La OBC ilumina el Auditori con contrastes sonoros
(Foto: ©May Zircus)
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ DIC. 24, 2024
El Auditori de Barcelona vibró con expectación el 22 de diciembre de 2024, cuando la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), bajo la batuta de Ludovic Morlot, presentó un programa que combinaba lo contemporáneo con lo atemporal. Fue un concierto que prometía mucho y en gran medida cumplió.
El estreno mundial de “Sinfonía efímera” de José Río-Pareja abrió la noche con intenciones audaces. Las texturas intrincadas y los crescendos dinámicos del compositor mostraron un dominio de las posibilidades orquestales. Sin embargo, con 25 minutos de duración, la obra se extendió más de lo necesario, con motivos de percusión persistentes en el tercer movimiento que amenazaban con opacar los momentos más sutiles. La OBC navegó por sus complejidades de manera correcta.
Luego llegó el momento cumbre de la noche: el ”Concierto para violonchelo en la menor, Op. 129” de Robert Schumann, interpretado por el aclamado Gautier Capuçon. El virtuoso francés aportó su característico equilibrio entre calidez y precisión, con su arco acariciando las frases con una intimidad casi conversacional. Pero ni siquiera el arte de Capuçon pudo trascender completamente la acústica, a veces implacable, del Auditori, que privó a su registro grave de parte de su profundidad. Aun así, su interpretación fue una lección de elegancia que mereció una ovación entusiasta. Como bis interpretó, junto a la sección de violonchelos y contrabajo, un arreglo de las ‘Cinco piezas’ de Shostakovich.
(Foto: ©May Zircus)
Tras el intermedio, la OBC dirigió su mirada hacia los paisajes pastorales de la ”Sinfonía n.º 6 en Fa mayor, Op. 68” de Beethoven. Morlot condujo a la orquesta con mano –y pie– firme, enfatizando el lirismo y la vitalidad que hacen de esta sinfonía un favorito eterno. Fue una lectura competente, aunque no reveladora, que, sin embargo, logró transportar al público a la visión idílica de Beethoven.
Colocación general
He de confesar que hacía tiempo que no asistía a un concierto de la OCB. Me llamó la atención que el podio del director está mal colocado, excesivamente adelantado, o la disposición inusualmente tradicional de los violonchelos, ¿un guiño nostálgico o un desliz en la acústica espacial? Estos detalles añadieron un toque de intriga a una presentación por lo demás pulida. También recordé que a la prensa nos colocan en un lugar que no es el idóneo para realizar reseñas, demasiado lejos de la ‘acción’.
A pesar de sus imperfecciones, el concierto logró yuxtaponer lo audaz con lo familiar, reflejando una orquesta que no teme correr riesgos mientras honra sus raíces clásicas. Si los experimentos de la mañana no siempre volaron alto, sí resonaron, dejando mucho de qué hablar en las frías calles de Barcelona.