
Una Cleopatra fulgurante en una producción que gira y gira
ISRAEL DAVID MARTÍNEZ MAY. 26, 2025 (Fotos: ©David Ruano)
Bajo la dirección escénica de Calixto Bieito y la batuta del veterano maestro William Christie, el Giulio Cesare in Egitto de Händel presentado anoche en el Gran Teatre del Liceu ofreció una velada tan rica en contrastes como lo es la propia partitura del compositor sajón. Fue una noche en la que la luz —con nombre y apellido, Julie Fuchs— brilló con tal intensidad que no hubo cubo giratorio ni orquesta imperfecta que pudiera eclipsarla.
Esta coproducción con la Dutch National Opera propone un Egipto despojado del exotismo historicista habitual y transfigurado en un escenario contemporáneo de lujo vacuo, donde el poder es performativo y el drama, especular. Bieito, fiel a su estética de abstracción simbólica y exploración psicológica, hace girar —literalmente— la acción en torno a un único elemento escénico; un gigantesco cubo que rota incansablemente como si quisiera acelerar el tiempo barroco. Si el dispositivo genera cierta fascinación en sus primeras vueltas, pronto se convierte en una metáfora demasiado literal de una dramaturgia que gira sobre sí misma, buscando en el movimiento una profundidad que a veces le rehúye.
Pero donde el espacio escénico ofrece frialdad y repetición, el canto encuentra su lugar más cálido y revelador. Julie Fuchs, en el papel de Cleopatra, se consagró como la gran estrella de la velada. Dueña de un timbre deslumbrante, ágil y seductor, ofreció una interpretación que equilibró el juego coqueto con una sensibilidad teatral de notable inteligencia. Su “Piangerò la sorte mia” fue no solo técnicamente impecable, sino emocionalmente devastador, un recordatorio del poder expresivo que Händel confiere a sus heroínas y del talento de Fuchs para encarnarlas con carisma y profundidad.
Xavier Sabata, como un Giulio Cesare más pensativo que marcial, brindó una interpretación de gran integridad musical, aunque por momentos algo contenida en su proyección dramática. Teresa Iervolino aportó nobleza melancólica como Cornelia, mientras que Helen Charlston como Sesto supo construir un arco emocional convincente. Cameron Shahbazi delineó un Tolomeo ambiguo y teatral, aunque con una gestualidad a ratos excesiva. Jan Antem (Curio), cumplió con corrección en su breve intervención.
Musicalmente, el Liceu apostó por una reconstrucción historicista inusual en su foso, una orquesta barroca formada por músicos de su formación habitual, adaptados a instrumentos de época. Aunque el esfuerzo es loable —se alquilaron trompas naturales, se prestó una tiorba, y los oboes libraron su particular batalla contra la afinación—, los resultados fueron irregulares. La habitual carencia de contrabajos en este tipo de formaciones se hizo notar, especialmente en los pasajes más densos. Sin embargo, bajo la conducción meticulosa y siempre sensible de William Christie, el conjunto logró sostener con dignidad las casi cuatro horas de duración, manteniendo la energía y el fraseo vivo que exige el estilo.
Esta nueva lectura de Giulio Cesare no reinventa el canon, pero sí lo remueve. Su propuesta escénica podrá dividir a los puristas, pero su apuesta por el riesgo y la exigencia vocal encuentra justificación plena en momentos como los ofrecidos por Fuchs, quien, como una Cleopatra renacida para el siglo XXI, supo seducir no solo a César, sino a todo el teatro.