Minkowski dirige ‘Manon’ en el Liceu
El Gran Teatre del Liceu acoge la aclamada producción de Oliver Py de Manon de Massenet con Nadine Sierra y Michael Fabiano interpretando el primer reparto de Manon y el Caballero Des Grieux respectivamente y con Marc Minkowski dirigiendo la Orquesta Sinfónica y el Coro del Gran Teatre del Liceu. Lo estrenará al 20 de abril y estará en cartelera hasta el 3 de mayo.
La producción de Olivier Py sitúa la acción de Manon en el bullicioso barrio rojo donde se muestra sin ningún filtro toda la dimensión lujuriosa, por lo que presenta a muchos personajes con su verdadera cara. Guillot de Morfontaine, por ejemplo, es un depredador sexual, mientras que Monsieur de Brétigny no deja de ser un proxeneta de moral inexistente protegido por su dinero, al tiempo que las actrices, Pousette, Javotte y Rosette, son desde su primera aparición tres prostitutas de la calle. La reflexión de Pyes evidente: ¿por qué esconder con retórica inútil lo evidente a simple vista? Por tanto, cuando hay lujo y alegría, el escenario se ilumina con neones de colores y la acción discurre a una velocidad imparable: Py nos transporta así a las casas de citas, los casinos. Ahora bien, el giro narrativo de la obra, el contraste, el paso abrupto de la alegría a la derrota, es el que recorre Py con una producción tan sexy como siniestra.
Manon es una ópera fundamentalmente lírica. Por eso requiere intérpretes con experiencia y agilidad, que aún tengan la frescura de la juventud, a la vez que el oficio para esquivar las enormes dificultades que planteó Massenet. En este aspecto, el papel de Manon es especialmente delicado, puesto que debe cubrir todo el registro que va de la felicidad exultante al patetismo del momento previo a su muerte. En las funciones previstas tendremos dos Manon excepcionales, las sopranos Nadine Sierra y Amina Edris.
El papel de Des Grieux lo cantarán Michael Fabiano y Pene Pati, dos tenores con una trayectoria asentada y acostumbrados a cantar este tipo de papeles que requieren entrega y momentos de fuerza. Los papeles de registro grave los cantarán los barítonosAlexandre Duhamel y Jarrett Ott, en el rol de Lescaut –el primo de Manon, mientras que el conde Des Grieux, el padre del joven caballero protagonista, se lo repartirán los también barítonos Laurent Naouri y Jean- Vincent Blot. Los papeles secundarios, pero no por ello menos importantes, de Guillot de Morfontaine y Monsieur de Brétigny recaerán a Albert Casals y Tomeu Bibiloni en todas las funciones, mientras que las actrices Pousette, Javotte y Rosette serán para Inés Ballesteros, Anna Tobella y Anaïs Masllorens.
La dirección musical correrá a cargo del maestro francés Marc Minkowski, cada vez más estrechamente vinculado al Gran Teatre del Liceu y que en esta ocasión saldrá de su registro, mucho más conocido, como especialista en música de los siglos XVII y XVIII. Esto no debe sorprender: Manon es una ópera del último período romántico, pero muchos de sus pasajes líricos están escritos en busca de ese brillo y elevación espectacular que suelen encontrarse, sobre todo, en las grandes arias barroca. Un equipo, en definitiva, formado al más alto nivel para sacar todo el lustre a una de las grandes joyas de la ópera de la belle époque.
Producción
La Francia de principios del siglo XVIII, justo tras la muerte del rey Luis XIV, se caracterizó por un vertiginoso aumento del libertinaje y el incremento de la actividad en los bajos fondos. Durante los años de la Regencia –el periodo de espera hasta que Luis XV alcanzó la mayoría de edad para ocupar el trono–, París y sus alrededores asistieron a un auge sin precedente de las casas de juego, de los duelos de honor a causa de deudas nunca cobradas y trampas hechas durante una partida de cartas, y por supuesto también proliferaron las cantinas más sórdidas y las casas de prostitución. Este fue el panorama que conoció el Abate Prévost, el creador de Manon Lescaut, quien, a pesar de su cargo eclesiástico, también fue un personaje característico de aquel tiempo marcado por la doble moral, la afición al libertinaje y los placeres nocturnos. Cuando Prévost publicó su novela, inmediatamente fue prohibida en Francia porque reflejaba una realidad que la sociedad puritana se negaba a reconocer: Manon aspira al triunfo social, y su manera de conseguirlo es convirtiéndose en una tentadora de hombres, una prostituta involuntaria y una instigadora de las pulsiones destructivas de sus amantes. Pero Prévost no tenía la culpa de describir lo que había visto (y vivido). En todo caso, para protegerse de cualquier sospecha de simpatizar con su criatura, dejó dicho también que la novela tenía una intención moralizante, y se encargó de castigar a su heroína con una muerte cruel.
Cuando Massenet decidió adaptar el tema de Manon para una ópera, pocas cosas habían cambiando en Francia en los aspectos centrales de esta historia. Había caído la monarquía –y también el Segundo Imperio–, pero París era un importante centro de vida disoluta y oferta sexual lujuriosa. Las cortesanas circulaban por las casas de juego y los salones más elegantes, frecuentaban los teatros y los cabarets, y además de una manera mucho más evidente y con menos reservas morales que en la época de Prévost. El París en el que se movía Massenet, por tanto, era casi el mismo que había mostrado Verdi pocas décadas antes en La traviata: ese en el que la diversión estaba en los antros más ocultos, en el que los caballeros decían ir a la ópera aunque luego fueran a jugar a la ruleta, y una de las soluciones escénicas más audaces que ha encontrado Olivier Py, para su aclamada producción, consiste en mantener una línea de unidad temporal entre el vicio que conocieron Prévost y Massenet, pues tanto da en qué periodo histórico viviera Manon: en ambos casos, la sociedad hipócrita habría respondido de la misma manera.
