
Los cuentos de hadas no existen
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ MAY. 17, 2025 (Fotos: ©Javier del Real)
Para el centenario del nacimiento de Aleksandr Pushkin (1799-1837), Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908) compone la ópera “El cuento del Zar Saltán” estrenándola el 3 de noviembre de 1900 en el Teatro Solodóvnikov de Moscú con un plantel de cantantes no del todo profesionales, a excepción de la soprano Nadezhda Zabela-Vrúbel que ya tenía una exitosa carrera y a la que su marido, el pintor Mijaíl Vrúbel (1856-1910) inmortalizó en un lienzo como el cisne que cautiva al Príncipe Guidón.
Esta historia empieza donde acaba la de Cenicienta, porque esta hermana esclava daría el mejor heredero al Zar si se lo pidiera, un digno sustituto del baile precalabaza. Su boda con el Zar convierte a sus hermanas en cocinera e hilandera, aunque lo único que cocinen y tejan sean conjuras y tramas desde el mismo momento de la boda, materializándose cuando la Zarina Militrisa da a luz a un sano y hermoso heredero, lo que corre a comunicar a su esposo el Zar, que para variar está matando personas en una de sus guerras. Pero la misiva que serviría para goce y regocijo del padre primerizo fue interceptada y sustituida por otra escrita por Babarija, alter ego de la madrastra de Cenicienta, en la que la criatura nacida era un monstruo horroroso, lo que volvió loco y ciego de ira y rabia al incauto Zar, que confió en el traidor del mensajero y ordenó que a madre e hijo los metieran en un barril y los lanzaran al mar. Cosas de zares. Después se le pasa la rabieta y se arrepiente, pero ya es tarde. Como es de suponer, la Zarina y el príncipe se salvan milagrosamente, el joven Guidón crece y se hace líder de la ciudad encantada de Ledenets. Todo ello gracias a la princesa cisne que aparte de ser una bella ave, es una mujer mágica que permitirá al príncipe recuperar a su padre y poner en su sitio a sus tías. Para ello el cisne mágico le permite convertirse en abejorro. No sabemos si en nuestro bello bombus terrestris o en el más discreto bombus lapidarius, pero actúa un poco como los dos bajo la hipnótica música de la pieza que se ha conocido, independientemente de la ópera, como “El vuelo del moscardón”, realmente es el vuelo del abejorro. Así consigue llegar al palacio paterno y, mientras los marinos convencen al Zar del nuevo reino que ha avistado, él pica y molesta a las tres malidicentes familiares cada vez que se oponen a visitar el nuevo reino, donde finalemte reconocerá a su mujer, su hijo y perdonará (ya no le quedarían bidones) a las tres conspiradoras. Signo de una nueva era, si bien nos dejan claro que esto es el cuento y que las historias de hadas no existen. Bien lo sabemos con levantar la mirada.
La magia de Tcherniakov
Un cuento de hadas, dentro de un cuento de zares, dentro de un cuento de terror. Dmitri Tcherniakov realiza un ejercicio de metahistoria difícil, arriesgado, con el que da en plena diana. Coloca el cuento como la historia que una madre relata a su hijo víctima de un profundo autismo, llegando a ser éste el protagonista del cuento, el hermoso y saludable heredero del imperio, pero como si Pushkin y RImski-Kórsakov lo supieran, le dicen al final del cuento que estas historias no existen, que no tiene otra salida que seguir con su ostracismo, al que ansía por entrar con escalofriantes golpes en la puerta de su cuarto al acabarse felizmente el cuento. La historia de terror, de horror para muchos le sobrevive.
El trabajo de Dmitri Tcherniakov es inmejorable. Se trata de una nueva producción del Teatro Real, en coproducción con el Théatre Royal de La Monnaine de Munt en la que el escenario es mínimo y casi virtual y el vestuario se diferencia entre el del cuento y el de la realidad de la madre que educa a su hijo autista, hasta la escena final en la que los personajes del cuento se tornan reales en el mundo de ese niño príncipe. La mínima escena potencia el significado de cada detalle, resultado que se consigue con la participación fundamental del equipo habitual de Tcherniakov, se trata de Elena Zaytseva en el vestuario y de Gleb Filshtinsky en el manejo de las luces y el vídeo. Trabajo excelente el de ambos profesionales.
La Zarina y el Príncipe
El reparto tiene la doble tarea de actuar teatral y vocalmente, en algún caso con habilidades especiales de dibujo rápido, como magistralmente lleva a cabo el tenor ucraniano Bogdan Volkov, con un canto limpio, sin aristas, fresco y creíble que acompaña a la par con un gesto escénico descomunal, consiguiendo que el niño autista haga su papel de príncipe. Digna madre es la Zarina Militrisa, a cargo de la soprano rusa Svetlana Aksenova, con un instrumento digno en la región central y algo débil en la aguda, situación que su interpretación escénico-dramática consigue salvar. Igual que salva al príncipe, y de paso a su padre, la Princesa Cisne, que tanto en su fase Cisne como en su última parte como Humana, está a cargo de la delicada y segura soprano armenia Nina Minasyan, con un timbre muy bello en toda la zona alta del registro, que es donde mayoritariamente se desarrolla su papel. Junto a ellos realizó un buen trabajo como actor, en la medida que le dejaba el vestuario del cuento, el bajo croata Ante Jerkunica como Zar Saltán, de emisión cómoda y segura pero con algunos inconvenientes en la franja aguda. A su lado las tres urdidoras: la soprano eslovena Bernarda Bobro como Cocinera, la contralto Stine Marie Fischer como Hilandera y como Barbarija la mezzosoprano Carole Wilson, divertidas, malvadas y frescas las tres, a destacar el cuerpo vocal, seguro y robusto, de la mezzosoprano Carole Wilson. El cuarteto de voces masculinas formado por el tenor Evgeny Akimov, en el papel de un Viejo, el bajo Alexander Vassiliev, en el doble papel de Bufón y Marinero, el tenor Alexander Kravets como otro de los Marineros, junto al tenor español Alejandro del Cerro, realizaron una buena interpretación en lo escénico y en lo musical de sus papeles, destacando especialmente el desempeño del santanderino Del Cerro en su doble papel de Mensajero y Marinero, al cual hemos escuchado recientemente en el doble programa de “La vida breve” de Manuel de Falla (1876-1946) y “Tejas verdes” de Jesús Torres (1965).
Dirección sorpresa
La música de Rimski-Kórsakov es eminentemente sinfónica, aunque funciona estupendamente en su vertiente teatral y escénica. El director musical previsto para estas representaciones era el actual titular de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, el director británico Karel Mark Chichon, que tuvo que ser sustituido por el francés Ouri Bronchti, el cual demostró un conocimiento positivo de la escritura del autor ruso, con una interpretación que sin grandes aspavientos resalta el colorido de la orquestación y teje el desarrollo bien emplastado entre voces y orquesta.
Un cuento y una producción, que precisamente por su austeridad, son ricos en contenido y que, más allá del ruido ciego, nos pone ante un pedazo de humanidad rusa y ucraniana, que no es autista y que puede caminar junta, cada una con su pie.