Saltear al contenido principal
Música Absoluta

Música absoluta

By JAIME BERMÚDEZ ESCAMILLA    MAY. 11, 2019

Bajo la incrédula mirada de los asistentes camina hasta el atril solo y con paso decidido un ajedrecista de 1700 Elos, un excelente trompetista, y un incansable compositor heredero del serialismo y la música concreta. Resulta ser también, quizá, el compositor más importante de la historia del cine. Esta noche Ennio Morricone ha congregado a 15.000 personas en el WiZink Center de Madrid para uno de sus últimos conciertos en España.

El expectante silencio se quiebra con un solo golpe de timbal que trae consigo las primeras notas de ‘The Strength Of The Righteous’, tema principal de “Los Intocables de Eliot Ness”. Morricone nos entrega una dirección enérgica e impetuosa, de estruendosos crescendoy vertiginosos accelerandocon los que sus piezas se liberan del dictamen de la imagen, de su carácter de música aplicada, para convertirse en verdadera música absoluta. Una oscilación ligera de su batuta, efectuada con delicadeza y cierta fragilidad, y la orquesta Roma Sinfonietta, que acompaña al maestro desde 1994, responde con un ímpetu original y renovado.

La música para “La Tienda Roja” de Kalatozov nos sobrecoge en la primera intervención del Coro Talía junto al Nuovo Coro Lirico Sinfonico Romano. Con  “Others Who Will Follow Us” llega la primera muestra de la maestría instrumental del autoproclamado discípulo de la Segunda Escuela de Viena. Un eco atonal crece como un rumor lejano, como una niebla fría y densa donde se han disuelto los timbres de la orquesta. Aquí se cierra el ciclo de cine histórico, primero del concierto. Morricone, firme defensor de la importancia del contexto que sus composiciones adquieren en el conjunto de la película, presenta las piezas estructuradas por temática y obra. El siguiente fragmento comienza con el fagot solista de “Novecento”. Morricone se encomienda al poder evocador de los instrumentos solistas, dibujando espacios de intimista cercanía con el silencio como contrapunto. Tras la música de “Átame” (Almodóvar), este capítulo termina con la única pieza de música absoluta incluida en el repertorio de la noche, “Ostinato ricercare per un’immagine”, cuya emotividad curiosamente resulta, bajo la vehemente dirección de Morricone, más elocuente si cabe que su música aplicada.

Al escenario sube ahora la soprano Susanna Rigacci, habitual del repertorio contemporáneo, del belcanto y del barroco alemán, que acompaña a Morricone desde 2001. Rigacci libra una soberbia contienda entre contención y fuerza que resulta en una interpretación técnicamente impecable. Con la llegada de la soprano se abre el momento más esperado de la noche: una ominosa armónica velada por el eco anuncia la llegada de Sergio Leone. En los silencios la estela de la armónica recorre los espacios y se diluye. El músico ejecuta con libertad indómita, habitando un plano distinto a una orquesta que se entrega al tema principal. El público ha venido para esto, está extasiado, y hasta la flauta solista acaba perdiendo el aliento. La danza de toques de diana de “La fortaleza” da paso a una acertadísima instrumentación al inicio de “El bueno, el feo y el malo”, con la introducción del pizzicato de cuerdas, un ronco clarinete y el dulce contraste del arpa y el metalófono. Cuando parecía que la dinámica de la orquesta no conseguiría resolver el célebre crescendodel final, Morricone hace gala de su habilidad para conversar con las expectativas de su público, retrasando la consecución hasta la última gloriosa nota. Acaba la primera mitad del concierto con “El éxtasis del oro”, donde una brillante coloratura reviste a Rigacci con la voz de la legendaria Edda Dell’Orso. Cerrando los ojos uno casi puede volver a ver a la soprano predilecta de Morricone. Como no podía ser de otra forma, la soprano y el maestro se funden en un abrazo de apreciación y agradecimiento mutuo.

El segundo fragmento se abre con “L’Ultima Diligenza di Red Rock”, premiada con un Óscar que vino a saldar una antigua deuda contraída por la Academia en 1987. Sobre un gélido sostenutodel violín el dúo de fagots interpreta una melodía refrendada por el gutural contrafagot y la lastimera modulación de las trompetas. Tarantino quiso a Morricone por quien era a sus 87 años, y esta genialidad instrumental lo demuestra, como lo hacen las pinceladas de música concreta de “La classe operaria va in paradiso”, reminiscencia de su participación en el vanguardista Gruppo di Improvvisazione Nuova Constanza. En este nuevo capítulo de cine social el apasionado fado de Dulce Pontes llora sobre la “Luz Prodigiosa” despertando los primeros sollozos. Pontes afronta con esfuerzo “La ballata di Sacco e Vanzetti”, enfrentando ciertas dificultades por la amplitud del rango vocal y la exigente necesidad de proyectar sobre la orquesta. Sin embargo, en “Aboliçao” su voz se desenvuelve natural y grácil, luciendo su emotiva sensibilidad.

El maestro reserva para el último acto una de sus partituras más queridas: “La Misión”. El oboe solista realiza una ejecución emocionantísima del tema de Gabriel. “Falls” y “On Earth As It Is In Heaven” brotan necesariamente de la profunda espiritualidad del compositor, arrancando lágrimas a los asistentes. El público no llora solo la música, llora su propia historia. La obra de Morricone ha tejido una red afectiva donde se reúnen el cine, el recuerdo y aquellas notas. La gloriosa superposición de temas en el contrapunto final entre los coros y la orquesta evoca al presente toda esa emoción dormida. Tras abandonar el escenario Morricone vuelve para clausurar la noche con las piezas de Cinema Paradiso. En “Love Theme”, compuesta junto a su hijo Andrea, la emoción parece secuestrar la dirección de Morricone. La orquesta crece, se apresura y rompe, transcendiendo la propia partitura.

Con la debida reflexión a la que llaman los finales, quizá cabe preguntarse por qué Ennio, a sus 90 años, decide hacer esta última gira. ¿Lo hace a modo de agradecimiento? ¿Como despedida de su público? ¿De su propia obra? Puede que Ennio no dejase nunca de ser un maestro artesano, dedicado devotamente a su trabajo e inseparablemente unido a su familia y a su Italia natal, sin poder plantearse otra vida que aquella de concebir y desarrollar sus composiciones. Por todo esto sus testigos hemos contraído con él una deuda irreparable, y el séptimo arte ha quedado marcado con una huella indeleble.

 

Volver arriba