La mirada de Trifonov
By ISRAEL DAVID MARTINEZ MAR. 12, 2019
El segundo concierto en Barcelona de la Orquesta del Teatro de Marïinki de San Petersburgo, dirigida por el maestro Valery Gergiev, ha supuesto el sexto concierto –de un total de nueve– en la gira que junto al pianista Danil Trifonov están realizando en diferentes ciudades españolas (Oviedo, Alicante, Valencia, Girona, Barcelona, Madrid, Zaragoza y Pamplona). Los diferentes programas cuentan con la colaboración del Orfeó Català así como del Orfeón Pamplonés.
Con un Palau de la Música Catalana lleno hasta la bandera –12 de Marzo de 2019– el concierto empezó con una lectura intrascendente y aburrida del archiconocido “Bolero” de Maurice Ravel. Tanto el director como la orquesta no propusieron nada nuevo, nada original, nada destacable. En todo caso los finales de frase siempre fueron bruscos, secos y un tanto descuidados. En cuanto a los diferentes solistas destacar el saxofón tenor –en el programa de mano no se hizo constar los nombres de los integrantes de la orquesta– que ofreció un canto lleno de color y profundidad.
Tras el minimalismo raveliano llegó el momento de un obra poco revisada por los programadores, el “Concierto para piano, en Fa sostenido menor, Op. 20” de Aleksandr Scriabin. Esta partitura escrita en 1896, y estrenada por el propio autor en el piano el 23 de octubre de 1897, se cobija en el romanticismo virtuoso con el sello, inapelable, de Chopin. Y, en el escenario, apareció Daniil Trifonov. En un principio su manera de moverse fue particular. Anduvo con la espalda inclinada hacia adelante (hacia atrás hubiera dado mucho miedo), saludó al concertino sin mirarlo a la cara y cuando se volvió hacia al público tampoco mostró su rostro. Trifonov salió al escenario absolutamente concentrado y no quiso ningún tipo de distracción hasta que terminó su cometido. Cuando se sentó frente al piano, y Gergiev inició la interpretación, empezó a realizar movimientos corporales que le permitieron, poco poco, compás a compás, transformarse en música absoluta. Con sus manos, con su cuerpo y, obvimenente, con su mente ofreció una versión del concierto de Scriabin –el único que tiene para instrumento y orquesta– para el recuerdo. El pianista ruso es dueño de un sonido que analiza estructuras formales y, a la vez, es capaz de aflorar frecuencias armónicas no aptas para el intérprete común. Construye discursos desde el silencio del recogimiento. No quiere mirar a los ojos de nadie ya que eso le cambiaría la percepción de la obra. Tras el último sonido –potente y profundo– que dejó sonando, mientras la orquesta ya se había difuminado, se levantó y volvió al mundo real. En ese momento, ahora sí, pudo mirar a los presentes y mostrarse receptivo. En cuanto a la orquesta hay que decir que realizó su papel y Gergiev se limitó a seguir al solista.
La segunda parte estuvo dominada por Serguei Prokoviev y su cantata “Aleksandr Nevski, Op. 78″. Gergiev sacó a relucir su genio radical con un buen trabajo tanto de la solista Julia Matonchkina como del Orfeó Català.
En resumen, un “Bolero” que no pintó nada, una orquesta que quiso y algún día podrá, y dos genios –Trifonof/Gergiev– que deben, por el bien de la música, reencontrarse con nuevos repertorios.