Orfeo en canal
JOSÉ MARÍA GÁLVEZ SET. 27, 2022 (Fotos: © Pablo Lorente)
Desde 1607 se han realizado numerosos acercamientos al mito de Orfeo, hijo de Apolo y Caliope. El primero el dios de las artes, de la música y de la poesía, pero sin soltar el arco y la flecha y la segunda la musa de la poesía épica y la elocuencia, ¿quién con esos padres no sería el poeta que hace descansar el alma de los humanos o calma a las fieras cuando su lira y su palabra se entrelazan?
Pero a los humanos no nos interesa un poeta que nos calme, que nos regocije con los demás, nos interesa un mito, al que hacemos humano, que baje a los infiernos y no solo vuelva sino que vuelva arrancando al hades lo que ya la pertenecía.
Doscientos ochenta y seis años después de que Claudio Monteverdi (1567-1643) estrenara su “L’Orfeo”, Philip Glass (1937) estrena en 1993 en Nueva York su “Orphée” que toma como base la película homónima de Jean Cocteau (1889-1963). Ópera con la que se inicia la temporada 2022-2023 del Teatro Real, el cual dedica al mito de Orfeo no solo la actual, sino la inicial y constituyente “L’Orfeo” del maestro cremonés Claudio Monteverdi, entre el 20 y el 24 de noviembre de 2022, la sutil y admirada “Orfeo ed Euridice” de Christoph Willibald Gluck (1714-1787) el 13 de junio de 2023, y tres días antes la representación de “Coronis” de Sebastián Durón Picazo (1660-1716), título que corresponde al nombre de la madre de Asclepio, hermano, en definitiva, de Orfeo gracias a la promiscuidad del dios Apolo.
Glass nos brinda la primera de las tres óperas en las que bebe del mundo del poeta, dramaturgo, cineasta y miembro de la Academia Francesa, entre otras muchas cosas que fue Jean Cocteau. El Orfeo de Cocteau data de 1950 y contó con un elenco de primeras figuras entre las que destacar el trío protagonista formado por Jean Marais, Marie Déa y María Casares. Tras ella Glass escribiría “La bella et la bête” en la que pone voces y música a la película homónima del francés, la cual se proyecta huérfana de su sonido original y que fue estrenada el 4 de junio de 1994 en el Teatro de La Maestranza de Sevilla y “Les enfants terribles” el 18 de mayo de 1996 en Virginia (Estados Unidos).
En nuestro país hemos tenido ocasiones de asistir a las óperas del compositor norteamericano, desde “Einstein on the beach” en unas recordadas representaciones en el Teatro de Madrid en el febril 1992, pasando por el estreno mundial de su “The perfect american” bajo la dirección de Dennis Russell Davies en enero y febrero de 2013, hasta a la que ahora tenemos la oportunidad de asistir.
El vacío como escenario
La presente producción se representa en los Teatros del Canal, fruto de la colaboración con el Teatro Real, y cuenta con Rafael R. Villalobos como director de escena y Emanuele Sinisi como responsable de la escenografía, la cual consiste en un vacío del escenario de cualquier objeto distinto al central conjunto de pantallas que se integran en una estructura plana que sube, baja y gira conforme al criterio de Sinisi, el cual no se ha transmitido de manera lo suficientemente convincente al público. Sí considero que el vestuario y figurinismo transmite mejor las emociones y características de cada personaje, así por ejemplo es de destacar el caso de Cégeste o el de La Princesa, que da vida a la muerte y que nos presenta tanto su extrema sensualidad, romanticismo y sacrificio, pues a conciencia la muerte se deja morir para que Orfeo y Euridice continúen viviendo y, con ellos, las artes que les dieron, y a las que dan, vida.
A pesar del conceptualismo en el que se enmarca la presente escenografía no se puede evitar la comparación natural con la película de Jean Cocteau, lo que hace más descarnada la ausencia de elementos que fijen el universo cocteauniano sin el riesgo de zozobrar que bordea la presente opción.
La Princesa digna
La ópera de Glass se enmarca dentro del género de Ópera de Cámara, por lo que su representación en los Teatros del Canal se considera apropiado, siendo más agradecido para las voces solistas que un teatro de ópera convencional.
El quinteto vocal protagonista consigue mantener un nivel de exigencia y de interés que va desde la brusquedad del inicio hasta el lirismo y delicadeza del final, si bien cada uno con más o menos acierto.
El Orfeo que da nombre a la ópera estuvo personificado por el tenor norteamericano Edward Nelson que tiene una voz timbrada y agradable con trazos de lirismo, cayó en momentos de tediosa monotonía a la que el tipo de música no ayuda. La Euridice abnegada e inteligente estuvo representada por la soprano española nacida en Londres Sylvia Scharwtz que, como siempre, hace una lectura de bello timbre y dramatismo acertado en aquellos fragmentos que la partitura lo requiere. La soprano madrileña María Rey-Joly nos ofrece una joya en su papel de La Princesa, estando al nivel de su correspondencia en la película de Cocteau, a la que daba vida la excelsa María Casares, nacida en A Coruña el 21 de noviembre de 1922 e hija del presidente del Consejo de Ministros de la II República, Santiago Casares Quiroga, y exiliada en Francia tras el levantamiento golpista de 1936. A este lado del Orfeo, María Rey-Joly exhibe una voz potente, limpia, fina y con cuerpo, que es capaz de expresar la tortura interna y el lirismo enamorado con la misma aparente facilidad. Digna Princesa y más digna muerte de la Muerte. Completan el quinteto el tenor bilbaíno Mikeldi Atxalandabaso que, como siempre que hemos hablado aquí de él, ofrece su instrumento cálido, acertado y conmovedor y el tenor cordobés Pablo García López que da vida a Cégeste, poeta que muere y que se convierte en objeto del sueño de Orfeo.
El resto del elenco, el tenor Emmanuel Faraldo como El Reportero, el bajo Cristian Días como El Poeta, David Sánchez como El Juez, el barítono Tomeu Bibiloni como El Comisario y Alejandro Sánchez como el Policía, estuvieron, con sus papeles mucho más breves estuvieron a la altura en lo vocal con los personajes principales.
La Orquesta fuera del Real
Variada, colorista y acertada estuvo la orquesta Titular del Teatro Real en su nuevo foso de la Sala Roja de los Teatros del Canal depurándose, bajo la dirección acertada y firme del joven y seguro Jordi Francés, que no es siempre fácil en las partituras de Philip Glass, en la segunda mitad del acto segundo hasta el final mantenido en la emoción.
Acierto del Teatro Real en un principio de temporada de una opción arriesgada en la que aún hubo deserciones a lo largo de la ejecución, si bien consiguió llenar la Sala Roja en la que se representaba.