El primer acto de la ópera, que transcurre originalmente en una posada de Amiens, aparece en esta producción como si fuera un bullicioso barrio rojo en el que los hoteles por horas se anuncian sin ningún tipo de recato con luces de neón. Sin embargo, todas las ambigüedades y pudores que pudieron disimularse en el libreto, escrito por Henri Meilhac y Philippe Gille –el primero, por cierto, también participó en el texto de la Carmen de Bizet, lo que le convierte en un máximo especialista en femmes fatales–, Olivier Py las muestra sin ningún filtro, de modo que presenta a muchos personajes con su verdadera cara. Guillot de Morfontaine, por ejemplo, es un depredador sexual y un despreciable corruptor, mientras que Monsieur de Brétigny no deja de ser un proxeneta de moral inexistente protegido por su dinero, a la vez que las actrices, Pousette, Javotte y Rosette, son desde su primera aparición tres prostitutas de la calle. La reflexión de Py es evidente: ¿por qué ocultar con retórica inútil lo que es evidente a simple la vista? Prévost narró una historia en la que la pulsión sexual circulaba en todas direcciones, las mujeres utilizaban su atractivo para conseguir una vida más abundante, y los hombres utilizaban su poder para saciar su lujuria, y todo se hacía por dinero, salvo cuando aparece el caballero Des Grieux, el único personaje que se mueve por amor, o su padre, que encarna la rectitud moral y el honor.
Por tanto, cuando hay lujo y alegría, el escenario se ilumina con neones de colores y la acción discurre a una velocidad imparable: Py nos transporta así a las casas de citas, los casinos, los lugares públicos en los que el dinero abría todas las puertas, como cuando Brétigny presenta a Manon en el tercer acto como una vedette de primera categoría tras elevarla como la cortesana más triunfal de París. Sin embargo, esta comedia –así fue como Massenet describió su ópera– tiene una parte trágica, un fondo de advertencia, y la parte grave del argumento –el retiro de Des Grieux a un convento, su apresamiento por la policía en el cuarto acto, la muerte de Manon en una celda al final– se nos presenta envuelta en tinieblas, en una escena de fondo negro que indica el destino ineludible de quienes transgreden la línea del comportamiento honesto: el castigo, la vergüenza, la miseria y, en el caso de Manon, su muerte.
Argumento
Manon es una joven ilusa que debe ingresar en un convento, pero cuando se dirige hacia su destino, y haciendo parada en la posta de Amiens donde le espera su primo, descubre otra vida: una posibilidad de lujo y placer que le prometen varios hombres que se enamoran de ella y le conceden sus favores. Manon no se anima a seguir los pasos de sátiros como Guillot de Morfontaine o Monsieur de Brétigny, pero cuando conoce al joven caballero Des Grieux se enamora de él y deciden huir juntos.
En París son felices, pero algo se interpone entre la pareja: la falta de dinero para satisfacer todos los caprichos de Manon. Ella decide, entonces, cambiar de vida: cede finalmente a la tentación de la riqueza y se convierte en una cortesana de éxito, la más popular de toda Francia. Des Grieux decidirá ingresar en el seminario y comenzar una vida religiosa para olvidar a Manon, pero abandonará ese camino cuando ella vuelva a cruzarse en su camino. Los dos son ejemplos de un comportamiento errático y acabarán en la cárcel tras hacer trampas en una partida de cartas. Pero aunque Des Grieux podrá liberarse gracias a sus contactos familiares, Manon está perdida: antes de ser deportada a Luisiana, donde Francia expulsaba a las prostitutas, morirá enferma en una celda, en brazos de su amado.
Momentos musicales
Acto III. Manon
«Je marche sur tous les chemins»
Manon aparece del brazo de Monsieur de Brétigny en un paseo de París, a orillas del río Sena, y despierta la admiración de toda la alta sociedad que allí se ha congregado. Ha triunfado finalmente, convertida en la cortesana más demandada de la ciudad, y este es su momento de exhibición más gloriosa. Tras una introducción, Manon canta su aria de coloratura más complicada de la ópera, una breve pieza de agudos diabólicos a toda velocidad que exige una enorme agilidad por parte de la soprano, y que es una verdadera prueba de fuego para toda diva que quiera dominar el repertorio lírico.
Acto III. Des Grieux
«Ah! Fuyez, douce image à mon âme trop chère»
Después de que Manon haya decidido abandonarlo, Des Griex ingresa en un convento para completar su educación eclesiástica y ordenarse sacerdote. Sin embargo, debe afrontar una última tentación: el recuerdo de su amada sigue vivo, y no puede dejar de pensar en ella. En su aria Des Grieux se obliga a olvidar, pero la línea dulce de la melodía demuestra que Manon sigue despertándole sentimientos de afecto. Poco a poco, mientras completa la pieza y el tenor resuelve los agudos más dificultosos, vemos que no hay nada que hacer: si Manon se lo pide, él volverá con ella.