Saltear al contenido principal
Las Indias Galantes… Y Urbanas

Las Indias Galantes… y urbanas

JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     JUN. 1, 2025 (Fotos: ©Javier del Real)

Les Indes galantes, RCT 44”, Opéra-ballet en un prólogo y cuatro entrées con música de Jean-Philippe Rameau (1683-1764) estrenada en la Ópera de París el 23 de agosto de 1735 ha tardado casi 290 años en llegar al Teatro Real.

Louis Fuzeller, entre la pasión del amor o la de la guerra

Nos encontramos ante un subgénero operístico que hibrida el ballet con la ópera y viceversa, donde posiblemente el público mayoritario de este subgénero disfrute más con las entrées (coincidente con el nombre que Rameau les da a los presuntos actos si fuera una ópera) y los pas de deux que con las arias y coros, por lo que tampoco son historias que suelan tener un argumento consistente. En el caso de Les Indes, el prólogo presenta a Hébé, la diosa de la juventud, frente a Bellone, la de la guerra. Deidades femeninas que llaman a la conciencia de los jóvenes, a ver cual es más popular entre ellos. Y ante lo que parece ser una constante en la historia de la humanidad, la juventud elige ir a matar, antes que ir a amar. Así que los jóvenes llamados por Hébé primero y por Bellone después se embarcan hacia la batalla gloriosa por no se sabe cuáles ideales, ante lo que Hébé decide pedirle a Cupido que ya que no puede enamorar a sus jóvenes en origen, los enamore en destino repartiendo sus flechas por todas las costas posibles para que lo que lleven a esos destinos sea paz y amor. A partir de aquí se suceden las cuatro historias, inconexas entre ellas, en las que los invadidos (los indios Incas evidentemente) y los invasores (aquí hay españoles, franceses y turcos), a excepción de la tercera en la que son todos persas, pugnan por el amor entre ellos y lo celebran independientemente de quien lo consiga en esa ocasión. Gracia esta por vivir en una tierra ocupada a la que han traído paz. Hay que recordar que está escrito en el siglo XVII desde un prisma imperialista, expansivo y paternalista, vaya a ser que alguien extrapole a la actualidad este modelo justificando excesos inexcusables. Las cuatro partes se titulan “El generoso Turco”, “Los íncas de Perú”, “Las flores” y “los salvajes”.

La fuerza de la calle

Una de las novedades de esta producción, anunciada como semiescenificada, es la coreografía de Bintou Dembélé, a la sazón responsable de la dirección artística del montaje. Dembélé ha apostado por lo que sabe: el hip-hop y, en términos generales, ofrece una escenografía y coreografía ni buena ni mala. A veces parece superflua e innecesaria y, a veces, se muestra con destellos de genialidad y, quizás por estos destellos merezca la pena la totalidad. Aparte de la coreografía el resto de la escenografía, incluyendo la iluminación, fue poco afortunada. Escenario oscuro en el que las luces, a cargo de Benjamin Nesme, dispuestas en largas barras, incidían más en la mirada del espectador que en la definición del escenario que se mantuvo entre lo oscuro y lo confuso. Como oscuro y confuso era el vestuario, obra de Charlotte Coffinet, de estilo indefinido, porque mejor no definirlo, y confuso cuando mantiene a los cantantes que hacen varios personajes con el mismo vestuario en todos ellos.

La idea de Bintou Dembélé, llevar esa fuerza de la calle, de las danzas urbanas, de la violencia y las tensiones entre etnias o clases sin resolver, puede resultar idónea para las mismas relaciones sin resolver que plantean Hébé y Bellone en la primera entrée, siempre que no modifique el sentido de la obra de Rameau, lo que afortunadamente solo ocurre en la interpretación de la Danse du Grand Calumet de la Paix, en la última parte de la cuarta entrée, cuando la demencia urbana soterra el consenso y acuerdo que la música pregona, momento culmen de esta ópera-ballet.

Cuarteto vocal

Son cuatro las voces solistas protagonistas, encargadas de dar vida a un puñado de personajes del orbe conocido. A destacar la soprano coloratura Julie Roset, ya escuchada en estas tablas en el doble papel de Euridice y La Musica de “L’Orfeo” de Claudio Monteverdi (1567-1643) en la temporada 2022-2023, junto al director que hoy es responsable de la versión extractada de “Les Indes galantes”, Leonardo García-Alarcón. Hoy ha crecido como demuestra en el dúo con Don Carlos en Los incas de Perú o en el consecutivo diálogo, el aria Viens, hymen, viens m’unir au vainqueur que j’adore!, que su personaje Phani realiza con la flauta, el traverso barroco, tal vez el momento interpretativo más bello de toda la ópera. Mathias Vidal, tenor que entre otros papeles tiene el enamorado Don Carlos muestra un instrumento seguro, con fraseo y buena proyección. Junto a ellos la soprano portuguesa Ana Quintans, siempre tan segura y efectiva en un repertorio que conoce bien y que aquí tiene su mejor ejemplo en la diosa Hébé, frente al bajo barítono Andreas Wolf de timbrado y buen instrumento, que supo controlar en la muerte de Huascar como víctima inmolada del volcán.

En resumen un buen cuarteto de voces, para la semiescenificada representación, en la que se les somete, aparte de la demostración vocal, a una continua integración con los personajes de la fauna urbana que danzan alrededor. A lo que también el coro ha de responder. Ante tal alarde de exigencias ajenas a su disciplina el Choeur de Chambre de Namur aprueba satisfactoriamente, lo que también hace en la interpretación vocal que le encomienda Rameau.

Caminar descalzo

Al escenario sale descalzo y caminará, las dos horas y medio de música entre intérpretes y bailarines, descalzo el director de orquesta suizo argentino Leonardo García-Alarcón, como metáfora de la conexión con la tierra que vibra y en la que se desarrollan las pasiones de la sangre que Jean-Philippe Rameau pone en música. Dirige e interpreta al clavecín junto al conjunto Cappella Mediterranea los extractos que componen la versión ofrecida durante las tres jornadas en las que se representa una de las obras cumbre del genio francés. Bajo la batuta de García-Alarcón se destila por igual arrebato y mesura, que con gesto generoso y decidido extrae la mejor entrega de sus intérpretes; destacando traversos, trompetas y percusión sin desdibujar al resto.

Al finalizar el público ovacionó grandemente a los intérpretes hasta el punto de repetir la interpretación de la Danse du Grand Calumet de la Paix, lo que se agradece verdaderamente, al poder escucharla, por fin, sin gritos ni vocería que la emborronase y sepultara como ocurrió un rato antes en la que la música de Jean-Philippe Rameau dejó de ser ópera para convertirse en una banda sonora en la que lo importante eran los hiphoperos cuanto más vociferantes mejor.

Bien nos vendría saber y recordar que la pipa de la paz se toma de forma conjunta y sin gritos ni violencia alrededor para acabar tan agraciadamente como las representaciones, tan escasas como afortunadas.

Volver arriba