Pelléas et Mélisande en el Liceu
La ópera Pelléas et Mélisande de Claude Debussy, basada en la obra de Maurice Maeterlinck, se instala en el escenario del Liceo del 28 de febrero al 18 de marzo con un total de 7 funciones de la onírica producción del artista residente del Gran Teatre, Àlex Ollé. (Fotos: ©Alfons Flores/ Producción en Dresden)
En varios aspectos, Pelléas et Mélisande puede considerarse la primera ópera moderna, la que abre el turbulento periodo del siglo XX, donde Debussy consiguió construir un mundo propio. Debussy quiso romper con las convenciones de su tiempocon un lenguaje armónico nuevo con el que conseguía un sonido flotante, lírico, que huía de la épica y la melodía tradicional.
Debussy respetó el texto original de la obra de teatro de Maeterlinck para construir el libreto. Salvo algunas escenas que se cortaron para no extender demasiado su duración, la ópera es el drama de Maeterlinck palabra por palabra, con una música flotante, onírica, y eso influye notablemente en la manera de cantar: no hay versos con métricas estables que permitan construir melodías en la tradición francesa o belcantista, así que los personajes declaman más que cantan; Richard Strauss, en su ópera Salome de 1905, hizo algo semejante con la obra de teatro de Oscar Wilde. Todo ello añade aún más misterio a una obra que debe interpretarse en clave: en Pelléas et Mélisande cada aspecto de la historia es simbólico –el castillo es una prisión; el bosque, un laberinto, y más allá del bosque está la muerte, que es la libertad; los cabellos largos de Mélisande son una alegoría de su sexualidad; el agua es muerte y resurrección, etcétera–, y por eso no hay que usar la razón, sino el lenguaje de la poesía, para entrar en ella y sentirla como la obra maestra que es.
Pélléas et Mélisande es una obra que permite muchas lecturas, muchos puntos de vista, y es ahí donde recae su encanto, pero también su dificultad: Claude Debussy, fiel a su estilo impresionista, plagó la partitura de ambigüedades.
El papel central de Pelléas lo cantará Stanislas de Barberyac, un tenor francés especializado en roles mozartianos, pero que ha incorporado al héroe simbolista de Debussy a su repertorio con éxito, y cuyo trabajo ha quedado registrado en un disco de 2021 para el sello Alpha. El rol de Mélisande lo defenderá la soprano Julie Fuchs, que hace su debut en el rol y se erige como una de las sopranos más destacadas en nuestros tiempos en la interpretación del papel. Golaud recaerá en el prestigioso barítono inglés Simon Keenlyside, una de las grandes voces del siglo XXI. El personaje de Geneviève recaerá en la mezzosoprano Sarah Connolly y el de Arkel será interpretado por Franz-Josef Selig. Completan el reparto Stefano Palatchi en el rol de médico y Ruth González como Le Petit Yniold.
La obra está repleta de grandes momentos musicales como el que tiene lugar en el segundo acto con Vous ne savez pas où je vous ai menée. En esta escena, precedida de uno de los extensos interludios instrumentales que Debussy compuso para mantener la unidad de la ópera, Pelléas y Mélisande pasean por un parque y se percibe una atracción sobrenatural entre ellos. Llegan al borde de una fuente; Mélisande comienza a jugar con el anillo que le regaló Golaud y se le caerá al agua; el pozo es tan profundo que no puede recuperarlo. En Oui, c’est ici, nous y sommes la pareja se enfrentará a una visión perturbadora, cuando la luna ilumina el interior de la cueva, y se descubre que dentro hay seres sucios y deformados. La escena se acompaña de una música que se transforma en oscura y misteriosa. En el tercer acto, con Mes longs cheveux descendent, la escena destapa la lectura erótica de la ópera, con una gran intensidad musical.
Sobre la producción
La obra de teatro en la que se basa la ópera de Debussy, escrita y estrenada por el belga Maurice Maeterlinck en 1892, es una de las piezas clave del movimiento simbolista, una de las primeras vanguardias artísticas de finales del siglo XIX –cercana al Parnasianismo y al Impresionismo pictórico– que rompía radicalmente con la escuela realista, pues su foco de interés recaía en el mundo interior de los individuos, en sus sentimientos más profundos y, por encima de todo, en la preocupación por los sueños.
Àlex Ollé, en su producción de 2015 para la Semperoper de Dresde, tuvo en cuenta todos estos aspectos freudianos y las ambientaciones de las quince escenas de la ópera son mucho más que meros decorados para cargarse de un significado esencial y adentrarse en el ambiente de la ópera: cuando los personajes están en habitaciones del castillo, el espacio se vuelve opresivo –estar dentro es estar atrapado– y cuando están fuera siempre es de noche, y la luz de la luna, aunque brilla, siempre es pálida, creando un entorno de penumbra. De entre todos los símbolos de la ópera, sin embargo, Ollé ha elegido como principal el agua: es junto a una fuente donde aparece la misteriosa Mélisande en la escena introductoria y es en esa misma fuente donde pierde su corona; más adelante, perderá su anillo en un pozo y también a Pelléas, ahogado por su hermano. El mar, que es la frontera que impide la salida de Allemonde, nadie consigue cruzarlo: el agua es la pérdida, el olvido, la muerte, el final. De modo que el agua tiene una presencia constante en la escenografía y el escenario estará equipado con un embalse poco profundo con el que los personajes interactuarán constantemente.
Todos los detalles de la producción, desde el vestuario –en el que se marca un fuerte contraste entre Mélisande, que lleva ropas blancas, y el resto de los personajes, que visten prendas oscuras– hasta la iluminación, siempre buscando una capa de sombra, un juego de claroscuros, persiguen amplificar la sensación de que estamos en un lugar que solo puede entenderse a través de los sueños, la poesía y una aproximación irracional. Así, mientras que en una historia realista los motivos de los personajes y los espacios en los que están deben ser claros y definidos, en esta Pelléas et Mélisande Ollé construye un entorno que por momentos es un sueño dulce o una pesadilla; la sensación de realidad es aparente, pues estamos en una ilusión onírica, y por eso no conviene fiarnos de nuestros sentidos a menos que sea para utilizarlos como generadores de metáforas. El final funciona en ese sentido: la muerte de Mélisande se puede interpretar como que ella vuelve a dormir, y vuelve a soñar, de modo que regresa al principio como si fuera una historia circular de –dicho en palabras de Nietzsche– eterno retorno.
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