Virtuosismo emergente en el Auditori
(Photo by May Zircus)
By CARLOS GARCIA RECHE MAR. 24, 2019
El último fin de semana de marzo tuvo lugar uno de los grandes capítulos del Festival Emergents, el ciclo de recitales y conciertos que impulsan la promoción de jóvenes talentos nacionales e internacionales y que, en marzo de este año, aterrizaba en L’Auditori en su tercera edición. La propuesta del sábado 24 pasaba por un programa lleno de virtuosismo envuelto en aderezo raveliano, que encabezó y concluyó la velada con dos de sus más famosas e ibéricas obras: la Alborada del gracioso, la más célebre de la suite Espejos; y su popularísimo Bolero, programado también en el Palau once días atrás con Gergiev a la batuta. Error de programa o no, lo cierto es que Maurice Ravel es casi siempre un reclamo del público barcelonés. El maestro Josep Vicent dirigió con brío y ganas una OBC más que correcta, cuyo papel acompañante cumplió con el protagonismo justo para que Tobias Fieldman, Maria Florea y Sara Ferrández brillaran con sus virtuosas intervenciones.
El concierto amaneció con la famosa Alborada, de música hipnótica y repleta de influencias españolas, donde Ravel dejó más que evidente su maestría orquestal en 1918. Luego fue el turno de la joven promesa del panorama internacional Tobias Fieldman, que debutó con el temido Concierto para violín en re menor de Jean Sibelius, compuesto en 1903. En su único concierto, el compositor finlandés depositó un endiablado reto violinístico, desplegando un completo abanico de dificultades técnicas que Fieldman superó en una seria y concentrada interpretación. Destacó por un exaltado vibrato en los primeros compases y una tremenda soltura en los arpegios y dobles cuerdas del primer movimiento, que calentaron los motores de una soberbia y espectacular cadenza que detuvo el tiempo en la sala. Para el Adagio di molto, Fieldman se entregó por completo a una apasionada ejecución, obsequiando al público con una dosis extra de sentimiento y romanticismo. El rítmico inicio del tercer tiempo dio paso al paganinístico despliegue de arpegios que hacen de esta, con razón, una de las más difíciles escrituras para violín de todos los tiempos. Despliegue que Fieldman, sin embargo, sorteó con acierto y mucha inspiración. Antes de la pausa, el violinista regaló un inesperado postre de sabor español (en clara sintonía con el programa raveliano) con unos “violinísticos” recuerdos de la Alhambra que, bien seguro, Tárraga hubiera disfrutado con nostalgia.
La segunda parte fue el turno del talento nacional, en la que Maria y Sara recreaban a Mozart en una complementada y sentida interpretación. La catalana y la madrileña tocaron la Sinfonía concertante para violín y viola KV 364, la que para muchos es la más distinguida de su catálogo en este género. Las dos intérpretes se abrieron paso entre la reducida orquesta dando vida a una galante y elegante obra, cuyas dificultades a menudo quedan difuminadas por su apacibilidad. Las intérpretes tocaron en perfecta simbiosis en los pasajes a dúo y en los alternados, destacando la delicada cadenza del primer movimiento. Fue quizás en el melancólico Andante donde las jóvenes protagonistas se complementaron mejor, exhibiendo una dulce y hermanada interpretación. El pegadizo Presto final puso a correr los dedos de las solistas cuya musicalidad subsanó alguna minúscula imperfección. Reseñable fue, sin embargo, el cuidadoso mimo que las artistas dedicaron a cada trino, apoyatura y a cada final de frase del tercer movimiento. También en sintonía con el programa, las jóvenes pellizcaron un pedacito de Sibelius al tocar su brevísima Raindrops, una obra de juventud, con Sara Ferrández substituyendo el cello por su viola. Para acabar, el recurrente Bolero de Ravel selló la velada sin sorpresas ante un auditorio casi lleno, testigo de nombres emergentes de hoy que serán, casi seguro, grandes nombres del mañana.