Tiempo, luz y muerte
By GERARD ERRUZ MAR. 12, 2018
“What is happening in there?” es lo que se pregunta un joven visitante que se ha encontrado con la multitud apelotonada en la puerta, a lo que la chica de la taquilla responde mostrándole la página web de l’Auditori. Sesión única de la orquesta Philharmonia de Londres dirigida por Karl-Heinz Steffens. Concierto para piano nº 1 de Chopin y Sinfonía nº 3 de Beethoven, la Heroica. “Can I enter dressed like this?”
Público familiar y pleno en la sala para escuchar esta música sabida. ¿Cuántos años hacen falta para que una obra sea digerible? ¿En qué medida ésta apuntaba hacia nuestro tiempo y en qué medida nos hemos amoldado a sus premisas? Un hombre mayor a mi espalda nos deleita con una interpretación vocal libre de los temas del Concierto de Chopin.
La Obertura de “Las Hébridas” de Mendelssohn sirve de carta de presentación para las secciones de la orquesta: las cuerdas son un engranaje perfecto que conduce las entradas de la sección de vientos. El conjunto luce coordinación y un control de dinámicas excelente.
El Concierto para piano nº 1 de Chopin tiene un planteamiento arriesgado, con preguntas y respuestas entre el piano y la orquesta que esta vez no han funcionado como totalidad. La elección del tempo, un poco arrastrado, y la falta de fraseo en la interpretación del joven concertista Sergei Redkin han languidecido la pieza irremediablemente. En el segundo movimiento “Romance – Larghetto” han emergido, eso sí, elementos musicales interesantes. La interpretación personal de Redkin ha lucido en sus puntos fuertes, ha desafiado al público llevando el primer solo prácticamente a la desaparición forzando un rubato puntillista. Quizá consciente de la falta de avenencia general, la orquesta ha planteado este movimiento de manera mucho más racional, explicando cada detalle del discurso musical y modernizando el resultado sonoro final con coherencia. Han resuelto el Concierto satisfactoriamente sin hacerlo brillar.
La Heroica de Beethoven sí que ha atrapado al público, especialmente durante su segundo movimiento. La obra empezaba con reminiscencias del vahído anterior, pero el acierto en los ataques y el retorno a las sensaciones del Mendelssohn han encauzado la Sinfonía. Los motivos del primer movimiento se repliegan en los insistentes sforzatos y vuelven a revelarse espléndidamente por las diferentes secciones de la orquesta. ¿Qué tienen las marchas fúnebres que las hace universales y perdurables? El segundo movimiento ha sido sin duda la propuesta más actual e incisiva de la noche. Cada pulsación, en el inicio del movimiento, era el anuncio y la afirmación de la muerte. El contrabajo dictaba sentencia justo antes de que la música empezara a construir vida y luz a partir de ese mismo pulso de muerte. Una luz que también se anuncia absoluta pero que acaba mutando en melancolía y tragedia. Beethoven, en lugar de quedarse con esta perfecta síntesis dialéctica, decide acabar el movimiento volviendo a la afirmación idealizada y exultante de la vida. La resolución fantástica de este movimiento ha acompañado a la Philharmonia hasta el final de la obra, en unos tercer y cuarto movimientos contundentes. Steffens forzaba el tempo para desmembrar aún más, si se puede, el contenido abrumador de esta Sinfonía intempestiva, que ha dejado al público sin palabras y ha merecido una larguísima ovación.
El Valse Triste de Sibelius ha cerrado la velada ahondando en la necesidad humana de bailar con su propia finitud y contradicción. Como la música misma.