La fiebre del vinilo
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ DIC. 2, 2024
En un rincón del barrio del Rabal, Barcelona, una pequeña tienda de discos rebosa de vida en una tarde lluviosa de sábado. Una chica de veinte años sostiene un vinilo de Fleetwood Mac, inspeccionando la carátula como si buscara secretos. Cerca de ella, un hombre con barba canosa y una camiseta de Pink Floyd charla con el dueño sobre prensajes japoneses. Afuera, un letrero vintage anuncia: “Discos de ayer y hoy, porque el streaming no tiene alma.”
El renacimiento del vinilo, una vez relegado a la nostalgia de los más obstinados coleccionistas, no es solo una moda. Es un fenómeno cultural que desafía la lógica tecnológica: en un mundo donde Spotify, Apple Music y YouTube ofrecen acceso inmediato a millones de canciones, la gente está dispuesta a gastar 30 € o más en un objeto que exige espacio, cuidado y paciencia. Es, como dicen los entusiastas, una rebelión contra lo desechable.
El ritual del sonido
Para entender esta fiebre, debemos empezar por el objeto mismo. Sostener un vinilo es experimentar un peso tangible, físico, casi ceremonial. El acto de deslizar el disco de su funda, colocarlo en el plato giratorio y alinear la aguja tiene una cualidad casi religiosa. Y luego está el sonido. “Es cálido, imperfecto, lleno de textura,” explica Mark Michelson, propietario de Needle & Groove Records en Chicago. “Es como comparar una fogata con una pantalla de chimenea digital.”
Los amantes del vinilo insisten en que las imperfecciones, los crujidos y los saltos ocasionales, son parte del encanto. Contrasta con la perfección comprimida del streaming, donde cada pista suena clínicamente idéntica sin importar el dispositivo. Una encuesta de 2023 reveló que el 60% de los compradores de vinilos afirmaban que la calidad del sonido era su principal motivación, pero la verdad va más allá de la acústica.