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Theodora, De Martir A Justiciera

Theodora, de martir a justiciera

JOSÉ MARÍA GÁLVEZ     DIC. 1, 2024 (Fotos: ©Javier del Real)

El penúltimo oratorio de Georg Friedrich Händel (1685-1759), con 65 años recién cumplidos, es “Theodora, HWV 68” estrenada el 16 de marzo de 1750 en el Covent Garden de Londres y representada ahora, del 11 al 23 de noviembre de 2024, en formato de ópera en el Teatro Real en coproducción con la Royal Opera House-Covent Garden de Londres. Es evidente que un oratorio no es una ópera. El compositor alemán, afincado en Gran Bretaña, y casi representante de la música inglesa de la época, por encima de los nacidos en Albión, escribe a lo largo de 50 años, veinticinco oratorios, o más si tomamos en consideración nuevas versiones y revisiones de algunos de ellos, consiguiendo niveles de dramatización cercanos al género de la ópera en sus últimos oratorios, concretamente en “Theodora, HWV 68” y “Jephtha, HWV 70”, lo que facilita lecturas como la que el Teatro Real nos ofrece en esta ocasión, de la mano de Katie Mitchell como directora de escena.

La escena de lo no escénico

No era tarea fácil dar vida a un oratorio, carente de escena, incluso antiescénico, siendo la manera de interpretar preferentemente estática para que las voces se entiendan con claridad, cumplan su condición oratoria, y cada uno de los intérpretes, sin otra ropa más allá de la de concierto que les haga cómodas las respiraciones y movimientos, partitura en mano, o en atril, y muten por memorizar extensos papeles a los que, a modo de actores, dan vida sobre unas tablas teatrales. Metamorfosis posible, y hasta natural, en las manos de Katie Mitchell, que a base de una caja rectangular desplazándose su cuadro escénico lateralmente nos traslada a cada uno de los escenarios que la partitura apunta y Mitchell junto a la escenógrafa Chloe Lamford y con el buen hacer de James Farncombe en la iluminación, dan vida como si fueran los cuadros escénicos originales del libreto de Thomas Morell (1703-1784). Sumándose a los aciertos la arriesgada apuesta de transportar en el tiempo los hechos. Ya no es la Antioquía del siglo IV sino una atemporal e ilocalizada embajada de Valens donde romanos y cristianos comparten espacios. De temática tan actual como arcaica, la humillación y destrucción del que no adora a tu dios, o a tu credo, sea cual sea este credo, la transposición de la escena a otros tiempos, al final y así se comprueba, es un acierto que suma al resultado.

Pero la apuesta de Katie Mitchell va mucho más allá de la simple transposición de épocas, también transpone la esencia de la obra. Convierte a los abnegados cristianos del siglo IV en un grupo terrorista que prepara volar por los aires la embajada preparando bombas y explosivos en la cocina, y que acaba, no solo muriendo Theodora martirizada por su negativa a adorar a Júpiter, sino asesinando, bajo el liderazgo de la otrora mártir, a todo el presunto personal romano, modificando no solo el final del oratorio, sino la propia esencia de la obra händeliana. Cualquier día veremos salir a Euridice bailando del báratro mientras que Orfeo perece en él, y Monteverdi (1567-1643) cascándose los huesos.

Theodora e Irene

Otra de las intenciones de la directora de escena es convertir a las dos compañeras de cristiandad, Theodora e Irene, en dos activistas que dirigen la operación terrorista contra la embajada. Cierto que estas intenciones nos las tienen que contar en el programa de mano porque en la representación no siempre se evidencia, más aún si alguien siguió el texto, tan divergente con la idea de la escena. Por otro lado el Teatro Real en su página web avisa de que “Esta producción muestra escenas violentas y contiene temas de terrorismo, acoso y explotación sexual”, lo que ha de entenderse como un reclamo para ir a escuchar un oratorio barroco, posiblemente de los mejores, pero que al público clásico de la ópera le cuesta, ya que ni contenía escenas de tal calibre que merezcan ser advertidas, ni conozco óperas, en las que uno o varios de esos temas no sea el principal de la obra. El acoso en sus miles de formas; la explotación, sexual, infantil, de casta, y múltiples más; la violencia, entre pueblos, entre familias, entre individuos, física, psicológica; y el terrorismo, cambiante a lo largo de la humanidad, y que como dijo Charles Chaplin, en boca de Monsieur Verdoux en 1947, “Guerras, conflictos, todo es un negocio. Un asesino es un villano, el que mata a miles de personas es un héroe”.

Ante este panorama la soprano norteamericana Julia Bullock se encuentra con un papel largo, difícil y sin demasiadas concesiones, que adolece en algunos momentos de escasez de cuerpo sonoro, notándose más en los agudos que en el registro medio y grave, el cual templa bien. No obstante, se desenvuelve con profesionalidad incluso en escenas difíciles como la del forcejeo en el burdel cuando las posturas ven en contra de lo musical, entorpeciendo su correcta emisión. Tiene como pareja a una Irene personificada por su paisana la mezzosoprano Joyce DiDonato, con un instrumento brillante, redondo y pleno, logra en cada momento que la voz y el personaje estén en sintonía. DiDonato volverá a estar sobre las tablas del coliseo madrileño el 1 de mayo de 2025 en el papel de Storgé en la representación en versión de concierto del último oratorio de Händel al principio mencionado, “Jephtha, HWV 70”, un lujo de mezzo por su presencia, su voz y su interpretación dramática del personaje. Como un lujo fue volver a escuchar al contratenor británico Iestyn Davies, con un dominio de su instrumento del que ya dio prueba en la temporada 2021-2022, hace justo tres años, en otra ópera del autor que nos ocupa, “Parténope, HWV 27”. Hizo un Didymus fiel y entregado, con una tan buena actuación teatral como vocal, junto a la mezzosoprano Joyce Didonato fue de lo más ovacionado por el público. También hay que aplaudirle a Davies el baile que se marcó en el prostíbulo al que destinaron a Theodora para que lavara sus pecados romanos bajo el abuso de otros romanos. Acompañado estuvo Didymus en la barra de baile por Venus, diosa del amor y por Flora, diosa de las flores, jardines y la primavera, con coreografía de Sarita Piotrowski. El sufrido Septimius fue dignamente interpretado por el tenor británico Ed Lyon, de bello timbre y cuidado fraseo que junto al bajo Callum Thorpe, que diseña y ofrece un Valens brutal y despiadado, sin flaqueos ni dudas. amor, como prostitutas del lupanar al que condenan a Theodora, antes de ser ejecutada al seguir negándose a adorar al dios Júpiter. Ejecución que convierte en venganza y en asesina a la mártir y virgen.

Bolton y Händel

Agraciada pareja, con los gestos precisos se responden mutuamente. Ivor Bolton obtuvo un buen sonido de la orquesta titular del Teatro complementada por Roderick Shaw, que junto al propio Bolton fueron responsables de los clavicémbalos, Bernard Robertson al órgano, Joy Smith al arpa, Michael Freimuth a la tiorba y Simon Veis al violonchelo, que fueron responsables de la brillante factura final. Resultado que no hubiera sido posible sin el Coro del Teatro Real que bajo la dirección de José Luis Basso mantiene los niveles de calidad a los que nos estamos acostumbrando. Sabiendo en cada partitura cuál es su lectura. Cosa que conviene recordar no vaya a ser que cambiando los finales no recordemos la historia y como dejó dicho Eduardo Chillida (1924-2002) no se debe olvidar que el futuro y el pasado son contemporáneos.

Más información:

https://www.teatroreal.es/es

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