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La Sangre Del Futuro

La sangre del futuro

ISRAEL DAVID MARTÍNEZ     FEB. 13, 2025

La carrera por un milagro sintético

Una tarde de otoño en 2017, el doctor Allan Doctor —sí, ese es su nombre real— sostenía un pequeño frasco con un polvo rosa en su laboratorio de la Universidad de Washington en St. Louis. Era liviano, anodino, apenas una pizca de material sobre la palma de su mano enguantada. Pero cuando añadió unas gotas de agua, el polvo comenzó a disolverse y a transformarse en un líquido de un rojo intenso. Un líquido que, en teoría, podría salvar vidas. Si todo salía bien, aquello sería sangre. O lo más parecido a ella.

Desde hace más de un siglo, los científicos han intentado replicar el milagro de la sangre humana. Un líquido que transporta oxígeno, coagula cuando es necesario, combate infecciones y, sin embargo, es increíblemente escaso en situaciones de emergencia. En los quirófanos, en los campos de batalla, en catástrofes naturales, la sangre —o su ausencia— ha sido el factor determinante entre la vida y la muerte.

(El Dr. Allan Doctor en su laboratorio en el Centro de Transporte de Oxígeno en la Sangre y Hemostasia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland en Baltimore. (Cortesía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland)

Las primeras tentativas de crear un sustituto de la sangre fueron tan desastrosas como predecibles. A finales del siglo XIX, médicos desesperados inyectaban leche de vaca o soluciones de perfluorocarbono en pacientes desangrados, con resultados que iban desde la inflamación severa hasta la muerte casi inmediata. En la Segunda Guerra Mundial, cuando las reservas de sangre eran insuficientes para atender a los soldados heridos, los científicos británicos experimentaron con plasma seco, una alternativa útil pero incompleta: sin los glóbulos rojos, la sangre no podía cumplir su función esencial de transportar oxígeno.

El problema, como descubrieron generaciones de investigadores, era que la hemoglobina, la proteína responsable de llevar oxígeno a los tejidos, se volvía tóxica cuando se liberaba fuera de los glóbulos rojos. “Es como intentar sacar el motor de un coche y esperar que funcione igual”, explicó una vez el doctor Ernest Beutler, hematólogo pionero en el campo. Durante las décadas de 1980 y 1990, se intentaron todo tipo de estrategias: encerrar la hemoglobina en cápsulas, modificar su estructura química, extraerla de sangre de animales. Pero nada funcionaba del todo.

Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado. En un laboratorio de Barcelona, un equipo de científicos del Banco de Sangre y Tejidos trabaja en la producción de glóbulos rojos a partir de células madre. “Podemos fabricar sangre compatible para cualquier persona, sin importar su tipo”, declaró en una entrevista el investigador Joan Garcia. El proceso, aunque costoso y aún en fase experimental, podría revolucionar las transfusiones sanguíneas en el futuro.

Mientras tanto, el doctor Allan Doctor y su equipo han seguido perfeccionando su polvo rojo, llamado ErythroMer. La idea es simple en teoría: un sustituto de los glóbulos rojos que pueda transportarse en forma de polvo, reconstituirse con agua y usarse en situaciones de emergencia, desde el campo de batalla hasta hospitales rurales sin bancos de sangre. En pruebas preclínicas, ErythroMer ha mostrado ser capaz de transportar oxígeno y circular por el torrente sanguíneo sin los efectos secundarios tóxicos que arruinaron experimentos anteriores. “Imagina un paquete de sangre que puedas llevar en el bolsillo”, dijo Doctor en una conferencia reciente.

El camino hacia la sangre sintética aún es largo. La biología, siempre escurridiza, ha demostrado que la sangre no es solo un fluido: es un ecosistema en miniatura, repleto de señales químicas y células especializadas que trabajan en perfecta sincronía. Pero la necesidad sigue ahí. En todo el mundo, los bancos de sangre enfrentan escasez crónica, y los grupos sanguíneos raros siguen siendo un problema logístico en las salas de emergencia. Si los científicos logran descifrar el código de la sangre artificial, podrían estar a punto de resolver uno de los grandes enigmas de la medicina moderna.

Mientras tanto, en un laboratorio de Cambridge, en un frasco cuidadosamente etiquetado, un polvo rosa espera su oportunidad. Con un poco de agua y mucha esperanza, tal vez un día se convierta en vida.

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