El Wagner de la OBC
By PAULA SANCHEZ LAHOZ FEB. 24, 2017
Silencio absoluto en la sala. Las luces a medio apagar advierten que el concierto está a punto de comenzar. Un público expectante espera mientras la orquesta afina ordenadamente. ¿Realidad? Ficción. Como mínimo por lo que respecta a la función del pasado viernes 24 de febrero en la Sala Pau Casals del Auditori de Barcelona, cuando el inicio de la primera nota del Preludio del Acto I de Lohengrin fue sustituida por un inoportuno toser al fondo de la sala. Como público, todavía nos queda mucho por aprender.
Con Kazushi Ono al frente, la OBC se enfrentó a un programa complejo y evocador, una OBC visiblemente más joven y animada.
Dejando de lado esta primera irrupción, el preludio inauguró un viaje a través de la música de Richard Wagner que, a decir verdad, resultó una agradable pero breve muestra, como lo sería un buen trailer de una buena película. La primera parte empezó con Lohengrin, donde la concertino invitada Natalie Cheen (Sydney, 1976) ofreció una imagen modélica tanto en el liderazgo de la sección de violines como en sus solos, limpios y precisos. Acto seguido, la famosa Obertura y Bacanal de Tannhäuser prolongó la línea propuesta por los violines en el primer Preludio, pero aquí fue la sección de vientos la encargada de esbozarla. Quizás por la dificultad del programa y la delicadeza de la obra se intuyeron algunas discordancias de afinación. De nuevo, la violinista demostró en todo momento sus extraordinarias capacidades encajando perfectamente en el engranaje de la orquesta wagneriana. Antes de la pausa, la orquesta interpretó el Preludio y Muerte de amor de Tristán e Isolda, con un diálogo entre secciones muy bien expuesto y el drama presente en su totalidad.
La segunda parte se centró, máxime, en las maravillosas descripciones paisajísticas de Wagner. El cuadro se originó con Los murmullos del Bosque de Siegfried (tercera ópera de la tetralogía que compone el ciclo de El anillo del nibelungo), con la orquesta desarrollando un papel fundamental para esbozar a Siegfried debajo del tilo, intentando desentrañar el canto de los pájaros. El Viaje de Siegfried por el Rin, de la Tetralogía, la cuarta y última ópera El ocaso de los dioses, continuó pintando sobre el mismo lienzo con un color más oscuro y, por momentos, reconfortante y heroico para dar paso a la increíble y asombrosa Marcha fúnebre, y aquí el Wagner más sinfónico hizo su verdadera aparición. En estos dos últimos interludios es necesario mencionar el gran papel de las trompas, tanto los fragmentos de sección como los solos, donde la calidad del sonido y la homogeneidad fueron esenciales en el acabado del cuadro final.
La noche se consumó con un alegre y festivo Preludio del acto I de Los maestros cantores de Nuremberg. Llegado este punto, todo el bagaje y repertorio previo a esta última intervención hicieron su efecto consiguiendo un sonido mucho más completo que el inicial, una escucha asombrosa y un optimismo desbordante.
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