Le Concert d’Astrée resucita la pasión por Händel
(Photos by A. Bofill)
By CARLOS GARCIA RECHE ABR. 6, 2019
En el primer fin de semana de abril, los amantes de la música barroca se citaron en el coliseo barcelonés para asistir al Desperate Lovers, recital íntegramente händeliano dedicado a los amores más apasionados de su obra. Dos meses después del debut de Lisette Oropesa en Rodelinda, Le Concert d’Astrée fue el conjunto encargado de resucitar al gigante anglo-alemán que en sus formas (ya sean operísticas, recitales o instrumentales) se resiste a pasar de moda. Quizás, el figurar en el puesto número 10 de la lista de los compositores de ópera más representados (según operabase) se deba a un sello personal en la forma de tratar el amor en sus personajes. Un sello capaz de combinar el virtuosismo del bel canto primitivo con coherencia y veracidad argumental, a través de arias formalmente poco convencionales y una armonía esmeradamente descriptiva. Es obvio que el factor geográfico en la vida de Händel influyó notablemente en su creatividad, pudiendo absorber y asimilar influencias francesas y alemanas y adaptarlas a la ópera seria italiana. Para un joven compositor del siglo XVIII, producir un drama de calidad para el poco impresionable público inglés no resultaría nada fácil, aunque su música sí lo sugiera.
Tampoco resulta fácil justificar dos horas de repertorio händeliano en la apretada y estresante agenda de un teatro como el Gran Teatre del Liceu, algo que solo una orquesta barroca y unos cantantes de talla mundial pueden conseguir. Desde que se coronó como mejor conjunto del año 2003 en la ceremonia Victoires de la Musique Classique, Le Concert d’Astrée ha ido consolidándose con firmeza como orquesta barroca – probablemente una de las mejor especializadas en Händel – y ha seguido cosechando premios y reconocimientos desde entonces.
LE CONCERT D’ASTRÉE
El recital ofrecido por el conjunto francés cumplió con las expectativas desde el primer acorde – igual que en su visita a Barcelona en 2014 – bajo una inspiradísima Emmanuelle Haïm cuya batuta se convirtió en un instrumento más. Hay que decir por otro lado que, en un planteamiento más historicista, hubiera podido esperarse de la propia Emmanuelle asumir la dirección desde el clave al menos en alguna de las piezas interpretadas, costumbre habitual en el siglo XVIII. En cualquier caso, la apuesta de la directora no restó nada de música y sí aportó precisión, atención y espectáculo ante un veterano público que fue testigo de una apasionada y gestual conducción y, lo más importante, de unos buenos resultados. El conjunto destacó por un equilibrado balance y un afelpado continuo al que cuerdas y vientos integraron en un agradable tejido sonoro, especialmente en el Concerto Grosso op.3 nº2. La orquesta destacó por una excelsa interpretación a prueba de fallos y desafinación, factores siempre a tener muy en cuenta en instrumentos de época, especialmente instrumentos de viento y clavicémbalos de modestas prestaciones como el que Mathieu Dupouy tuvo que tocar. A propósito, sería bueno revisar el programa de mano antes de imprimirlo y corregir errores, ya que empiezan a ser casi habituales: “arpa” y “clave”, y “laúd y tiorba”, son instrumentos bastante diferentes…
LOS CANTANTES
De igual modo, los cantantes supieron equipararse a la orquesta y hubo que esperar muy poco para disfrutar de los retos vocales que sorteó Tim Mead. El contratenor inglés compareció enérgico y preciso en sus arias de Tamerlano, Orlando, y muy solvente en la virtuosa aria Vivi, tiranno de Rodelinda, controlando el fiato y gestionando perfectamente su potente proyección. La diva Sandrie Piau, menos teatral y más solemne, elevó el nivel evocando dolor y perdón en su primera aria de Aci, Galatea e Polifemo, presumiendo técnica y una larga experiencia y sabiduría. Poco después, se lució con el dramatismo de Polinesso que dio paso al excepcional dueto Vivo in te que culminó la primera parte.
La segunda estuvo protagonizada par arias y duetos más largos en los que se potenció lo mejor de lo ya ofrecido, con especial atención en la complicidad entre los dos solistas, especialmente en la cadenza del dueto de lo t’abbraccio de Rodelinda. Destacó el solo final de Sandrine en Adorato mio sposo que dio paso a una gran ovación correspondida por hasta cuatro propinas, que presentó la propia directora. Entre ellas sobresalieron los duetos de Rinaldo y Giuolio Cesare que deleitaron a un público por cierto, más educado y silencioso de lo habitual.