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El Fatalismo En Tosca

El fatalismo en Tosca

By JAIME BERMÚDEZ ESCAMILLA    JUN. 11, 2019

(Photos by A. Bofill)

Cuando el puñal se hunde en el pecho del barón Scarpia, y las manos de la diva Tosca no empujan la hoja, sino que la siguen a rastras; cuando al inicio del tercer acto Mario Cavaradossi, cual Caronte, se acerca entre la niebla a bordo del escenario derrocado; y cuando el pintor, ante la certeza de su muerte, observa conmovido cómo Tosca, en un delirio de optimismo traumado, describe los brillantes días que les esperan, esta producción de la obra magna de Puccini para el Gran Teatro del Liceu nos manda un único mensaje: el imperio del fatalismo y el sometimiento de la libertad a poderes mayores. No en vano el libreto al que Giusepe Giacosa y Luigi Illica dotaron de un verso de gran belleza alberga una infinidad de matices y lecturas posibles entre las que esta producción escoge sabiamente.

La voluble dulzura del timbre de la ucraniana Liudmyla Monastyrska consigue perfilar a Tosca como una temperamental celosa, una cándida sufridora y una enamorada insalvable, que desprende ingenuidad y morbidezza. Durante el primer acto el arrollador rango medio de la soprano no hace concesiones al trabajo en equipo, y los duetos quedan algo descompensados. El marcado dramatismo de la soprano se realiza por completo al entonar el “Vissi d’arte” a la Jeritza, extenuada por la aflicción, cayendo del desbocado forteal dulce pianissimo. La inocencia que tiñe su interpretación desarma a Floria y la arroja a un destino inevitable aun cuando, más que rebelarse arrebatada por la ira, parece conducirse aturdida, despertando al puñal hundido. Aferrada a la ensoñación de su huida con Cavaradossi, solo mediante el suicidio consigue esta Tosca liberarse cuando su espejismo se quiebra con la muerte de Mario. Cavaradossi el de Jonathan Tetelman de color cálido y varonil, aunque de dicción opaca, que resulta algo plano en su papel cortés y noble del primer acto, donde apenas salen a flote algunas pinceladas de galantería y pasión comedida que la orquesta no consigue ahogar. Será el sufrimiento del personaje durante el segundo y el tercer actos el que consiga arrancar del tenor un lirismo conmovedor, que nos regala una interpretación de fuerza descarnada en “E lucevan le stelle”, con smorzatureque nos traen a la memoria a Miguel Fleta y que conquistan al público del Liceu. La actitud impávida y protectora del tenor durante el final de la obra enaltece al personaje con su estoicismo.

El barón Scarpia de Erwin Schrott consigue eludir la sobreactuación durante el primer acto, presentando a un personaje verosímil, lejano al maniqueísmo y cargado de matices. En el gradiente de su interpretación el bajo-barítono cosecha admiración y compasión para un manipulador seductor que acaba sucumbiendo al delirio y la herejía en una interpretación soberbia de sobrecogedora potencia vocal que nos desvela el conflicto de un Scarpia que es a su vez preso de su obsesión por Tosca. Un final de acto en magnífico crescendo con el Te Deum del Coro del Liceu y el encantador Cor Infantil Amics de la Unió, que culmina con la llegada de la procesión del cardenal y el extasiado desfallecimiento de Schrott, que recoge la primera ovación de la noche. A pesar de que en el segundo acto cae en una interpretación algo más excesiva, sigue mostrando sus grandes cualidades como fraseggiatore.

La narrativa dirección de John Fiore hace justicia al crucial relato de la orquesta en esta obra, expandiendo su discurso con una dinámica visceral capaz de un terrible dramatismo y de una gran belleza, pero con prudente consideración por la dificultad de proyectar sobre la orquesta pucciniana. La soberbia escenografía de Paco Azorín muta del significante al símbolo, reforzando siempre el mensaje que la partitura transmite al espectador. La literalidad de la capilla de Sant Andrea della Valle, donde el claroscuro del ónice bañado en la luz enmarca perfectamente el dramatismo de la acción, degrada en surrealismo cuando la catedral se gira para adentrarnos en la cara oculta de los poderes fácticos, punto de incidencia de esta producción. Muy acertados también los oscuros preludios silenciosos que, tras el fino velo negro, marcan el tono de la obra y enlazan el destino de los prisioneros. Mención especial para la iluminación de Pedro Yagüe,  que nos regala momentos grandiosos como la autoritaria entrada de Scarpia en la basílica y la huida hacia la luz de una Tosca exánime en su culpa.

Una producción fiel a la partitura, avocada a reforzar su dramatismo con interpretaciones de profunda emotividad y una puesta en escena inspiradísima, que los espectadores tendrán la oportunidad de revisitar en el Gran Teatro del Liceu hasta el día 28 de junio, cinco años después de su estreno.

liceubarcelona.cat

 

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