Mozart plantea en el resto de sus conciertos para piano –solo- quizás con una intencional franqueza en algunos pasajes pero con la misma dificultad técnica de notas cortas y rápidas que se deben limpiar al extremo en ese toque tan particular que plantea el repertorio mozartiano. La clave sin duda radica en la conversación entre los dos pianos, también aquí reside la complicación de la obra: saber encontrarse en los momentos necesarios y salir a destacar cuando conviene. La compenetración que mostraron ambos hermanos sin duda fue excelente llegando a sorprender en ciertos pasajes la simbiosis que se percibió. El éxito entre el público propició dos bises que sirvieron para concluir la primera parte.
Tras la pausa era el turno de Schubert y su Sinfonía Inacabada, que apareció sin numerar en el programa de mano, y es que es todo un dilema numerar esta sinfonía, tradicionalmente la 8ª pero según la última renumeración la 7ª. Más allá del baile de cifras ésta sigue siendo una de las obras clave del compositor y particularmente su mayor sinfonía. Seguidor y admirador tanto de Mozart como de Beethoven se encuentra en la inflexión aún entre el clasicismo y el romanticismo cosa que se percibe muy bien en la evolución de sus obras así como la clara estructura (¿la estructura de qué?) que es fácil de reconocer incluso de oído. Por otro lado la vida convulsa y caótica del compositor también se percibe en su trabajo, de hecho esta no fue la única obra que dejó inconclusa.
El hecho fascinante que radica en esta obra es el mismo halo de misterio que transpira y que se ve reflejado tanto en el carácter de la obra, la elaboración motívica, muchas veces cortante y claramente contrastante, pero también en el propio trabajo de orquestación y como plasma la idea de la obra con los recursos orquestales, este exquisito trabajo se ve ya de primeras en el inicio de la misma obra.
Merecida ovación la que recibió la OBC por su trabajo: el grueso orquestal más amplio que en Mozart y la soltura que demuestran con el repertorio mas romántico se percibió en el sonido y la interpretación.
Aún así la sorpresa que De Vriend reservó para el final mereció la espera: después de salir del escenario para volver a saludar, micrófono en mano, anunció la interpretación del inacabado 3r movimiento; apenas fueron unos pocos compases pero la sensación de recuperar nueva música de la mano del propio Schubert fue indescriptible, quizás para algunos una pequeña broma que apenas llegó al minuto pero con un valor musical incalculable, sabiendo que habíamos podido oír de forma completa la inacabada sinfonía de Schubert. Gracias por el regalo Jan, te esperamos pronto por Barcelona: esperamos que traigas más sorpresas de este valor.
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