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Por Unos Horarios Dignos

Por unos horarios dignos

By ISRAEL DAVID MARTINEZ     ABR. 8, 2017

En uno de los viajes de trabajo que realicé a Lucerna (Suiza), relacionado con el magnífico festival que durante los meses de agosto y septiembre convoca a miles de melómanos de todo el mundo, decidí hacer una visita a Katja Fleischer, directora del Museo Wagner en Tribschen. Aquel fue un año en el que alcanzamos temperaturas récords en el Cantón. Temperaturas que no se habían vivido en la historia. Tras almorzar, a la sombra, en un bello rincón turístico cercano al KKL (Kultur und Kongresszentrum Luzern), inicié el paseo en dirección al museo. Eran las 3 de la tarde y los turistas yacían, medio muertos, por los diferentes parques buscando algún líquido con el que refrescar el gaznate. Tras caminar veinte minutos mis pies dijeron basta. Estaban tan calientes y tan inflados que llegaron a independizarse de mi. Pararon en seco y se negaron a continuar. En ese momento tome la decisión de acercarme al lago he intentar solucionar el problema. Lancé los zapatos bien lejos, me quité los pantalones, tapé mis vergüenzas con la camisa y metí las piernas en el Lago de los Cuatro Cantones con el consecuente y estrambótico, grito de placer. El efecto fue inmediato. Logré bajar la temperatura corporal y seguir vivo. La idea de que unos cuantos suizos recogieran mi cadáver me daba un poco de reparo.

Tras el bochornoso espectáculo –algunos transeúntes hicieron fotografías del momento y me dedicaron algún improperio– volví a vestirme y continué mi excursión. El museo, antigua morada de Richard y Cósima, se mostró esbelto tras subir por un caminito frondoso y con encanto. Llegué pasados diez minutos de las cuatro de la tarde. No se percibía excesivo movimiento por el exterior. Pensé que, siendo esa hora, quizás no habían abierto todavía. Me acerqué hasta la puerta de entrada y leí la información referida al horario de apertura:

Mañanas: de 10:00 a 12:00

Tardes: de 14:00 a 16:00

Eran las cuatro de la tarde y diez minutos de un día de agosto, con un sol en todo lo alto, con miles de turistas en la ciudad, con un calor de muerte, en la que todos buscábamos un rincón donde cobijarnos… y el museo, como cada día, había cerrado sus puertas a las 16:00 h. ¿Si hubiera cerrado a las 20:00 o a las 18:00 hubieran ganado más dinero con las entradas? Si, sin duda. ¿Se lo planteaban? No.

Esta anécdota me ha hecho reflexionar sobre los horarios en general.

Existen dos caminos, el propuesto por las ciudades más importantes del mundo y, por otro lado, el camino propuesto por nosotros, por nuestra ciudad, por Barcelona. Aquí somos diferentes.

Aquí nos gusta empezar los conciertos a las 20:30. Hemos de pensar que antes empezaban a las 21:00. ¡Los hemos adelantado treinta minutos, todo un éxito! El problema es que seguimos haciéndolo mal. No solamente los empezamos demasiado tarde sino que además realizamos pausas –entre la primera y la segunda parte– de prácticamente media hora. Con esto lo que conseguimos es salir del Palau o del Auditori dos horas más tarde del horario de inicio, es decir, a las 22:30. Si, para volver a nuestro hogares, debemos recorrer cierta distancia –vivimos en Sant Cugat del Vallés, o Sabadell, o Terrassa– eso significa que tenemos una hora de trayecto. Es decir que llegamos a las 23:30. En ese momento de la noche debemos cenar, ¿saludar a los hijos?, ¿bajar a un perro?, ¿ponerle una hoja de lechuga al canario?, y, por supuesto, realizar todos los ejercicios mentales de la tribu de los Kugapakori para relajar la mente y dormirse o, tal vez, tomar los tranquilizantes necesarios para entrar lo antes posible en un sueño creíble y al día siguiente poder funcionar como un ser, más o menos, lúcido.

El Gran Teatre del Liceu, tras años de imprudencia –las óperas empezaban a las 21:00 ya que de lo contrario, según decían, no podía llegar los que trabajaban en los comercios– rectificó y, en estos momentos, empiezan a las 20:00. No obstante, el problema lo seguimos teniendo ya que lo normal es que la función tenga una duración de tres horas. Esta próxima temporada hay un título que empezará a las 19:00, Tristan und Isolde, pero saldremos prácticamente a las 00:00 del teatro. ¡Una auténtica locura!

Ir, hoy en día, a un concierto o a una ópera en Barcelona se ha convertido en un acto de valentía solamente al alcance de aquellos que no necesiten descansar, para los que puedan permitirse comportarse como zombis al día siguiente.

Vamos a por datos objetivos. En Berlin y Madrid los conciertos empiezan a las 20:00, media hora antes que en BCN. En Berlín y Viena las óperas empiezan a las 19:30, media hora antes que en BCN. En Londres los conciertos empiezan a las 19:00, una hora y media antes que en BCN. En Nueva York los conciertos empiezan a las 19:30, una hora antes que en BCN. En Bruselas las óperas empieza a las 19:30, media hora antes que en BCN. En Praga las óperas empiezan a las 19:00, una hora antes que en BCN. En Moscú las óperas empiezan a las 19:00, una hora antes que en BCN…

Al parecer hay que hacer algo. Quizás no. Podemos seguir como ahora y pasar totalmente de lo que es conveniente tanto para el público como para los intérpretes o rectificar lo antes posible y modificar los horarios. Según lo que nos han presentado tanto el Auditori como el Palau y el Liceu para la temporada 17/18 eso no va a ocurrir. Vamos a seguir siendo héroes cuando lo que queremos es ser simplemente aficionados.

Katja Fleischer y los trabajadores del Museo Wagner de Lucerna ahora han ampliado su horario hasta las 18:00. Tras lo cual pueden asistir a los conciertos del festival de su ciudad que empiezan, en pleno mes de agosto, a las 18:30 (aquí los programamos a las 22:00, ver Festival de Peralada). Katja Fleischer y sus compañeros pueden relacionarse con otras personas y no parecer monstruos al día siguiente. Y cuando el despistado de turno, con ardientes extremidades y sediento, llama a la puerta de su museo a partir de las seis de la tarde, en la distancia, sienten un cosquilleo de felicidad que les recorre todo el cuerpo.

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