Violonchelista de moda
By ISRAEL DAVID MARTINEZ NOV. 28, 2016
Los que hemos vivido muchas e intensas horas con un violonchelo entre las piernas, los que tenemos la espalda destrozada por transportarlo como mulas, los que hemos arruinado a los padres y amigos para conseguir el dinero suficiente y así comprar un instrumento y arco mejores, los que tras poner la resina necesaria en las cerdas nos hemos rascado los ojos y hemos llorado de escozor, los que hemos comprado un nuevo juego de cuerdas y al pagar se nos ha quedado una cara que todavía nos persigue, los que hemos rezado por tener el mejor callo en el pulgar de la mano izquierda para subir con seguridad a posiciones estratosféricas, los que nos hicimos con un cachivache milagroso para matar el Fa “lobo” de la cuarta posición en la tercera cuerda, los que hicimos muchos kilómetros para oír a Rostropovich, a Gutman, a Yo-Yo Ma y a Haimovitz, los que movimos cielo y tierra por tener un puente de aquel luthier de Nueva York, los que sufrimos como algo cercano la esclerosis múltiple de la du Pré, los que siempre recordaremos las clases de Janos Starker en Barcelona… todos estos, todos los locos del violonchelo siempre estamos atentos a la aparición de un nuevo genio que sosiegue nuestro delirium vitae.
El violonchelista Jean-Guihen Queyras es, ahora, y para muchos, la estela a seguir. Y en el ciclo del Palau Cambra presentó el pasado 29 de noviembre su versión de la integral de las Sonatas para violonchelo y bajo continuo, op. 14 de Antonio Vivaldi.
Reconociéndole una musicalidad brutal cimentada en el estudio minucioso de las necesidades de cada uno de los movimientos de la integral, el camino “purista” de interpretar sin pica, un sul tasto eterno y cansino, un arco barroco y sin peso –ágil pero falto de todo lo demás– y un terror por el vibrato continuo hizo que la proyección sonora fuera lejana. Bellísima pero con distancia.
Sin ánimo de abrir debate alguno, la cuestión, en todo caso, es estética, de fidelidad a unos ciertos valores. ¿Podemos, hoy en día, interpretar la música barroca tal como lo hacía Rostropovich, grande, explosiva y profunda, o hemos de seguir el camino marcado por tradicionalistas como marcara Christophe Coin, volátil y curiosa? Respetuosa es una pero la otra ¿no?
Quizás hubiera sido interesante que Queyras ofreciera ambas visiones; una primera parte intimista acompañado de órgano y clave y una segunda, con inmenso sonido, a la vera de un Steinway de gran cola, apoyando el instrumento en el dichoso suelo a la vez que pasando el arco por el lugar ordinario.
Bello concierto del violonchelista de moda. A mi pesar, sigo esperando esa nueva voz que desgarre aquel que fuera mi instrumento y me lleve, como lo hicieron los más grandes, al éxtasis.
Tel.932–957–200, palaumusica.cat
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