(Photo by Peter Rigaud)

By JOSUÉ BLANCO     MAR. 25, 2018

La primavera llega pasada por agua en el Auditori de Barcelona. Aún así la OBC nos ofrece un programa colorido y claramente inspirado en los contrastes que caracterizan esta estación del año. Contrastes que también expresan las obras que Kazushi Ono nos presentaba al mando de su orquesta. Desde la sensibilidad de Debussy, pasando por un fogoso Beethoven para finalmente llegar a la primera de las sinfonías de Schumann, justamente la que lleva por título: Primavera.

También primavera se titulaba la obra de Debussy que servía para abrir el concierto, Printemps, demuestra el espíritu innovador y dinámico de un joven Debussy que con solo 25 años nos presenta una versión del famoso cuadro de Botticelli, con el mismo título. Aunque la versión que nos presentó la OBC corresponde a una revisión de Henry Büsser, bajo la supervisión del autor, 21 años después de su composición, en que elimina el coro femenino de la orquestación; una lástima que esta primitiva obra no haya pervivido al paso del tiempo, aún así la orquestación sigue guardando detalles relevantes y atrevidos como la incorporación de un piano a 4 manos o el tratamiento de los solos instrumentales. No es sorprendente que la obra fuese recibida de formas muy diversas en su momento, llegando a considerarla extraña en ciertos sectores artísticos del momento. De todas maneras, esta suite en dos movimientos nos explica la personal visión del compositor sobre los origines o el renacimiento de la vida en esta especial estación, una obra que ensalza la vida y la alegría, en un día en que justamente recordamos el centenario de la muerte de este gran compositor: un recordatorio digno brindado por la OBC.

Beethoven también es una figura marcada por los contrastes y los claroscuros. Su quinto y último concierto para piano, aún siendo una obra con un claro estilo heroico que desarrolla al largo de sus últimas obras de inicios del siglo XIX y presenta con todo su esplendor en la Sinfonía nº 5, destaca también por unos pasajes más íntimos, más contemplativos; concretamente el segundo movimiento, el adagio, despunta por un lirismo delicado y un carácter incluso religioso que discuerda con la explosión sonora del allegro inicial, un llamado enérgico con un marcado carácter marcial, altamente virtuoso pero con un imprescindible papel de la orquesta que ya surge en los acordes tres iniciales. Una verdadera pugna entre el solista y la orquesta en la que Saleem Ashkar pudo mostrar su auténtico virtuosismo. Arte que no quiso ostentar en exceso ya que no ofreció ningún bis en solitario.

La primavera también es patente en la obra de Schumann: un año antes de la composición de la Primera sinfonía, el compositor contrajo matrimonio con Clara Wieck, el gran amor de su vida, tras duras confrontaciones con su suegro. Él mismo denominó el estímulo creativo producto del esperado acontecimiento, Frühlingsdrang (impulso primaveral). Este mismo impulso compositivo llevó a Schumann a entrar de lleno en el campo sinfónico con la redacción tanto de su Primera sinfonía, la que hoy nos presentaba la OBC, como la que acabará siendo su Cuarta sinfonía, dos obras marcadas por las innovaciones tanto estructurales como de estilo y lenguaje. Todos estos factores hacen de esta Primera Sinfonía una contemplación viviente de la primavera: los diferentes motivos melódicos y rítmicos emprenden un viaje a lo largo de la obra adaptándose a los evidentes contrastes de la estructura general de la obra, en la que destacan los dos tríos del scherzo del tercer movimiento. De nuevo meditación y heroísmo componen el lenguaje propio de esta sinfonía y que tanto dejará en herencia a la ya mencionada Cuarta sinfonía, La Trágica.

Un concierto que, encabezado por la  expresividad del maestro Kazushi Ono, reflejó todas estas características que grandes compositores como Debussy o Schumann supieron ver en la primavera. Un concierto pues, que nos invita a abrir esta nueva estación con ganas de más música.

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