Contrapunto en el Gótico
© Jean-Thomas Miquelot
CARLOS GARCIA RECHE FEB. 11, 2019
Unas doscientas personas abarrotaron la pequeña capilla de Santa Ágata el pasado martes 11 de febrero, en el corazón gótico barcelonés para asistir al recital de clave de Justin Taylor. El joven intérprete francoamericano se ha labrado un nombre en el panorama clavecinístico internacional al ganar el prestigioso concurso International Musica Antiqua Harpsichord Competition de Brujas con solo veintitrés años, compaginando su agenda con sus proyectos en solitario o con su grupo de cámara Le Consort, además de sus incursiones mozartianas en el fortepiano. Casi exactamente un año después de su recital de 2019 en Barcelona dedicado a Antoine y Jean-Baptiste Forqueray, el clavecinista repite en el Festival Llums d’Antiga en esta terecera entrega del ciclo, con programa dedicado el binomio hispánico por excelencia (con permiso de Albero o José de Nebra) formado por Dominico Scarlatti y el Padre Soler. Como novedad, la música del siglo XVIII hizo contrapunto con la del XX al incluirse dos piezas de Ligeti, Continuum y Passacaglia Ungherese, dos de las más importantes que el compositor húngaro escribió para este instrumento y que Taylor ya grabó en 2018.
Del de la generación del 85, mucho se ha escrito sobre su universal influencia en compositores posteriores (y coetáneos), como que Liszt entre otros fuera un acérrimo defensor y promotor de sus sonatas bipartitas. Aunque Scarlatti figure en el repertorio pianístico habitual, muchos creen que el napolitano, arraigado en Madrid al instruir a Bárbara de Braganza (quien se convirtió en notable clavecinista), pertenece “casi exclusivamente al clavicémbalo”, como afirma Brendel en su libro De la A la Z de un pianista. Con menos severidad, la obra de Antonio Soler tan influenciada por Scarlatti (y esta a su vez por el folclore español), parece tener una representación pianística más amplia, o al menos, más libre de dudas, sobre todo por pertenecer a la antesala del estilo clásico. En su gran contribución a la música para teclado, encontramos no solo un heredero natural de la corriente de Scarlatti, sino también al compositor de música vocal y al teórico, autor del famoso tratado Llave de la Modulación, una de las joyas musicológicas de mediados del siglo XVIII.
© Jean-Thomas Miquelot
Los asistentes al recital no acudieron para leer teoría musical, así que pudieron contemplar el magnífico retablo de la capilla y delante de él, un elegante clave de doble manual, cedido por un particular, impaciente por ser tecleado por el joven Taylor. El clavecinista ofreció una sólida interpretación prácticamente perfecta en articulación, respiración y ejecución general. Destacó la solvencia en las piezas rápidas como la Sonata K 18. Presto, o la K 239. Allegro. Comenzó con la famosa Aria en re menor K 32 del maestro napolitano, tan etérea y enigmática como cabía esperar gracias a una respiración natural, proferida de las manos del joven intérprete. Siguiendo en el catálogo scarlatiano, destacó la preciosa Sonata en la mayor K 208 adornada con algo de fantasía y el virtuosísimo Allegro de la K 115, entre saltos de izquierda y cambios de manual. Destacaron también las últimas tres sonatas del programa, la K 213. Andante, la endiablada Assai K 519. Allegro y especialmente la K 213, una de sus predilectas que Taylor bisó con gran pasión.
En el terreno moderno Taylor salió airoso de la Passacaglia Ungharese, escapista y fascinante obra del húngaro Giörgy Ligeti donde acciacaturas, adornos y otros elementos típicos del lenguaje clavecinístico se funden con original discurso. También con partitura interpretó Taylor el Continuumde Ligeti bajo un atentísimo control rítmico y especialmente dinámico, siempre tan sutil en el clavicémbalo. El francés se mostró especialmente luminoso en las dos sonatas del Padre Soler. En la Sonata 25 en re menor destacó por su perfecta articulación y su pedal de dedos haciendo gala de una enorme sensibilidad interpretativa. En la Sonata 90 en fa sostenido mayor, una de las más representativas de Soler, desbordó con una magnífica lectura de los contrastes temáticos, pasando de la suavidad del segundo tema al esplendor inicial y codal, siempre con la ornamentación justa y calibrada. Bordó el remate del concierto con un espectacular Fandango, majestuoso e hipnótico, lleno de imaginación, recursos y alguna pequeña improvisación. Aunque quizás menos contundente que las grabaciones de Diego Ares o Nicolau de Figuereido, Taylor se mostró enérgico y colosal en los pasajes difíciles y rápidos. Tras la gran ovación final del público, el intérprete regaló el bis de Scarlatti y el Adagio del concierto de Alessandro Marcello, transcrito por Bach, que cerró un recital perfecto en el corazón gótico de la ciudad.