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La ‘Flauta Mágica’ O Cómo Los Rayos Del Sol Expulsan A La Noche

La ‘Flauta Mágica’ o cómo los rayos del sol expulsan a la noche

© Javier del Real

JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     ENE. 27, 2019

Pocas óperas tienen tanta aceptación en todas los niveles de público como Die Zauberflöte, K.620 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y pocas veces se puede estar más acertado como ha estado el Teatro Real en la producción que ahora presenta, reposición de la que ya puso en pié en enero de 2016. Creatividad e imaginación en estado puro y en continuo fluir. Suzanne Andrada y Barrie Kosky, ponen a disposición del público un mundo onírico y simbólico que nace de la estética del cine mudo y animado, disciplina ésta de la que es responsable Paul Barritt: No hay escenario y todo se desarrolla proyectado sobre el plano donde aparecen y desaparecen los intérpretes caracterizados como mariposas, arañas, etc, esto hace que las interpretaciones sean de una extraordinaria dificultad y que el trabajo escénico de los intérpretes merezca tanto como el vocal.

Ideales masones

La flauta mágicafue escrita en 1791, poco antes de su muerte, para las clases populares y no para las élites que copaban los teatros de la corte. El responsable de esta iniciativa fue el también masón Emanuel Schikaneder (1751-1812), actor, cantante, escritor y productor teatral, representando además el papel de Papageno en las primeras representaciones. Mozart, hermano de Logia de Schikaneder, aprovecha esta circunstancia para, en forma de fábula maravillosa, hacer un singspiel donde se difunda y exalten los principios humanistas, iluministas y masones de hermandad, yendo desde el contrapunto al coral luterano pasando por arias virtuosísticas y endemoniadas. Uno de los múltiples hallazgos de la presente producción es la conversión de las partes habladas del singspiel en secuencias de cine mudo proyectando sobre el fondo el texto que debería decirse y acompañándolo por la Fantasía en re menor, K.397/385gy la Fantasía en do menor, K.475 del autor salzburgués al fortepiano en una muy bien traída lectura de Ashok Gupta.

© Javier del Real

Rocío Pérez y otras reinas

La representación del martes 21 estaba a cargo del llamado segundo reparto en el que hay que destacar a las dos protagonistas femeninas. Una estupenda Reina de la Noche a cargo de la soprano madrileña Rocío Pérez, que ya nos agradó la pasada temporada en su papel de Nannetta en Falstaff, hace gala de una musicalidad trabajada y madurada, venciendo con naturalidad las dificultades extremas que tiene su papel no solo en lo musical, sino en este caso en lo escénico que la convierte en una araña de grandes dimensiones donde todos sus movimientos van coordinados y obligan a realizar un esfuerzo doble. La soprano Olga Peretyatko da vida al papel de Pamina, comenzando con ciertos titubeos pero enseguida muestra seguridad y cuerpo en su voz y en su trabajo en el escenario, llegando a una impresionante interpretación de su dúo final con Tamino que arranca los aplausos del público. Tamino, ese joven que huye de la serpiente gigante y que las peripecias de apariencia casual de la vida le van llevando a liderar la hermandad entre todos los seres humanos, tal como representa el coro final donde todos los hombres son Tamino y todas las mujeres son Pamina, viene a cargo del tenor Paul Appleby que desempeña su papel con credibilidad y buena técnica. Como siempre que se le escucha en este Coliseo, el tenor vasco Mikeldi Atxalandabasso no defrauda sino antes al contrario. Su voz engancha desde el primer momento. Volumen y cuerpo, que sabe modelar y modular, hacen un Monostatos inolvidable. Sarastro viene en la voz del bajo polaco Rafal Siwek, que ya dio vida al gran inquisidor del Don Carlohace cuatro meses, estando en esta ocasión más intimista y directo que en el papel verdiano, como en el aria In diesen heil’gen Hallen. Papageno, el pajarero que mucho habla, caracterizado como Buster Keaton paradigma del silencio dentro del cine mudo, corre a cargo del barcelonés Joan Martín-Royo con un brillante resultado, alternando la gracia de su verborrea con la decepción de no tener amor. Amor que finalmente le dará Papagena, fiel armonía al pajarero a la que sabe dar vida la soprano Ruth Rosique. Así como mencionar a tres damas con más que correcto trabajo a cargo de la soprano Elena Copons y las mezzosopranos Gemma Coda-Alabert y Marie-Luise Dreβen.

© Javier del Real

La dirección de Ivor Bolton dibujada en el aire con sus manos sin batuta, es entusiasta y de estilo, con algún momento menos afortunado, pero sin que se resienta la lectura general. Corales, contrapuntos y demás se ofrecen con claridad y sin excesos por la Orquesta Titular del Teatro Real, entre los que hay que destacar a la flauta de Pilar Constancio o el glockenspiel de Ashok Gupta. El Coro del Teatro Real bajo la dirección de su titular Andres Maspero hace un trabajo de calidad.

El genio salzburgués pretendía hacer una ópera alemana y terminó haciéndola universal, sobre la fraternidad, el amor sin fronteras y la verdad, porque como le dicen las tres damas a Papageno: Habla, pero no vuelvas a mentir, tan ajeno ello al mundo de entonces y al tiempo actual de tanta flauta destemplada.

teatroreal.es

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